El negocio bancario cuando se cobra por los depósitos y se paga por el crédito
La banca deberá aplicar con moderación esta nueva política de costes, tras haberse hundido su reputación en los últimos años
La banca está aturdida ante el dilema del siglo: cómo construir una cuenta de resultados suficiente para remunerar al capital cuando los tipos cero han congelado el margen de intermediación. Más aún: cuando la práctica de toda la vida de pagar por los depósitos de la gente y cobrar por los préstamos concedidos a la clientela ha dado una completa vuelta de campana. La banca ha experimentado un ensayo de cómo será su vida con los tipos cero en los últimos años en los que el riesgo de deflación en Europa (y otras partes del mundo desarrollado) ha llevado a los bancos centrales a una expansión monetaria sin precedentes. Pero la intensificación de tales prácticas monetarias cuando parecía que el riesgo había pasado está llevando los términos de la actividad financiera a unos extremos del todo desconocidos. Los expertos hablan ya de unos cuantos años con el precio del dinero congelado, que es tanto como decir que la banca tendrá que sobrevivir y respirar sin oxígeno, y que los clientes tendrán también que mudar sus expectativas para rentabilizar el ahorro y la inversión.
Cobrar a la clientela por los depósitos, algo que los proveedores de liquidez tradicionales de la industria bancaria consideran un auténtico sindiós, empieza a ser moneda común para las empresas y los clientes institucionales con elevadas sumas de depósitos bancarios. Comenzó ya a practicarse hace meses en los países centrales de Europa, y ha llegado ya a España, en paralelo a la concesión de créditos con garantía hipotecaria en los que la evolución del euríbor ha llevado el tipo efectivo al cero por ciento. Lógicamente, no llegará la banca a conceder préstamos en negativo, ni hipotecarios ni personales ni de consumo, ni traspasará la frontera de cobrar por los ahorros de los particulares. Pero estos tendrán que hacer un ejercicio de adaptación de su relación con la industria financiera para encajar que deberán abonar comisiones por servicios que antes no existían, y que deberán girar sus expectativas de rentabilidad tanto en el ahorro como en la inversión, además de aceptar que si no hay más riesgo no habrá retornos.
La banca deberá aplicar con moderación esta nueva política de costes a la clientela, tras haberse hundido su reputación en los últimos años por prácticas poco honorables; pero necesitará grandes dosis de imaginación para encajar en paralelo la relación digital cuasi exclusiva que existe con el cliente de nueva generación, la fuerte competencia de los nuevos formatos de banca (fintech) y hacerlo con un horizonte indefinido de margen de intermediación de centésimas.