España no puede volver a perder una competitividad que costó tanto recobrar
Preservarla no es gratis, sino que requiere seguir reformando la economía para alimentar el crecimiento
Las sucesivas correcciones a la baja que se han efectuado últimamente sobre las previsiones de crecimiento de la economía española dibujan un horizonte de desaceleración más agudo y preocupante de lo que se esperaba. Según datos del INE hechos públicos ayer, la actividad creció durante el segundo trimestre del año una décima menos de lo previsto (un 0,4%), lo que deja el avance interanual durante ese periodo también una décima por debajo de lo que se esperaba. Entre las razones que explican la progresiva desaceleración del crecimiento, destaca un frenazo en en la inversión y en el consumo de las familias, un comportamiento que contrasta con la creciente subida de los salarios. A principios de año, el Gobierno hizo efectiva una subida del salario mínimo, así como de la cotización mínima, bajo la premisa de que ese incremento estimularía el gasto en los hogares y reforzaría la demanda interna. Siguiendo esa estrategia, a lo largo de los últimos meses los agentes sociales han pactado subidas salariales del 2% para 2019 y aún mayores en aquellas empresas cuya productividad lo hiciera posible. Los datos revelan que las remuneraciones de los asalariados han crecido a un 5% interanual durante el segundo trimestre del año, ocho décimas más que en 2018.
Y sin embargo, toda esa escalada no se ha traducido en más consumo para alimentar la máquina del crecimiento, sino en un mayor ahorro ante la perspectiva de una economía cuyo ciclo expansivo comienza a agotarse. A esa combinación entre alzas salariales y bajo consumo hay que sumar un tercer factor, la productividad, que ha caído un 0,5% interanual en el periodo que va de abril a junio y que suma ya cinco trimestres en retroceso. La creación de empleo está recortando también su avance, una décima menos, lo que ha incrementado un 2,8% el coste laboral unitario, esto es, el coste de la mano de obra necesaria para elaborar una unidad de producto.
La cambinación de todos esos factores provoca una vieja una enfermedad que es sobradamente conocida por la economía española y que supone una seria amenaza para el crecimiento: la pérdida de competitividad. Las patronales han dado la voz de alarma ante un desequilibrio que fue corregido durante los duros años de la crisis gracias a una devaluación de los costes laborales que exigió mucho esfuerzo y sacrificio. La rápida recuperación de la competitividad llevada a cabo en los últimos años constituye un logro indiscutible que se ha traducido en crecimiento y empleo. Pero preservarlo no es gratis, sino que exige seguir reformando y flexibilizando la economía para alimentar el crecimiento.