Jugar tu mejor tenis: la excelencia como objetivo
Es obligación de quien dirige crear las condiciones para que todos den lo máximo
Una de las claves del éxito al frente de un equipo es alimentar en todos sus componentes la vocación por la excelencia como actitud, no como resultado. Se puede decir que un trabajo es excelente o se puede decir que la actitud con la que hemos realizado ese trabajo es excelente. La excelencia como actitud se refiere al deseo de hacer el mejor trabajo que somos capaces de hacer, con los medios y los recursos de los que disponemos, con nuestros conocimientos, dando nuestro ciento por ciento y haciendo nuestro mejor trabajo.
Hace unos años, escuché a Rafa Nadal en una entrevista, justo antes de irse al Open de Australia de tenis, decirle al entrevistador cuál era su objetivo en el torneo. Era de esperar que respondiese que su objetivo era ganar, volver con el trofeo, recuperar el número uno del ranking de la ATP. Sin embargo, contestó: “Mi objetivo es jugar mi mejor tenis”. ¿Qué estaba diciendo? Entendí que estaba diciendo que si consigue jugar su mejor tenis y eso sirve para ganar, será fantástico. Pero si juega su mejor tenis y no es suficiente para ganar, no tendrá nada que reprocharse.
De hecho, muchas veces tu cien por cien no es suficiente. La excelencia no te garantiza el éxito en tus objetivos, pero te da más opciones. Hace unas semanas, en un encuentro con Toni Nadal, su entrenador durante muchos años, me confirmaba que había entendido bien las palabras de Rafa. El objetivo es jugar tu mejor tenis, hacer lo mejor que eres capaz de hacer. El resultado será una consecuencia del buen juego.
El querer dar lo mejor de uno mismo es lo que define la actitud de excelencia, no el resultado. La excelencia nos conecta con el inconformismo y nos lleva a no dar por buenos resultados por debajo de lo que somos capaces de hacer.
Por su parte, la excelencia como resultado se parece mucho a la perfección. Cuando quieres que un resultado sea excelente, estamos queriendo decir que el resultado sea perfecto. En mi opinión, la perfección no es de este mundo y, por tanto, no es ambicionable. Es decir, el ser humano es imperfecto, todo lo que hacemos, todo lo que producimos, puede ser hecho mejor de alguna manera, o en menos tiempo, o de forma más eficiente. Pero a la excelencia, entendida como actitud, sí se puede aspirar como mánager, como empleado, como padre, como ciudadano o en cualquier actividad que nos propongamos.
Optar por esta actitud es el camino más directo hacia el éxito. Por lógica, en un contexto donde muchos profesionales salen cada día a cumplir en su trabajo, simplemente haciendo su horario, los que salen cada mañana a poner el corazón en lo que hacen, terminan por marcar la diferencia.
La pregunta que podemos hacernos sería entonces: ¿lo que estoy haciendo en este momento realmente es mi mejor tenis? Si, además diriges equipos, deberías preguntarte: ¿cómo puedo conseguir que mi equipo quiera dar cada mañana lo mejor de su capacidad?
A mi juicio hay varias formar con las que puede conseguirse. Primero, tú mismo debes ser referente de excelencia. No puedes pedirle a tu equipo el cien por cien si tu no estás dispuesto a darlo. Siempre se lidera desde el ejemplo.
Segundo, sé claro con las expectativas que tienes sobre tus empleados. Dedica tiempo a planificar el trabajo del equipo, a aclarar qué esperas de cada uno de ellos, porque las personas necesitan entenderlo para poder centrarse en lo importante. Verifica que conocen sus objetivos para que puedan poner la energía en la dirección correcta.
Un tercer punto sería: cuida el vínculo con tus colaboradores; el ser humano está diseñado para la reciprocidad y solemos serlo. Si tú les cuidas, ellos tienden a cuidarte a ti; si tú te comprometes con ellos, ellos tienden a comprometerse contigo y, por tanto, con el proyecto.
Un cuarto punto sería: sé exigente, jefes flojos hacen equipos flojos. Sé firme con los objetivos, establece un estándar de exigencia alto y eleva el listón para ver como ellos dan lo mejor de su capacidad, no seas conformista en las metas. La exigencia no está reñida con la amabilidad.
Por último, crea una clara sensación de equipo. Las personas dan lo mejor de su capacidad cuando se sienten parte de un equipo. A partir de aquí, habla abiertamente de si lo que hacéis es lo mejor que se puede hacer, cómo podéis mejorar y qué hay que aprender de cada proyecto.
La excelencia es una elección propia y, por tanto, nadie puede elegir por otro dar lo mejor de su capacidad. Pero es obligación de quien dirige crear las condiciones para que los colaboradores elijan tener esta actitud, opten por dar lo mejor de su capacidad y quieran jugar su mejor tenis.
Gonzalo Martínez de Miguel es director de Infova