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Tribuna
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Innovación y tecnología para un desafío planetario, por Antonio Brufau

Según la Agencia Internacional de la Energía, en la zona no OCDE el crecimiento de la demanda de energía para el año 2030 en comparación con 2016 será del 47%

Antonio Brufau Niubó

En el ámbito de la energía, estamos asistiendo a un escenario en el que una de las principales fuerzas impulsoras en los patrones de consumo es y será el incremento de las clases medias en el mundo. De los 3.000 millones de personas que en 2015 pertenecían a las clases medias, pasaremos a 5.400 millones en 2030, lo cual supone un aumento del 80% en tan solo 15 años. Este fenómeno se producirá, básicamente, en una zona geográfica muy definida, que es la región de Asia Pacífico.

El incremento del número de ciudadanos que alcanzan la sociedad del bienestar responde lógicamente al crecimiento económico de la región e implica que el aumento de la demanda de energía va a seguir ese mismo patrón. Según la Agencia Internacional de la Energía, en la zona no OCDE el crecimiento de la demanda de energía para el año 2030 en comparación con 2016 será del 47%. En la zona OCDE, sin embargo, debido al envejecimiento de la población, la contracción demográfica y la eficiencia energética, vamos a ir consumiendo menos energía.

En un mundo en el que, debido a los patrones de consumo, ya se experimenta una contracción de los recursos disponibles, dar respuesta a las legítimas necesidades de mejora de la calidad de vida de estos millones de personas se convierte en un enorme desafío.

Este desafío de suministro de energía a una nueva sociedad emergente hay que acompasarlo, sin duda, con la ineludible lucha contra el cambio climático. Hemos de ser conscientes, además, de que este aumento de personas en la sociedad del bienestar puede suponer un incremento en las emisiones del planeta, agudizando un problema ya grave de por sí. Hoy, China, con sus más de 1.300 millones de personas y unos ingresos de 9.400 dólares per cápita, es responsable del 28% de las emisiones de todo el planeta, con un ratio de 6,6 toneladas de CO2 por persona, teniendo previsto alcanzar su pico de emisiones en 2030. Mientras, India, con la misma población, suma el 6% de las emisiones mundiales, con 1,5 toneladas de CO2 y 2.000 dólares de ingresos por persona. Aún está lejos, pero cuando India entre en su momento de mayor crecimiento y comiencen a subir sus parámetros de salud económica, las emisiones del planeta podrían dispararse, y por ello, debemos estar preparados. En Asia se siguen construyendo y poniendo en marcha cada día nuevas centrales térmicas de carbón, que generan altísimas emisiones, para poder suministrar a un coste competitivo la energía eléctrica que necesitan las crecientes poblaciones de la región.

Estamos ante un reto tremendo, ante un desafío de una dimensión planetaria. Un problema que solo la ciencia y el desarrollo tecnológico pueden resolver, ya que aún no disponemos de las herramientas suficientes para afrontarlo sin afectar al bienestar de los ciudadanos. La lucha contra el cambio climático, en la que estamos todos inmersos y, especialmente, el sector energético, es una carrera tecnológica. Una carrera por lograr avances en la generación renovable competitiva, en la mayor eficiencia en los procesos sociales e industriales, en la economía circular, en la movilidad y en la captura, uso y almacenamiento del CO2.

Europa, si bien solo supone el 10% de las emisiones globales, porcentaje que se irá reduciendo con el tiempo, ha decidido liderar esta lucha. Este planteamiento tiene todo nuestro apoyo. Pero Europa estará errando el tiro si basa su liderazgo en una regulación impregnada de determinismo y de predicciones tecnológicas, de apuestas por unas tecnologías en detrimento de otras, y en atacar los problemas globales mediante soluciones locales o regionales.

La revolución tecnológica que estamos viviendo es el fruto de la inteligencia y el esfuerzo de incontables científicos, ingenieros y empresarios que libremente decidieron crear algo nuevo. De la perenne curiosidad humana. A los poderes públicos les corresponde orientar y definir un marco regulatorio para que la sociedad en general, las inversiones privadas y los incentivos asociados estén orientados a permitir buscar las mejores soluciones a los retos de la sostenibilidad, sin limitar, guiar, privilegiar ni coartar líneas de investigación o de desarrollo. Ya que no sabemos por adelantado qué vías serán las que aporten las soluciones más eficientes a los problemas del presente. Europa ya sabe lo que es liderar el desarrollo tecnológico, lo hizo desde la Ilustración, momento en que la ciencia se desprendió de la pesada carga de la ideología y se desimpregnó de la religión, para basarse en la razón. Volvamos a ese camino, no solo porque no sabemos qué tecnologías serán las más efectivas, sino porque el desafío es tan enorme, que no podemos descartar a priori ninguna que pueda ser útil para la descarbonización eficiente de nuestras economías.

Cualquier molécula de CO2 que se deje de emitir suma al objetivo común y no debemos desdeñar ninguna. La apertura de miras y el fijar objetivos claros y caminos flexibles sin cerrar ninguna vía, trabajando de una manera consciente y rigurosa de la mano de la innovación y la tecnología, nos ayudará a tener resultados que aúnen las necesidades de las personas y de la Tierra de una manera mucho más rápida. Seamos inclusivos en este reto planetario en el que la innovación y la tecnología tienen no mucho, todo que decir.

Antonio Brufau es presidente de Repsol

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