Un final de año complejo para la UE
En medio de las turbulencias geopolíticas, es decepcionante la parálisis de la Comisión
La Unión Europea (UE) no está pasando por sus mejores momentos. Hace algún tiempo confiábamos en Macron y Merkel, decididos europeístas. Pero el primero está metido en un lío, y la segunda tiene fecha de caducidad. Los problemas en Francia son demasiados serios y nos pillan muy cerca. Comenzaron con las protesta por el encarecimiento de los combustibles pero llevan ya demasiado tiempo de disturbios sin interlocutores ni objetivos definidos. Macron tardó demasiado en dar la cara, y las promesas que finalmente hizo para calmar los ánimos de los chalecos amarillos van a tener previsiblemente repercusiones importantes en las cuentas públicas francesas.
Propuso, seguramente demasiado alegremente, subir el salario mínimo en 100€ mensuales, y rebajas fiscales con un coste total estimado de 10.000 millones de euros, con lo que es más que probable que se salte la regla de déficit excesivo del 3%. Esto genera el problema añadido de darle munición al gobierno de coalición italiano que ya había sido amonestado por no aceptar, al menos inicialmente, las medidas de contención del déficit impuestas por Bruselas. Está claro que se preguntará por qué Francia sí puede saltarse las restricciones y ellos no.
Italia también es un foco de tensiones. El gobierno italiano al final ha cedido y ha aceptado moderar los gastos y reducir el déficit en casi cuatro puntos, del 2,4% previsto inicialmente al 2,04%, aunque en opinión de Bruselas la revisión de las cifras sea todavía insuficiente. A este cambio han contribuido al menos dos cosas. Por una parte, la amenaza de sanciones por déficit excesivo, que podían ascender a entre el 0,2% y el 0,5% del PIB italiano. Pero también han jugado, y seguramente más, las consecuencias del castigo de los mercados con la más que previsible subida de la prima de riesgo, lo que implicaría más deuda para financiar el aumento del gasto público. En definitiva, más déficit, más deuda, y más problemas.
El actual gobierno italiano argumenta que las políticas de austeridad han estrangulado su economía, y que lo que necesitan es gastar más para salir del hoyo. Sin embargo, ese argumento es difícilmente defendible. Italia fue el único país de la UE, y no solo de la UE, que no disfrutó de la fuerte y duradera expansión que se inició mediada la década de los noventa del siglo pasado. La crisis, y las consiguientes medidas de austeridad que se tomaron, agravaron los problemas, pero no los crearon. Gastar más no va a solucionar los problemas de Italia porque su problema no es de demanda.
Su problema es más bien de falta de eficiencia y de pérdida de competitividad. Italia es el país en el que la productividad se ha comportado peor en los últimos 25 años (España le sigue de cerca). Y los problemas de productividad se resuelven con políticas de oferta, con cambios estructurales que suelen ser bastante dolorosos. Por supuesto, no es de esperar que un gobierno populista como el actual esté por la labor de afrontarlos.
El lío del Brexit sigue complicando las cosas. Una parte importante del problema es que se está suponiendo que la mayoría escasa, pero mayoría, al fin y al cabo, que votó a favor del Brexit en 2016, garantiza que -cualquiera que hubiera sido el acuerdo que hubiera salido de la negociación - habría reflejado los deseos del pueblo británico.
Pero esto no es así. La negociación se ha saltado muchas líneas rojas, y ha hecho caso omiso de muchas promesas que se hicieron durante la campaña, y que contribuyeron a que saliera adelante el Brexit. El gobierno británico insiste hasta el cansancio en que es un buen acuerdo, y que es lo que exigía una democracia tan asentada como la suya. Sin embargo, nadie se ha molestado en explicar por qué ese acuerdo es lo que el pueblo quiere. La señora May tiene razón en que los parlamentarios deberían tener en cuenta lo que quieren los ciudadanos. Pero ella también debería aplicarse el cuento. Cada vez hay más voces, entre las que me incluyo, a favor de que les pregunte directamente. Es decir, a favor de convocar un segundo referéndum.
En estas circunstancias es bastante decepcionante, y preocupante, la parálisis que transmite la Comisión Europea. El País publicó recientemente un artículo de la Ministra de Economía y Empresa, Nadia Calviño, con un título esperanzador: Y, sin embargo, (la UE) se mueve, en el que repasa los últimos avances en distintos frentes. Es cierto que ha habido avances en la Unión Bancaria, pero al menos por ahora seguirá incompleta, es decir, sin un Fondo de Garantía de Depósitos. También se ha puesto en marcha, en la última reunión de los jefes de Estado y de Gobierno, el diseño de un presupuesto de la zona euro que considere el fomento de la “convergencia” y la “competitividad” pero que no tiene en cuenta la posibilidad de actuar conjuntamente en situaciones de crisis. En fin, hay avances, pero son tan desesperantemente lentos, y hay tantos frentes abiertos que genera mucho desánimo.
Por su parte, el anuncio por parte del Banco Central Europeo del fin de los estímulos extraordinarios a finales de este mes era una noticia esperada, que llega cuatro años después de que EEUU hiciera lo propio. Antes o después tenía que ocurrir ya que todavía no se ha recuperado la normalidad de los tipos de interés tras la crisis. Son anormalmente bajos –recuerdan lo que Keynes llamó la eutanasia del rentista - y deberían con el tiempo regresar a sus valores tradicionales.
En consecuencia, esta sí debe interpretarse como una buena noticia. Especialmente porque Draghi se ha encargado de aclarar que se mantendrá un cierto nivel de estímulos, reinvirtiendo la deuda que vaya venciendo “durante un periodo prolongado”. Y ha aclara que este periodo prolongado será “el que sea necesario para mantener unas condiciones de liquidez favorables”. Esta frase recuerda mucho a la que pronunció en 2012 y que salvó el euro: “Haré lo que hay que hacer y, créanme, será suficiente”. Por lo tanto, no está todo perdido. Nos sigue quedando Draghi, aunque, desgraciadamente, por poco tiempo.
Matilde Mas es Catedrática de Análisis Económico de la Universidad de Valencia y directora de proyectos internacionales del Ivie