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Tribuna
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Eclecticismo ético en la empresa

Cada cultura tiene sus valores, pero en una economía cada vez más globalizada, entran en contacto

Getty Images

Los principios y valores que acompañan a cada persona en el ámbito empresarial no tienen por qué coincidir plenamente con los de otra, pero el acuerdo social permite que ambos convivan. Sin embargo, pueden aparecer conflictos si en un proyecto interactúan diferentes culturas o ideologías, cuando una empresa traspasa las fronteras de su ámbito de trabajo habitual, tras aceptar un encargo a miles de kilómetros de distancia.

Trasladar personas a otro país, para atender un contrato, supone exportar el conocimiento y la capacidad de producción. Pero también es fuente de dificultades, si la adaptación a regulaciones y costumbres evidencia profundas diferencias en el juicio ante determinados hechos. Cada cultura tiene sus valores, con diferente prevalencia de unos respecto a otros, y en una economía cada vez más globalizada entran todas en contacto. Hay muchos ejemplos. La actividad de una empresa en un ámbito geográfico donde el soborno está integrado en la operativa del trabajo diario.

La legislación que tolera que trabajen personas de una edad a la que deberían estar en una escuela. Las condiciones de seguridad y salud en el trabajo que en otro país no serían aceptables.

Se es la misma persona en el ambiente familiar que en el de trabajo. Se es el mismo profesional en cualquiera que sea el hemisferio en el que en cada momento se esté situado. No cambia la evaluación de la propia conducta personal en una u otra latitud del planeta. El compromiso ético no puede ser considerado como un accesorio, adaptable a cada circunstancia o escenario en el que se está. No hay lugar para el relativismo de quien, ante la pluralidad de creencias, acomoda sus criterios personales a los de su coyuntural ubicación cultural o geográfica.

Ante el conflicto entre diversas opciones, debe determinarse la jerarquía de valores que afecta a cada una. Pero ¿se puede medir la correcta eticidad de la conducta humana?. Y, disponiendo de ese criterio, ¿es posible comparar el grado en que lo es una u otra opción para elegir entre ellas?. La dificultad que gestionan quienes encaran estos dilemas es muy grande, haciendo frente a determinadas opiniones que presionan para claudicar ante una realidad en la que deben gestionarse negocios.

Supóngase la situación de una empresa, al borde de la quiebra, que ha conseguido salvar la situación con la firma de contratos en lugares alejados de su país. Se entiende que eso permitirá mantener todos los puestos de trabajo, así como cumplir con sus obligaciones ante acreedores. Pero para ello debería aceptar condiciones de trabajo que nunca permitiría en su entorno próximo. ¿Debe renunciar a sus creencias cuando se está en otro país, al objeto de conseguir beneficios sociales y económicos aplicables en el propio?.

El conflicto nunca es entre diferentes latitudes, sino entre grados de fidelidad a los principios de un profesional o una empresa. El enfrentamiento es entre distintos compromisos, probablemente incompatibles entre sí, ante decisiones en las que no suele coincidir quien debe ejecutarlas y quien las adoptó. En el límite, el dilema supone preguntarse si lo correcto es llevar a la empresa a la quiebra en lugar de aceptar un encargo que la obliga a traicionar sus principios éticos. O planteado a la inversa, si debe salvarse una empresa y su actividad, aunque ello suponga adaptarse a conductas que nunca serían aceptables en el país propio.

Ser consecuentes con lo que se sabe que está bien o mal obliga a decidir qué es lo que está por delante de lo demás en toda evaluación de la acción. El cierre de una empresa supone un inmenso perjuicio para todo su entorno, pero asegurar su continuidad no debería implicar la aceptación de determinado relativismo ético para conseguirlo. ¿Con qué escala de valores puede evaluarse esta situación?. El fin nunca justifica los medios. No podemos estar de acuerdo con el consecuencialismo, ni es aceptable la pretendida inmunidad que provee la invisibilidad de lo lejano. El comportamiento ético no admite fronteras, no puede adaptarse cual camaleón al color de cada situación.

Los dilemas éticos, en los que confluyen el objeto de la acción, las circunstancias y la intención, incorporan una gran complejidad. Pero deben afrontarse, tomar las decisiones correctas y ser consecuentes al llevarlas a cabo.

Amadeu Arderiu es doctor en Administración y Dirección de Empresas

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