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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sí, es posible entender Oriente Medio

Es una región de fuertes contrastes políticos y económicos, pero también un actor global

El príncipe saudí Mohammed bin Salman con el presidente Trump el pasado 20 de abril en el despacho oval.
El príncipe saudí Mohammed bin Salman con el presidente Trump el pasado 20 de abril en el despacho oval.Reuters

Oriente Medio es uno... y miles. Un árabe musulmán puede ir desde Marruecos a Egipto y, de allí, a Siria y Yemen, hasta Arabia Saudí y Emiratos y sentirse en casa. Idioma, cultura, religión son iguales. Las diferencias son de matiz: una interpretación más o menos estricta del Corán, la mayor o menor riqueza del país, las diferencias entre clases sociales y la distinción entre amigos y enemigos.

Antes, los enemigos de los árabes eran los turcos, porque les conquistaron y no consiguieron su independencia hasta después de la Primera Guerra Mundial, cuando sus tierras fueron repartidas entre Francia e Inglaterra. A la principal de las tribus árabes se les dio buena parte de Arabia, y a los primos pobres, Jordania. Quién iba a decir a los occidentales, que Oriente Medio se iba a convertir en el principal teatro de operaciones del mundo durante casi un siglo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, vinieron los movimientos de descolonización y se crearon artificialmente países árabes, en contra del querer de los pueblos, que deseaban una única nación árabe y musulmana. Egipto y Siria son ejemplos de ello, y Naser, durante un tiempo, unió ambos países. Durante la Guerra Fría, tanto norteamericanos como soviéticos utilizaron Oriente Medio como el lugar donde luchar una guerra subrogada, como en Vietnam, Afganistán o América Latina. Israel, nacida en tierras que hasta 1948 ocupaban los palestinos, libró guerras contra los árabes, alineándose con Occidente, en 1948, 1967 y 1973. Esto dio lugar a otros conflictos y otros enemigos.

Por un lado, el mundo árabe no quiere a Israel. Por otro, desde el siglo diez, los árabes musulmanes están divididos en suníes, mayoritarios, y chiíes. Una gran potencia regional como Irán es chií y, aunque su interpretación del islam es radical, los suníes les ven como herejes y como una amenaza. Por tanto, ya los enemigos no son los turcos (musulmanes suníes), sino los iraníes. ¿Quién actúa de contrapeso en la balanza? Arabia Saudí. Resulta que cuando los aliados otorgaron a la familia Al Saud el desierto que supone la península arábiga, no sabían que en 1948 los Al Saud iban a descubrir el principal pozo de petróleo del mundo, lo que les hizo los más ricos, entre los árabes y, además, los más influyentes desde el punto de vista religioso, al tener dos de los tres lugares más importantes para el Islam: Meca y Medina. De ser una tribu de beduinos del desierto, los Al Saud se convirtieron en un país rico, capaz de someter a Occidente a sus deseos, como sucedió con los embargos de petróleo de 1973 y 1979. La inflación se disparó en Occidente y crisis económicas fuertes hubo en casi todos los países occidentales.

Entonces, en 1974, Estados Unidos enuncia la política Nixon de independencia energética, conseguida años después con Barack Obama, gracias al gas natural y al petróleo. Hoy, Estados Unidos, es la primera potencia energética de la tierra, con las mayores reservas de petróleo y gas del mundo. El primer ex portador de petróleo del mundo ya no es ni Arabia Saudí ni Emiratos, sino Estados Unidos. Los dos primeros tienen reservas de petróleo para cien años. Los norteamericanos, para 200.

Económicamente hay gran diferencia entre EE UU, primera potencia económica mundial y con muchos sectores de actividad organizados en clusters (el ejemplo de mayor desarrollo económico, según el World Economic Forum) tecnológicos, financieros, manufacturero; turísticos o energéticos, por no hablar de la industria militar estadounidense, primera del mundo. En cambio, las economías de Arabia Saudí y de Emiratos Árabes Unidos, dependen casi exclusivamente del petróleo.

Arabia Saudí no puede desarrollar el turismo, porque incentivaría la blasfemia y el pecado, según la versión wahabi del Islam imperante en el reino. Recientemente el príncipe Mohammed bin Salman, futuro rey de Arabia, ha anunciado dos medidas aperturistas: las mujeres podrán conducir coches (aunque acompañadas de un familiar varón) y se va a construir un cine. El cómo quepan todos los saudíes en ese cine para ver una película es un misterio aún no revelado.

Mientras, Arabia Saudí (y Emiratos) compran armas a Estados Unidos por valor de 20.000 millones de dólares americanos. Por ejemplo, el pasado marzo el príncipe heredero viajó a Washington para visitar al presidente Trump y compró armas por valor de 670 millones de dólares.

Las armas, en teoría, van dirigidas contra los chiíes (Irán, Hezbolá en Líbano, el régimen sirio de Basar Al Asad y Hamás) los hutíes en Yemen y, tanto en Siria como en Yemen, contra Al Qaeda y el Estado Islámico. Arabia Saudí no tiene un tratado de paz con Israel y sus tanques están en Siria y en Yemen. En el primer caso, luchan contra las fuerzas del Gobierno sirio, aliados con las llamadas Fuerzas de Liberación Moderadas, que apoya Estados Unidos. Y, en Yemen, apoyan al Gobierno suní frente a los hutíes (apoyados por Irán) y luchan también contra Al Qaeda e ISIS.

Emiratos es un caso aparte. Su PIB de 400.000 millones de dólares es, en términos relativos, de los más altos del mundo. También la renta per cápita, que alcanza en 2018 los 40.000 dólares anuales, tres veces el de España. Hay siete Emiratos, de los cuales dos tienen el poder político y económico: Abu Dabi, que aporta el 60% del PIB gracias al petróleo y, por tanto, “manda”, con el jeque Mohammed bin Zayed al frente. El 40% restante lo aporta Dubái, con el mayor puerto del mundo, que ha desarrollado el turismo de lujo y canaliza la inversión extranjera mediante cientos de bancos. No hay empresa del Ibex 35 que no tenga representantes en Dubái.

En Dubái manda el jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, quien construyó el edificio más alto del mundo, Burj Al Khalifa o el complejo hotelero de lujo llamado “de las palmeras”, con terreno ganado al mar y hoteles de entre cinco y siete estrellas, como el famoso hotel en forma de vela.

Abu Dabi, donde está el poder político, hace ostentación de tener una de las mezquitas más grandes y lujosas del mundo, uno de los hoteles más grandes y lujosos del mundo (Emirates Palace), con una inmensa cúpula recubierta de oro por el interior, y uno de los centros comerciales más grandes y lujosos del mundo. En Emiratos, las palabras “grande y lujoso” son inevitables. Aunque despiertan en el occidental un fuerte sentimiento de contradicciones.

En Emiratos, las mujeres visten totalmente de negro. Algunas muestran parte del rostro, una minoría muestra los ojos y, casi todas, van completamente tapadas. Aunque no lo suficiente como para no hacer notar su bolso Birkin de cocodrilo de Hermès (45.000 euros) o zapatos, Óscar de la Renta, Valentino, Chanel, Dior, etc, cuyo precio no suele bajar de los 20.000 euros o, lo que es lo mismo, la renta media por hogar anual en España.

Pero en los Emiratos no hay mucho que hacer, sino pasear (en invierno y primavera, con 30/35 grados centígrados a la sombra) de hotel en hotel y comprar. Por ejemplo, ropa interior femenina, de la que hay tiendas de lujo en abundancia. O Ferraris. Abu Dabi tiene la exposición y la tienda de Ferrari “más grande y lujosa del mundo”.

Estos aspectos, para quien sea fiel observante del Islam, como dicen ser los terroristas asesinos de Al Qaeda e ISIS, son heréticos. Sin embargo, en Emiratos no hay atentados: los hay en París, como sabemos. No se ven ni policías ni militares, como en Egipto. Las guerras del Yemen y de Siria, donde las Fuerzas Armadas emiratíes están implicadas junto a Arabia Saudí, parecen cosa de otro planeta. Por no hablar de Iraq y Afganistán (donde Estados Unidos se ha dejado la calderilla de 19 billones de dólares americanos, casi 10.000 soldados y marines muertos, cientos de miles de heridos en el cuerpo y en el alma, y 4 millones de veteranos. Con cierta razón los de Arabia Saudí y los Emiratos se han desentendido de estos países: creen que es un problema americano). La CIA tiene su propia teoría de porqué esto es así, pero no es menester compartirla aquí, porque como me dijo el embajador español en Emiratos, “no te metas en política...” (que es muy peligroso).

En Arabia Saudí sí ha habido ataques, atribuidos a los hutíes de Yemen con misiles iraníes. La cuadratura del círculo. Ni Estados Unidos, ni Israel, ni Arabia Saudí quieren que Irán desarrolle energía nuclear. El acuerdo de 2015, inspirado por Obama, despejaba las sanciones económicas si Irán no seguía adelante con su programa nuclear. Trump dice que es el peor acuerdo del mundo y árabes e israelíes piensan lo mismo: al tiempo que Emiratos ya tiene su primera planta nuclear Gracias a Corea del Sur. El 26 de marzo, el presidente de dicho país, Moon Jae-in y el jeque de Abu Dabi, Mohammed bin Zayed, inauguraron la primera “planta comercial nuclear de Emiratos”.

Este anuncio coincidió con otra sorprendente revelación, aunque fuera un secreto a voces. Israel reconoció el 27 de marzo, que bombardeó en 2007 instalaciones nucleares sirias de Basas Al Asad.

Hoy, mientras los emiratíes viven felices rodeados de lujo y glamour de color negro, otros árabes viven una tragedia en Siria. Y ya son ocho años de una guerra en la que, como en Líbano en los años ochenta, está implicado todo el mundo. Con el régimen de Basar Al Asad se alinean rusos, iraníes, milicias chiíes, Hezbolá y Hamás. Con la oposición moderada están Estados Unidos y la Coalición Árabe encabezada por Arabia Saudí y Emiratos, como en Yemen. Y todos luchan contra Al Qaeda (que aquí se llama Al Nusra) y el Estado Islámico, quienes a su vez, luchan entre sí.

Mientras, medio millón de cristianos han sido arrasados en Siria y ya hay medio millón de muertos y cuatro millones de desplazados. Muchos de ellos a Turquía y a Jordania. Turquía desempeña un papel esencial pero limitado en la guerra de Siria. Ha invadido las zonas kurdas para evitar que sus kurdos y los de Siria se unan y constituyan un Estado propio. Erdogan ha cumplido su promesa de 2002: convertir Turquía en un estado suní teocrático, que, aquí, es lo mismo que democrático. En Oriente Medio los políticos no se complican la vida. Primero se acaba con la oposición (a sangre y fuego en Siria y en Yemen); segundo, se impone un partido único, sea suní en Arabia Saudí o chií en Teherán. Y la religión se convierte en la agenda política.

Durante tres días se celebran elecciones en Egipto. Las elecciones las ganó Al Sisi con el 97% de los votos, mismo porcentaje que en las anteriores. Es curioso ver cómo el porcentaje cambia de manos con la misma facilidad con que Franco ganaba sus referéndums con más del 100% de los votos. Baste recordar la muy buena relación que mantuvo el régimen de Franco con los países árabes. En Emiratos le imitan y, en siendo un régimen democrático de partido único las votaciones suelen obtener cerca del 100% de los votos.

Los Emiratos (10 millones de personas en siete emiratos) son los más avanzados y progresistas. Su tasa de paro es del 3%, aunque los que trabajan no son ellos, sino emigrantes paquistaníes, indios y egipcios. Sirios y palestinos no son bien recibidos, a no ser que sean millonarios o tengan carreras universitarias necesarias, como la de médico.

Los Emiratos son tan progresistas que, mientras hay guerra en Afganistán, Iraq, Siria y Yemen, ellos, ajenos a todo eso, acaban de aprobar una ley sobre conciliación familiar y laboral, para que padres y madres puedan dedicar más tiempo a sus hijos. La verdad es que esta muy bien, aunque hay un matiz importante. En Emiratos, los emiratíes no trabajan. Lo hacen millones de emigrantes, como ya dije antes. Una contradicción más que añadir a la vida en Oriente Medio

 Jorge Díaz Cardiel es Socio director Advice Strategic Consultants autor de ‘Clinton vs Trump’ y ‘Trump, year one’

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