En busca de un populismo económico sensato
Aumentar el papel del Gobierno puede reducir el paro y frenar los excesos financieros
Los políticos antisistema deberían tener políticas económicas iconoclastas. Por ahora, sin embargo, muchos movimientos populistas occidentales están fracasando al respecto.
El presidente de EE UU, Donald Trump, parece decidido a deshacer regulaciones útiles en su país mientras siembra enemistades innecesarias en el extranjero. Es difícil igualar el nivel de tontería de su mezcla de recortes en los servicios públicos, contraproducentes aranceles y confusa beligerancia retórica.
Los europeos están intentando igualarlo. Los cheerleaders del brexit sueñan con llevar a Gran Bretaña a un pasado imaginario una vez abandone la UE, pero tienen pocas políticas concretas. En Italia, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas cambian las políticas económicas de forma habitual y casi aleatoria. El francés Frente Nacional no es mejor.
Este vacío económico es irresponsable, especialmente porque estos grupos atraen sobre todo a personas frustradas por su propia falta de oportunidades económicas y por las disfunciones del sistema basado en el mercado. Estas personas “excluidas” merecen ideas concretas, no solo discursos furiosos y eslóganes vacíos.
El más vacío de todos es el “nacionalismo económico”. Las economías modernas son intensa y profundamente internacionales. Si se separara a los países desarrollados de la eficiente producción extranjera y de la tecnología de primera clase, se producirían más pérdidas que ganancias.
Sin embargo, los beneficios nacionales de participar en la economía mundial deberían compartirse equitativamente. Asegurarse de que eso suceda es tarea del Estado, aunque el concepto de gobierno de servicio es anatema para muchos populistas conservadores de EE UU. Su credo de Gobiernos cada vez más pequeños y mercados cada vez más libres es peligrosamente contraproducente para los afligidos votantes del populismo.
Después de todo, solo los Gobiernos pueden hacer cumplir este tipo de regulaciones y permitirse el tipo de inversiones en formación y desarrollo industrial que podrían ayudar a las personas con relativamente pocas habilidades y oportunidades. Y solo los Gobiernos tienen los recursos y el poder necesarios para proporcionar amplias redes de seguridad social que protejan a los “excluidos”.
El ejército de EE UU, que ofrece atención médica decente, paga la educación superior y garantiza pensiones generosas, es un buen modelo. Los líderes populistas podrían seguir su ejemplo y sustituir las anticuadas leyes laborales y de prestaciones por programas igualmente amplios, aunque menos costosos.
La prioridad sería garantizar buenos puestos de trabajo. Incluso en los países en los que las tasas de paro son relativamente bajas, el número de personas con empleos de baja calidad puede ser alarmantemente alto. Existen precedentes de políticas laborales más activas. En la década de 1930, la creación de empleo dirigida por el Gobierno fue un éxito económico tanto en Alemania como en EE UU. Ahora las necesidades son distintas, pero los principios son los mismos: más y mejores puestos de trabajo.
Contratar a más personas, ya sea en nómina del Gobierno o indirectamente a través de planes respaldados por él, para realizar tareas socialmente valiosas, podría amortizarse rápidamente. No sólo aumentaría la base impositiva, sino que también disminuiría la demanda de prestaciones.
Crear puestos de trabajo mejores es un reto mayor que crear más. Pero los políticos pueden ayudar. Mariana Mazzucato, directora del Institute for Innovation and Public Purpose del University College de Londres, señala que los Gobiernos fuertes enriquecen el entorno económico, entre otras maneras, apoyando una mejor formación y proyectos de desarrollo coherentes.
La seguridad económica sería la siguiente prioridad. Muchas personas pobres y de clase media de Occidente corren el riesgo de bajar en la escala socioeconómica. El peligro es particularmente alto en EE UU, pero los estados del bienestar europeos también son demasiado falibles. Los programas de trabajo para desempleados al estilo escandinavo o las rentas básicas pueden ser alternativas mejores. La economía populista podría convertir esas ideas en una cruzada nacional para evitar que el desempleo sostenido, la mala salud y las rupturas familiares conduzcan a una pobreza persistente.
En resumen, una economía populista realmente útil querría más gobierno con mayores gastos y, por tanto, mayores impuestos. Tal crecimiento podría ser más útil si los funcionarios fueran generalmente competentes y raramente corruptos. De nuevo, hay un precedente. Los populistas reformistas de principios del siglo XX hicieron campaña a favor de una Administración pública bien remunerada y basada en el mérito. Los populistas y nacionalistas de hoy podrían resucitar y modernizar ese fervor.
La economía populista también podría incluir medidas para frenar los excesos financieros, que normalmente implican una transferencia de dinero de prestatarios relativamente pobres a prestamistas relativamente ricos: un mal negocio para la mayoría de los votantes del populismo. Los ingresos ultraaltos de algunos profesionales financieros son otro objetivo claro.
Un mejor Gobierno, más puestos de trabajo y protección social, y menos finanzas son las piedras angulares de una agenda económica populista sensata, una que evite cualquier indicio del tipo de capitalismo clientelar que asola a los Gobiernos de Rusia y Turquía. Cuando el favor político es la única tecla para el éxito en los negocios, los votantes del populismo tienden a salir perdiendo.
Incluso la economía más beneficiosa no cambiará las líneas autoritarias y nacionalistas extremas de los movimientos populistas contemporáneos. Esos rasgos nunca atraerán a los defensores del orden actual. Si el sistema realmente quiere mantenerlos a raya, podría empezar proponiendo él mismo algunas buenas políticas económicas populistas.