Una (vieja) batalla entre nacionalistas y globalistas
El resurgir del proteccionismo puede resultar catastrófico: no es la primera vez que ocurre
La época de la Pax Americana ha tocado a su fin. El cambio de rol de Estados Unidos en el orden internacional ya es una realidad. Tras meses de amenazas y flirteos, la Administración Trump ha dado un paso definitivo en su nueva estrategia: el establecimiento de aranceles al acero y al aluminio. Estados Unidos prioriza lo doméstico frente a lo internacional. El crecimiento económico y la generación de empleo a corto plazo son más relevantes políticamente que el liderazgo global.
La nueva estrategia americana se apoya en dos ejes de actuación entrelazados: proteccionismo y devaluación del dólar; el conflicto comercial y monetario como herramientas de política interna con implicaciones globales.
En lo referente a la estrategia comercial, los nuevos aranceles pretenden proteger y generar empleos en el llamado rust belt americano y proporcionar un contexto más propicio para el desarrollo industrial doméstico. Los hechos muestran el éxito inicial de estas medidas. El valor de las acciones de US Steel y AK Steel subió un 5,8% y un 9,5% en las primeras horas tras el anuncio de las nuevas tarifas. En los días siguientes, US Steel prometió la reapertura de su factoría de Illinois en un plazo máximo de cuatro meses.
Desde el punto de vista de la teoría económica, no puede decirse que este primer impacto positivo haya sido sorprendente. Los manuales predicen que cualquier medida proteccionista tiene un efecto inicial positivo seguido de un costosísimo shock a medio y largo plazo. La literatura advierte de las represalias internacionales y del abaratamiento relativo de muchos productos extranjeros.
La respuesta internacional no se ha hecho esperar. Jean-Claude Juncker aseguró que los políticos europeos también “saben y deben ser estúpidos”. La estupidez europea tomaría la forma de aranceles sobre productos como los pantalones Levi’s o las motocicletas Harley Davidson, y de reclamación ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). La reacción de otros países podría no ser tan proporcionada. La amenaza china de una paralización de la compra de deuda pública estadounidense o, incluso, de una venta masiva de bonos supondría un riesgo enorme para la estabilidad americana y para la financiación de la reforma fiscal. China no desea la guerra comercial, pero responderá con fiereza si se ve amenazada. Estados Unidos jugará con un levantamiento estratégico de los aranceles en una política de palo y zanahoria con sus aliados, lo que podría suavizar o agravar la repuesta internacional, así como su efecto global.
El abaratamiento relativo de los productos extranjeros es consecuencia de la llamada protección efectiva negativa. Las tarifas aprobadas son impuestos que de manera directa gravan los productos fabricados en Estados Unidos en base a aluminio y a acero importados. Como consecuencia de ello, los productos extranjeros se vuelven más competitivos que los domésticos. La solución a este problema pasaría, desde la doctrina Trump, por el establecimiento de nuevas tarifas a aquellos productos fabricados con acero o aluminio en el exterior. El segundo paso es una espiral difícil de detener. En cuanto a la devaluación monetaria, el dólar ha caído frente al euro desde la práctica paridad hasta el entorno de los 0,8 euros durante el periodo de presidencia de Donald Trump. La devaluación de la moneda americana ha pillado por sorpresa a muchos analistas. El ritmo adelantado de normalización monetaria de la Reserva Federal debería haber contribuido a la apreciación del dólar en un ciclo relativamente estable y duradero.
Su inesperada caída obedece, en primer lugar, al efecto de la reforma fiscal aprobada hace unos meses por la Administración americana. El nuevo marco tributario está favoreciendo la repatriación de capitales, lo que ha disparado la demanda de dólares e incrementando el tipo de cambio. En segundo lugar, el crecimiento americano está siendo menos brillante de lo esperado, frente al habitual dinamismo asiático o a la recuperación europea. La depreciación del dólar, bien sea buscada o casual, favorece el incremento de las exportaciones americanas y una reducción de su déficit por cuenta corriente. No es descartable, por tanto, que lo que ha llegado de manera relativamente casual se convierta en una estrategia deliberada a medio plazo por parte de Estados Unidos.
Como sucediera en los primeros años treinta, la visión del mundo como un juego de suma cero vuelve a ganar relevancia. En aquel momento, el proteccionismo europeo y las devaluaciones procompetitivas arrastraron el comercio mundial desde los 5.300 millones de dólares en 1929 hasta los 1.800 en 1933.
El débil crecimiento, el legado de la crisis y la creciente competencia global favorecen la diferenciación política en base a cuestiones superadas hace casi cien años. Las distinciones ya no se establecen en la dialéctica de derecha e izquierda, dentro de un consenso internacionalista. El debate en las economías avanzadas vuelve a enfrentar a nacionalistas y globalistas. No es la primera vez que esto sucede. Los resultados en el pasado fueron catastróficos.
Gonzalo Gómez Bengoechea es profesor de Economía de Comillas ICADE