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Tribuna
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Otra forma de luchar contra el tabaquismo

España, al contrario que otros países sigue manteniendo una política contra el cigarrillo electrónico

Pixabay
CINCO DÍAS

Hace seis meses fui invitado a participar en el 50ª Congreso de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), donde defendí mi firme creencia de que el cigarrillo electrónico y los productos del vapor pueden y deben ser una herramienta útil en la lucha contra el tabaquismo. Para mi sorpresa, observé que la Separ todavía mira con miedo a este producto y a su potencial de reducción de daños entre aquellos fumadores que no han podido o querido dejar de fumar, mientras que un creciente número de asociaciones homónimas alrededor del mundo están tomando un camino distinto.

Soy uno de los principales luchadores contra el tabaco y los efectos del tabaquismo, y por ello presido la Sociedad Italiana contra el Humo. No hay duda: el tabaquismo es la gran epidemia del siglo XXI, y por ello no debemos escatimar en recursos para luchar contra sus efectos nocivos. Ahora bien, los métodos tradicionales para abandonar el tabaco (parches, chicles, etc.) tienen una tasa de éxito no superior al 30%. ¿Qué pasa con el 70% restante?

Es ahí donde el potencial de los vaporizadores puede constituir, adecuadamente incentivado, una herramienta de salud pública de primer orden para reducir los daños asociados al tabaquismo en ese elevadísimo número de fumadores que no han podido, o querido, dejar de fumar. Si van a seguir fumando es mejor animarlos a pasarse a alternativas menos nocivas que les proporcionen nicotina, pero sin combustión, ya que la evidencia científica confirma que estos productos reducen hasta en un 95% los daños derivados del consumo de tabaco convencional.

Precisamente estos son los datos que acaba de publicar el servicio de sanidad inglés (Public Health England) en un metaanálisis de todos los estudios científicos publicados hasta la fecha, en el que: 1) reconoce al cigarrillo electrónico como un dispositivo 95% menos nocivo que el tabaco convencional; 2) confirma que 20.000 personas dejan el tabaco cada año gracias a ellos; 3) explica que ha contribuido a acelerar la reducción en la prevalencia tabáquica; 4) certifica que no constituye una puerta de entrada al tabaquismo, y 5) concluye que el vapeo pasivo es insignificante desde un punto de vista sanitario.

De hecho, Reino Unido lleva años evaluando el impacto del e-cig. En julio de 2016, Public Health England emitió un comunicado conjunto con otros 12 organismos médicos, entre los que se incluían la Fundación Británica del Pulmón, la Asociación Británica de Neumología (la Separ británica) y el Real Colegio de Médicos Británico, reconociendo que gracias al cigarrillo electrónico se había conseguido ayudar a 1,3 millones de personas en Reino Unido a dejar de fumar.

El propio Ministerio de Sanidad británico ha incluido el cigarrillo electrónico en sus ya conocidas campañas para octubre para dejar de fumar (Stoptober).

Pero Reino Unido no es ni mucho menos el único país en tomar estas medidas, pues en los últimos años países como Francia, Estados Unidos, Canadá o Noruega le han seguido en este cambio de mentalidad en las políticas contra el tabaquismo. Con estos precedentes, ¿por qué en España se sigue manteniendo una política anti-e-cig anclada en el pasado?

No se trata de que el cigarrillo electrónico sea un buen producto o no. No es sano, y no debería promoverse entre no fumadores. Ahora bien, para aquellos fumadores que no han podido o querido dejar de fumar, es preferible, desde un punto de vista sanitario, que se pasen a alternativas de menor riesgo sin combustión, pues solo con este cambio de hábito se podrán salvar millones de vidas en el medio y largo plazo.

El Gobierno español debe mirar fuera de sus fronteras, seguir de cerca el debate científico internacional en torno a estos productos, y ser valiente para innovar sus políticas sanitarias e integrarlos como herramienta adicional en la lucha contra los efectos del tabaquismo. En juego está la salud de ese 70% de fumadores que merecen tener a su disposición todas las herramientas posibles en su particular vía crucis contra el tabaquismo.

Riccardo Polosa es Director del Instituto de Medicina Interna e Inmunología Clínica de la Universidad de Catania (Italia) y Responsable del Centro Universitario para la Investigación

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