¿Hemos aprendido la lección en la última crisis?
Davos ha concluido que la economía ha dejado atrás las dificultades, pero estas siempre vuelven
Fin de la crisis. Así lo atestigua la 48 edición del Foro Económico Mundial (WEF). Hacía mucho tiempo que no se percibía un “optimismo” como el que se ha vivido en Davos. Motivos no faltaban. Las Bolsas marcan máximos históricos, como es el caso de EE UU, y los directivos empujan y se ven empujados por este creciente optimismo, confirmado por la tradicional encuesta de CEO que presenta anualmente PwC. A todo ello se suma el Fondo Monetario Internacional, subiendo sus predicciones económicas de forma generalizada a los principales países desarrollados y emergentes. Y la política monetaria expansiva prosigue, en tanto la ausencia de presiones inflacionistas permite a los bancos centrales continuar sus programas de estímulos.
Así que dejamos atrás la crisis, con un nivel de deuda en los países y las empresas al menos preocupante y con nuevos riesgos para estas últimas que ven cómo quedan fuera de su directo control: terrorismo, ciberataques, geopolítica, clima y, el más reciente en el horizonte, guerra de divisas. Sin dudas, esta crisis es la más dañina y compleja de las conocidas. Aunque las crisis siempre son distintas, comparten una ley empírica, la cual demuestra que la producción del sistema capitalista está comprendida entre una fase de prosperidad y otra de depresión. El paso de una fase a otra se realiza críticamente, salpicadas por intervalos de acontecimientos importantes que se suceden con gran rapidez.
Recuérdese que en 2007 estábamos en un momento de fuerte prosperidad, y de pronto surgió la crisis. Enseguida provocó un estancamiento en una serie de sectores clave, donde rápidamente disminuyeron los precios. El estancamiento se extendió y la producción bajó hasta niveles no conocidos, el paro creció y los beneficios disminuyeron o desaparecieron. Pero en un determinado momento comenzó la recuperación y poco a poco se reactivó la producción, subieron los precios, aumentaron los beneficios y creció el empleo.
De manera que el motor de la economía, que diría John M. Keynes, se puso a funcionar, el sistema productivo, como el volumen de producción, se recuperó, las Bolsas de valores se muestran eufóricas y los empresarios vuelven a su optimismo. Son los animal spirits de Keynes, quien se había dado cuenta de que, aunque la mayor parte de las actividades económicas suelen tener motivaciones racionales, también existen otras muchas que están gobernadas por “espíritus animales”, ya que los estímulos que mueven a las personas no siempre son económicos, ni su comportamiento es racional, cuando persiguen este tipo de intereses. Según este punto de vista, tales espíritus son la causa principal de las fluctuaciones de la economía.
Pero las crisis se suceden a pesar de la riqueza teórica y metodológica de la economía capitalista. Se repiten una y otra vez, y aun así, tras cada episodio se sigue pensando que no van a volver a repetirse, porque la mayor parte de los agentes económicos y financieros y las personas en general piensan que “esta vez es distinto”. Esta vez es distinto es el título del libro de los profesores de economía Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. “Yo debo decir que soy bastante optimista con la dirección en la que marcha la economía mundial en este momento” (Alicia González, El País, 27-01-18). Parece que se cumple el guion establecido por John K. Galbraith en Breve historia de la euforia financiera. “Una vez superada la crisis, caemos siempre en el relajamiento de la memoria. Porque la memoria financiera es especialmente corta, o porque los agentes financieros son demasiados jóvenes y no han vivido una anterior, o bien porque estos tienden a creerse, equivocadamente, que ellos son mejores y están más preparados que los anteriores y, finalmente, porque existe una tendencia humana innata a creerse los propios deseos aunque no tengan nada que ver con la realidad”.
La realidad puede ser que las crisis sean provocadas por una correlación de sucesos normalmente desconectados entre sí. Sucesos aparentemente desconectados, que crean cisnes negros, los cuales ocasionan enormes impactos en la estructura económica de los países y del mundo. Aunque como señala Nassim S. Taleb, las crisis no son acontecimientos insólitos, ni tampoco excepcionales cisnes negros, sino que son algo frecuente y relativamente fácil de prever en el sistema capitalista. Así que llamémosles cisnes blancos, dado que han probado tener una enorme capacidad para lidiar con todas ellas y, al mismo tiempo, han sabido producir los mecanismos más apropiados para la resistencia, junto con una admirable capacidad de adaptación, y además, cada vez que le sorprende y acosa una sorpresiva crisis el sistema capitalista se reinventa para continuar avanzando.
Pero las crisis, como criaturas de costumbres, vuelven una y otra vez, ofreciendo estallidos que golpean con diferentes grados de intensidad y dureza el panorama económico de cada época. Y es que, abandonado a su propia inclinación, en sí mismo, el capitalismo tiene la tendencia a caer en la inestabilidad. La historia indica que durante los últimos 200 años se han producido unas 300 crisis financieras de intensidad y naturaleza muy diversa –bancarias, cambiarias, de deuda interna o externa–, a las que habría que añadir las propias de la economía real.
Por lo tanto, aunque esta vez es distinto, esta es una frase que parece maldita, pues cada vez que se pronuncia da paso a una nueva crisis, lo cual indica, una vez más, que no se ha aprendido nada de las lecciones anteriores.
Ramón Casilda es Profesor del IEB. Autor del libro ‘Crisis y reinvención del capitalismo’ (Tecnos, 2015)