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Tribuna
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Crece la tensión en el independentismo

A día de hoy el nacionalismo catalán carece de estrategia alguna, y se agudizan las diferencias

Reunión en el Parlamento de Cataluña presidida por Roger Torrent, ayer.
Reunión en el Parlamento de Cataluña presidida por Roger Torrent, ayer.REUTERS

Solo era cuestión de tiempo que la aparente armonía, cada vez más disimulada, en las filas del independentismo, quebrase. Los últimos meses, pese a mantener ante las cámaras cierta pose, han agudizado las diferencias entre ellos. Unas diferencias que siempre han existido en la arena política y sociológica, pero que solo fueron interesadamente hilvanadas bajo la túnica de la república ensoñada. Los caminos empiezan a divergir. No lo dicen, pero la tensión crece. La fractura se hace más angosta y la sima de deslealtades es una acusación a modo de reproche constante.

El aplazamiento por parte del presidente del Parlament de la sesión de investidura, por llamarla de alguna manera, las prisas en declarar y hacer que se supiere que hasta en cinco ocasiones ha telefoneado infructuosamente a Puigdemont, delatan que algo marcha mal. Hay desorientación, pero también desconfianza. Hay cálculo, pero nadie sabe las cifras ni la tabla de ese cálculo. Todo puede pasar. El pronunciamiento del Constitucional ha sido tan rotundo como parco en palabras, pero suficiente para detener otra impostura más, otro cambalache de los que desde septiembre pasado han llevado a la agonía política no solo Cataluña sino a toda España que empieza a estar cansada que no resignada, de tanta idiocia colectiva y de no ver salida al final del túnel.

Acaban de dormir el partido, como se dice en el mundo del fútbol. Nadie tiene prisa, o eso lo parece. Y puestos a entrar en estado letárgico nadie mejor puede encarnar los tiempos y coquetear con ellos que el presidente del Gobierno; aunque puestos a jugar, cayó en la trampa de las prisas y los avales al mal aplicado artículo 155 de otros partidos para convocar inmediatamente unas elecciones que nunca debieron convocarse con esa insuficiencia temporal y con un laxo, por no decir indiciario 155. De aquel error, la irrelevancia. Pero aún sigue teniendo cierta parte del mango de ese sartén que amenaza con ebullir hasta la llama cuando se deja al fuego un atisbo de aceite y pasan los minutos. Así está ahora mismo el panorama político catalán, en esa lumbre hogareña que pueda insuflar súbitamente un incendio.

Por el camino que vamos, o el independentismo presenta otro candidato menos manchado y no tocado judicialmente o nos encaminamos hacia unas nuevas elecciones. Elecciones que nadie quiere en verdad, porque la fractura se acaba de congelar. Como un corte que desgarra y parte en dos y al tiempo cicatriza. Volver a las urnas es o sería la muestra más palmaria de la incapacidad política y el atrincheramiento taimado de los partidos en Cataluña, máxime del bloque nacionalista. Nadie quiere o desea arriesgarse a un resultado de castigo y de abstención, pues si en frente hay, o hubiere un electorado exigente, maduro, comprometido y coherente, no dejaría el resultado en estas tablas endiabladas y turbias.

Habrá que analizar si esta escenografía de recelo y desconfianza, de provocación y juego al gato y al ratón entre el PdeCat y Esquerra es auténtico o no, o es el reflejo de una ruptura que se está acrecentando habida cuenta que ahora sí hay una lucha descarnada por el poder y los tiempos. Todos son conscientes del callejón sin salida –la hay, y es la cárcel, que no la huida rocambalesca y patética, pese a que los medios aún miman y asisten a los sucesivos esperpentos del presidente destituido– y que puede acabar con el descabezamiento de todo el nacionalismo.

También sabemos que, decididos a dar el paso que dieron en octubre pasado los nacionalistas catalanes, no hay arrepentimiento sincero de ningún tipo. Todo forma parte de la necesidad y la situación personal de unos políticos que se han visto de pronto entre unas rejas que no entienden, ni deben, de estrategias políticas, vítores y soflamas.

A día de hoy el nacionalismo catalán carece de estrategia alguna. También de liderazgo. De lo contrario, no sería Puigdemont el candidato todavía propuesto o querido o deseado a regañadientes por Esquerra. Lo sucedido en los últimos meses les ha dado votos en las urnas, les ha dado una mayoría, pero más por compasión, por sentirse víctimas, por rechazo a lo otro, al artículo 155, a Madrid y todo lo que sicológicamente queramos argüir, pero no les da certeza ni convicción alguna de que toda esta impostura va a ser capaz de llegar a algún lugar. No hay otro lugar ni otras Tabarnias imaginarias. Hay normas, hay leyes, hay respeto a esas pautas constitucionales que algunos quisieron pisotear y aún tratan de hacernos creer que se pueden aplastar. Preparemos la siguiente cita electoral en Cataluña.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho de la Universidad Comillas

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