Ejecutivos responsables en la sociedad del cambio
Larry Fink es el fundador y primer ejecutivo de Blackrock, la compañía que maneja activos por valor de 5,7 billones de dólares. Es gestor de fondos y un inversor de referencia en multitud de compañías y una voz muy interesante. Aquí su libertad económica le permite opinar con libertad, algo que sucede cada año en una carta dirigida a los CEO de las principales firmas del mundo. Su carta, que está accesible en la web de la gestora, es un análisis excelente de la función social de las empresas, su papel en la globalización y su responsabilidad social. Y señala con el dedo a los ejecutivos y directivos que las lideran: es el momento de la responsabilidad. En mi opinión, éstas son las claves de la nueva globalización y el orden liberal. Entrecomillo la cita de la carta y, a continuación, comento su relación e impacto en la inteligencia directiva.
- “El gobierno incapaz de abordar determinados retos del futuro”. En mi opinión, es fruto de la complejidad, la crisis fiscal, la transformación digital, el empoderamiento ciudadano, el desorden informativo y la regulación multinivel. Los gobiernos ya son jacobinos, sino que tratan de gobernar un entorno en constante cambio. No es incapacidad, por falta de capacitación, sino por la imposibilidad de combinar globalización, democracia y soberanía, a la manera de Dani Rodrik. No hay respuesta corta, aunque sí tenemos avanzado el diagnóstico de un gobierno roto.
- “La sociedad recurre al sector privado”. En realidad, la colaboración pública y privada es una necesidad de las sociedades abiertas, que deben emplear los activos de ambas partes para proporcionar un mejor entorno a los ciudadanos. El Gobierno puede liderar el proyecto político y social, pero es imposible que éste se ejecute sin la innovación directiva que procede del sector privado. Es tarea del directivo encontrar el modo en que una acción consensuada aúne las voluntades de los poderes públicos y privados y genere valor compartido.
- “No solo rentabilidad financiera, sino beneficiar a todas las partes”. La innovación en la misión directiva consiste en liderar proyectos sostenibles, que crean valor en la comunidad, contribuyen a paliar el cambio climático y mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. La rentabilidad no es solo un número o la medición de todas las cosas. Como escribía Daniel Innerarity en El País, la obsesión por numérica ha perjudicado la visión de conjunto.
- “Tipos reducidos, escaso crecimiento salarial y sistemas de pensiones inadecuados”. La desigualdad es uno de los temas de nuestro tiempo y esconde consecuencias no deseadas, en forma de polarización social, conflicto e injusticia social. En este contexto, la empresa tiene que planterse qué aporta a la comunidad en la que opera, qué valor neto deja y cómo puede contribuir a reducir la desigualdad. Y no hablamos solo de salarios.
- “La seguridad laboral”. Incluye una mención expresa a la automatización, los robots y el reciclaje profesional de los trabajadores. Sea el capitalismo creativo o bien el trabajador independiente de la gig economy, encontramos que el empleo de nuestros hijos no se parecerá en nada al sistema actual. La clave directiva consiste en conocer cómo mantendremos activa la vida laboral, cómo se modernizarán las capacidades productivos o cómo se sostendrá el sistema de pensiones. A mi entender, es una cuestión esencial en el diseño de las políticas públicas en materia industrial.
- “La gobernanza empresarial basada en la participación de los accionistas y el diálogo con los directivos”. Es el momento de repreguntarse qué tipo de problemas de agencia nos han llevado a la Gran Recensión y cómo podemos reducir estas malas prácticas. El accionista quiere rentabilidad, por supuesto, pero también estabilidad. Principia la ética corporativa en ideas claras, concisas, sobre qué se espera de los empleados, los proveedores, los distribuidores y otros actores interesados en la actividad de la compañía.
- “Incrementar el valor a largo plazo”. Hay que huir de las valoraciones trimestrales, cuando éstas sirven para disociar el valor de la compañía de la creación de riqueza. El primero es sostenible en el tiempo, no se fuga con la marcha de directivos y no se puede copiar. En cambio, la riqueza puede ser un golpe de fortuna, una maniobra bursátil o una mala práctica empresarial. Cualquier directivo puede hacer ricos a sus propietarios con la segunda, pero estoy persuadido de que tal orientación contraviene la misión de la empresa. Y, al final, se acaba pagando en forma de multas, crisis reputacionales o la completa desaparición.
En síntesis, Fink ha sido capaz de elaborar un discurso directivo alejado del corto plazo y de la próxima cotización. No es ahí donde podemos crear valor para el accionista y para la sociedad. Hay que aprender a gestionar el capital político, social y relacional de la organización que modo que se influya en el diseño de la sociedad que queremos ser. Ojalá 2018 traiga, en las escuelas de negocio, más énfasis en estas cuestiones transformacionales.