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El Foco
Tribuna
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La factura económica del independentismo

Pocos creen que la crisis soberanista termine en ruptura. Si ocurriese, el coste sería muy alto

REUTERS

Los últimos pasos del independentismo catalán son inquietantes; también lo han sido los anteriores y, sin embargo, observamos que el crecimiento de la economía y el empleo en la comunidad autónoma han sido positivos. Cabe preguntarse, por lo tanto, a qué se debe esta aparente paradoja en la que hemos observado simultáneamente avances de los niveles de incertidumbre y de la producción; será bueno también reflexionar sobre si esta contradicción aparente la seguiremos observando en un futuro cercano.

Una nueva vuelta de tuerca de independentismo conlleva, al menos, el sostenimiento de los niveles de incertidumbre previos. Ante los cambios y el desconcierto que se está produciendo, es racional que se revalúen las decisiones de los empresarios y consumidores.

Es racional que se vuelva a analizar la situación y se replanteen si siguen siendo adecuadas sus decisiones anteriores. No cabe duda de que niveles más elevados de riesgo, asociados a niveles superiores de incertidumbre, tienden a paralizar las decisiones de inversión, consumo y la atracción de capital extranjero; la teoría económica y los resultados de investigación aplicada son claros a este respecto. Por lo tanto, para entender la simultaneidad de incertidumbre y crecimiento, debemos acudir a la explicación de las fuentes de incertidumbre, el papel de las mismas en un mundo globalizado.

En primer lugar, en relación con las fuentes de incertidumbre, debemos destacar que, aunque a escala nacional (por nacional me refiero a española), el asunto esté generando ríos de tinta y enfrentamientos ásperos, en el resto del mundo la repercusión de estas tensiones es prácticamente nula. Los mercados financieros internacionales ningunean el desafío independentista y obvian sus efectos, dado que no creen factible la ruptura. Los turistas y los importadores de productos catalanes tampoco se ven afectados por el problema político y siguen tomando sus decisiones con normalidad.

Por su parte, las instituciones internacionales han mostrado claramente su posición y no pretenden inmiscuirse en lo que consideran un problema interno. Podríamos decir que tras años de debate, la situación se ha vuelto crónica y, por lo tanto, sus efectos se han incorporado a las decisiones cotidianas de empresas y familias.

Por otra parte, la incertidumbre generada por la situación política en Cataluña es asimilable a la que ha existido en otros países, como Irlanda y Bélgica, que también han mantenido ritmos de crecimiento favorables. Es, por lo tanto, una incertidumbre local, cotidiana y sin repercusión internacional. La vuelta de tuerca adicional que se ha dado recientemente tampoco parece que haya modificado las expectativas de crecimiento económico.

En segundo lugar, la incertidumbre tiene una presencia creciente y procede de muchos frentes (económico, político, social, tecnológico y geopolítico). En un mundo globalizado e interconectado, las fuentes de incertidumbre están presentes constantemente; la crisis migratoria, el terrorismo, la tensión en Corea del Norte, el brexit, incluso los huracanes Harvey, Irma y, en camino, José. Estos factores incorporan niveles de incertidumbre global superiores a los que genera el debate sobre la estructura territorial de España.

El mundo es cada vez más capaz de absorber estos niveles de incertidumbre y seguir avanzando en su crecimiento. A escala española, los condicionantes internacionales siguen teniendo un peso creciente mientras que los factores puramente locales reducen su influencia. Finalmente, los efectos económicos del debate catalán deben analizarse en relación con la situación en la que se mantienen todos los factores constantes, excepto la cuestión independentista. Estos análisis son difíciles y muy debatibles en cuanto a supuestos y resultados.

Los niveles de bienestar que hubiéramos alcanzado nunca los conoceremos con exactitud, aunque con mucha probabilidad hubieran podido ser superiores si se hubiera dado un uso económicamente eficiente de los recursos, por ejemplo, para suplir las carencias en I+D+i o en educación. Resulta más fácil reflexionar sobre recursos que se han derivado de actividades productivas hacia tareas independentistas; esos recursos no volverán y me gustaría pensar que, a pesar de todo, darán su fruto de una manera u otra.

Es importante que todo el camino recorrido cuaje y consigamos establecer las bases de un nuevo periodo de prosperidad y estabilidad. España ha tenido periodos de incertidumbre intensos, como la etapa de la transición y la incorporación a las instituciones europeas, y de ellos ha salido reforzada, lo que permitió sustentar etapas de crecimiento robusto.

¿Podría estar la economía española en una coyuntura de este tipo? Si somos capaces de solventar la situación actual proporcionando un marco a largo plazo de estabilidad y crecimiento, útil también para el resto de comunidades autónomas, el periodo actual podría considerarse positivo; en otro caso, nuestro bienestar habrá descendido sin razón alguna y el problema volverá, con mayor o menor intensidad, pero volverá porque no se ha resuelto satisfactoriamente. Debemos entender que la sociedad y la economía están cambiando y mirando al futuro más que al pasado. Estamos ante un nuevo paradigma para la economía y la sociedad que se manifiesta también en la política española. El nuevo contexto político permite mayor diversidad, diálogo y nuevos acuerdos. Aprovechemos esta coyuntura para sentar nuevas bases de crecimiento sostenido.

En conclusión, los efectos económicos están siendo limitados porque son pocos los que creen que el resultado de este proceso pueda acabar con la ruptura y tener consecuencias económicas traumáticas, como el establecimiento de barreras comerciales o falta de financiación.

Si estos pocos estuvieran en lo cierto –de vez en cuanto se producen hechos poco anticipados, véase el brexit, el proceso de paz en Colombia o las elecciones en Estados Unidos– sí habría un efecto dramático sobre la actividad económica; en otro caso, seguiremos observando una cierta normalidad pragmática habitual en el mundo de los negocios.

Juan de Lucio, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nebrija.

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