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El Foco
Tribuna
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Estas son las respuestas al malestar ciudadano con los turistas

Venecia sufre un problema desde hace 35 años, pero las medidas actuales no funcionarán

Turistas en Venecia.
Turistas en Venecia.GETTY

Se veía venir, se queda corto. Los que en la academia y en contexto internacional nos ocupamos de desarrollo turístico disponemos de suficiente conocimiento para haber previsto en detalle lo que iba a caerse encima de las mayores ciudades europeas: niveles crecientes e imparables de presión turística, empeoramiento de las condiciones de vida en las ciudades de destino y hasta efectos en la sociedad local.

De un lado, la despoblación de los centros históricos o, más bien –esto sí que es nuevo– la sustitución de la población residente con población flotante, que se aloja en pisos turísticos sin licencia, no genera impuestos y no vota. En pocas palabras, destruyendo capital social del que hace ciudad con puro consumo de lugar. Del otro, una respuesta ciudadana que ha pasado del ser pura irritación (fenómeno ya analizado por el sociólogo Doxey hace 42 años) a ser organización de alternativas.

En este sentido, el caso español es admirable, porque en muchos otros destinos turísticos masificados del mundo esta respuesta ha tardado muchísimo en llegar. Quien les escribe es nativo (y todavía medio residente) de Venecia, worst case scenario del mundo en cuanto a impacto del turismo. Esta ciudad ha sido laboratorio para la investigación en turismo durante décadas: varios modelos analíticos que utilizamos en el análisis de la transformación de lugares sujetos a altos niveles de estrés han sido retallados al caso veneciano. Y, sin embargo, después de 35 años de haber constatado que Venecia tiene un problema con su turismo, las posibles soluciones han sido eternamente discutidas y nunca implementadas, hasta que solo ahora, frente a una creciente presión ciudadana y de organismos internacionales, y de forma sumamente confusa, se están tomando medidas que, ya podemos anticipar, apenas funcionarán.

En un artículo que publicamos en la revista Journal of Urban Affairs con Alessandro Scarnato (premio Ciudad de Barcelona 2016), sugerimos que el caso de Barcelona puede considerarse único, pero ha abierto una brecha importante en cómo se ve y se habla del turismo a nivel mundial: una ciudad que debe sus grandes avances y éxitos desde la transición a un progresivo proceso de cosmopolitización y embellecimiento en el que el desarrollo turístico es una dimensión fundamental. Al mismo tiempo, un modelo que acaba de ser fagocitado por el mismo turismo, lo único que creció de verdad, especialmente durante la crisis, produciendo una ruptura del consenso social, sobre todo entre las clases medias que aquel modelo hicieron posible en su tiempo.

De aquí, un cambio político hasta un punto inesperado: Barcelona es el único gran destino mundial que elige un gobierno abiertamente crítico con el modelo de crecimiento basado en los grandes números del turismo; es más, creemos que si ha ganado las elecciones Ada Colau es precisamente por ello. Revertir el modelo tomará años o décadas y no dejará Barcelona en la misma situación que antes de 1992; si la visión estratégica que está dibujándose en planes y procesos participativos, la de organizar un nuevo urbanismo para una ciudad abierta a múltiples movilidades –pero no dominada por ellas– tendrá éxito, se tratará de una redefinición fundamental y de alcance global de cómo se entienden y gestionan las ciudades hoy en día.

Por el momento, Ada Colau y sus concejales tienen que lidiar con las emergencias turísticas –que han quedado en un segundo plano tras los atentados del mes de agosto–. Lo hacen desde una objetiva posición de debilidad política, empeorada por el incómodo posicionamiento en el campo soberanista. Turistas borrachos, invasión de espacio público, un modelo de promoción (privada) de la ciudad totalmente fuera de control y gestionado como si fuera 1993, un parque de viviendas que desaparece a diario frente a la presión especulativa (por tantas multas que se puedan poner), un puerto y aeropuerto que siguen creciendo, caóticamente, sin posibilidad de control por parte de los organismos locales, y una falta de gobernanza preocupante por parte de la Generalitat, a la que parece costarle muchísimo revisar algo tan simple como las formas de recaudación y de gasto de la tasa turística para hacer frente a los costes generados por el turismo a nivel local.

La supuesta turismofobia reprochada por los adversarios políticos al Gobierno de Colau, como si hubiera un mandado político oculto de perseguir a los turistas, no es nada más que una subida de tensión en un debate ciudadano sobre el malestar creado por el turismo, que por el momento no puede encontrar respuestas a corto plazo. Dejando de lado los ataques reivindicados por Arran, que tienen que leerse exclusivamente en clave de lucha en la izquierda por el poder (soberanista), cuatro pintadas en las paredes no pueden hacer olvidar dónde y cuándo se ha credo esta situación, quién tiene la responsabilidad política, quién está sufriendo sus efectos y cómo se puede salir de ello. Como bien sugiere Raúl Solís Galván en El Diario del 8 de agosto (Turismofobia, tu padre), empezando de una vez a retribuir dignamente a los trabajadores del sector, persiguiendo legalmente y policialmente las prácticas especulativas en torno a la vivienda, y dejando de tratar a los residentes como ciudadanos de serie B. Algunas cosas en este sentido han cambiado en Barcelona, en Palma de Mallorca, en Valencia, en San Sebastián; otras tendrán que cambiar, pero no sin un apoyo claro de Gobiernos autonómicos, Estado y Comisión Europea.

Antonio Paolo Russo, Universidad Rovira i Virgili (Tarragona).

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