Lecciones una década después de la crisis
Europa ha perdido una oportunidad para sentar unas bases más exigentes en sus mercados financieros
Se cumplen 10 años desde el inicio de esta crisis. La crisis. ¿Está usted mejor hoy, agosto de 2017, que hace una década? Tras el batacazo bursátil, tras los excesos, las burbujas, la ingeniería financiera, el colapso bancario, de algunos, no todos, de problemas de liquidez, de estar a punto de explotar el euro y de derrumbarse el mayor proyecto político y económico del siglo XX, la Unión Europea, ¿qué aprendimos de aquella crisis?
Posiblemente sin aquellos hechos, sin aquella conciencia realista de edificar un mundo sobre barro y arcilla, donde todo se volatilizó de repente con el mismo impulso con que antes se había creado, hoy no estaríamos donde estábamos ni tendríamos lo que tenemos. Tanto en lo económico, como en lo político, los axial o valores, lo social, etc. Apenas hemos hecho autocrítica. Ni siquiera en nuestro maniqueísmo egoísta queremos ni somos capaces de hacerlo. Hemos perdido una década, y no hemos ganado nada, ni autoestima. El discurso es más simple, llano y vacuo que nunca. Solo un titular, volvemos a los niveles económicos y estadísticos de 2007. Así de simple. Pero no queremos enjaezar ni aventurar crítica alguna. El conformismo es total. Pero plano.
Hubo entidades financieras que hubo que rescatar, se quiso que así fuera, con dinero público. Miles de empresas, cientos de miles en España, tuvieron que cerrar, disolverse. Otras, no muchas, a un ritmo de más de 9.000 al año, fueron a un concurso liquidacional, pero no convenido. No se salvaron ni sanearon. Pero nadie ha hecho autocrítica. Ni tampoco ha querido introspectivamente mirarse hacia dentro. Solo echar balones fuera, solo una culpa colectiva, cual si fueran burbujas inmobiliarias, bancos, Bolsa, seguros, etc, pero nadie ha entonado su mea culpa. Todos fuimos culpables. Ese era el discurso. Aunque usted y yo no tengamos culpa alguna, ni tampoco cuatro casas, tres coches y cinco vacaciones al año. Era la España de la borrachera, del consumismo desenfrenado, del egoísmo, del tener por aparentar, de la especulación sin rostro, de la ganancia fácil, espuria, del pelotazo.
Y en esa culpa heideggeriana que nos atrapó sin pensamiento ni opinión, la vorágine nos devoró de la noche a la mañana. Millones de desempleados, reformas laborales brutales, cifras galopantes de riesgo, déficit, deuda, superávits finiquitados a velocidad de vértigo, más de millón y medio de familias españolas con todos sus miembros en paro y la red protectora de la familia, padres y abuelos socorriendo a hijos y nietos.
El pesimismo caló. El catastrofismo arrumbó con la misma fuerza que la furia de antaño, la furia hedonista, vacua, estéril. Ya no era Lehman Brothers y otras financieras, éramos usted y yo, el amigo, el vecino, el que sufría el zarpazo de la crisis. El paro, la pobreza, la exclusión, el silencio, los vetos, las mentiras.
Diez años después, nadie hace crítica. La burbuja inmobiliaria empieza a cebarse, y la del turismo, a explotarse hasta la extenuación. Pero no hay otro modelo productivo. Y usted, ¿cómo está hoy? ¿Gana más o gana menos? Su poder adquisitivo ¿se ha resentido o no? ¿Está todo concluido o quedan muchos deberes por hacer de nuestros gobernantes? Y la sociedad civil, ¿sigue prefiriendo dormir en su impenitente vigilia letárgica?
Sí ha crecido el consumo interno, ha crecido la capacidad de compra en nuestro país, evoluciona favorablemente el PIB y el crecimiento macroeconómico, el desempleo baja, el déficit juega su equilibrio, la inversión sube, la Bolsa abre apetitos, pero, ¿y su cesta de la compra, y su inversión, y su ahorro, y su futuro inmediato? ¿Cómo ven el futuro sus hijos y sus nietos?
¿Supimos actuar y quisimos hacerlo tanto a nivel España como la Unión Europea en estos 10 años? ¿Hubo intensidades distintas en función de interés, países, políticas y colores políticos? Posiblemente hubo de todo y en algunos momentos faltó más determinación. Europa ha perdido una oportunidad de oro para sentar unas bases más ortodoxas y exigentes en sus mercados financieros y en los controles, amén de la unión bancaria. Hemos aprendido, se ha hecho, pero queda, debería quedar, mucho por hacer. Cuidado con la autocomplacencia silenciosa. Cuidado con el optimismo desbordante, cuidado con los populismos vacíos. Hagamos examen. Valoremos. No olvidemos ni desnudemos los valores.
Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad de Comillas.