Miguel Blesa, el banquero que convirtió a Caja Madrid en su feudo
Había sido condenado por el caso de las tarjetas 'black' En 2013 entró en la cárcel en dos ocasiones
Miguel Blesa de la Parra (Linares, Jaén, 1947) fue durante la presidencia de José María Aznar una de las personas más influyentes de España. Su estrecha amistad con el líder del Partido Popular -fraguada en sus años de opositores y en el primer destino de ambos, en Logroño- propició que cuando Aznar llegó a la Moncloa en 1996 nombrara a Blesa presidente de Caja Madrid, pese a no tener ninguna experiencia en el sector financiero.
Llegó a Caja Madrid como el gran desconocido. Su nombre apenas había sido oído en el mundo financiero. “¿Miguel qué?”, coincidían en preguntar en círculos financieros cuando comenzó en 1996 a rumorearse que iba a ser el próximo presidente de la segunda caja de ahorros española. Iba a sustituir a Jaime Terceiro pese a no tener ninguna experiencia en el sector financiero.
Nacido en Linares en 1947, Blesa era licenciado en Derecho. En los años setanta se preparaba para ser inspector fiscal del Estado en la Academia CEU de Madrid. Allí conoció a José María Aznar, con quien compartió plaza en la ciudad de Logroño en 1978 e incluso piso. Se hicieron muy amigos .
Su amistad le llevó a que Aznar, ya convertido en presidente del Gobierno con el PP, le impulsara para convertirse en presidente de Caja Madrid en un momento en el que las cajas de ahorros comenzaban a sobrepasar a los bancos en cuota de mercado por primera vez en la historia.
Consiguió que todos los grupos políticos y sindicatos que componían el consejo de administración de la entidad se unieran. Logró un consenso que años más tarde levantó toda clase de suspicacias tras conocerse el caso de las tarjetas black (todos los consejeros se beneficiaban de tarjetas opacas que utilizaron para sus gastos personales).
El sueño de Blesa era lograr la privatización de Caja Madrid y superar a su más directo rival, La Caixa, objetivos que no logró durante su presidencia (1996 a enero de 2010). Era el boom económico.
Las cajas iban creciendo y algunos de sus presidentes quisieron compararse con los responsables de los bancos tradicionales. Llevaban también poco tiempo de expansión tanto nacional como internacional, y Blesa también soñó con codearse con lo más granado de los círculos financieros, sin el complejo de provenir de una caja de ahorros (los banqueros tradicionales no veían en general con buenos ojos a los presidentes de las cajas, eran como mundos distintos). Ypuede que esa ambición marcara el inicio de su declive.
Decidió llevarse la sede operativa de Caja Madrid a las Torres KIO, desde donde podía divisar todo Madrid y mirar por encima a bancos como BBVA o Santander.
También quiso que el negocio de los inmigrantes aportaran el 20% del beneficio de la entidad y que Caja Madrid se convirtiera en la mayor entidad en conceder hipotecas. Todos retos que acabaron minando la solvencia de la entidad, como años después se comprobó. “La morosidad no es que venga, es que galopa”, llegó a decir cuando comenzó a aflorar la crisis financiera en España a causa de la burbuja inmobiliaria.
Caja Madrid fue la cuarta mayor entidad financiera de España (tras Banco Santander, BBVA y La Caixa), y la única entidad financiera española y casi del mundo que llegó a asociarse con el Gobierno de Cuba para dar hipotecas, pero su aventura no aportó beneficios a la entidad. Fue una expansión más exótica y de imagen, que de otra cosa.
Desde su despacho, en la última planta de una de las Torres KIO de Madrid, Blesa dirigió la expansión de Caja Madrid por otras regiones, su salto internacional con la compra de un banco en Florida (2008) y vivió en primera línea los tejemanejes de Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre para hacerse con el control absoluto de una institución que era el brazo financiero de la Comunidad de Madrid.
El culmen de su carrera se produjo justo antes del inicio de la crisis financiera internacional. El año 2007 Caja Madrid obtuvo un beneficio descomunal: de 2.861 millones de euros. Pero llegaron las hipotecas subprime en Estados Unidos, el colapso de Lehman Brothers, la explosión de la burbuja inmobiliaria en España.... y poco a poco comenzó el declinar de Blesa. El banquero ya tenía claro en 2008 que la banca española iba a atravesar por problemas gravísimos: "la morosidad no es que venga es que galopa", llegó a decir.
El último vals de Viena
A pesar de adivinar el fin de una época en la banca española, Blesa no cejó en su afán expansionista. Poco después de la compra del banco de Florida, en 2008, el directivo puso en marcha la expansión de Caja Madrid en Europa del Este. Para el proyecto, abrió una oficina en un palacete de Viena, desde donde se daría servicio a empresas interesadas en expandirse por Eslovaquia, Hungría, la República Checa. Blesa no escatimó en gastos y fletó un avión privado para llevar a la inauguración directivos de Indra, Mapfre, FCC o El Corte Inglés, además de a algunos políticos madrileños. También estaban invitados varios líderes sindicales y periodistas.
Los fastos incluyeron alojamientos en hoteles de cinco estrellas, comidas en restaurantes vieneses, visitas al palacio de Schönbrunn, conciertos con violines... Dos años después de la inauguración, la oficina fue cerrada y el edificio vendido.
Su último año al frente de Caja Madrid fue 2009, cuando aún se defendía que España sobrellevaría la crisis económica mundial mejor que otros países. La entidad financiera mantenía la apariencia de un balance saneado, pero la morosidad no dejaba de crecer. En la lucha intestina por Caja Madrid acabó mediando Mariano Rajoy, para imponer a Rodrigo Rato como sustituto de Blesa en la presidencia.
Blesa ya fue ajeno al proceso de integración de Caja Madrid en Bankia (junto con otras seis cajas de ahorros), a su salida a Bolsa y a su posterior rescate con dinero público. Pero su nombre ya estaba marcado en fuego en varios frentes judiciales.
Las primeras investigaciones que empezaron a destapar actividades sospechosas de Blesa al frente de la caja madrileña las impulsó el juez Elpidio Silva. En concreto, indagó sobre el proceso de compra del banco City National Bank de Florida. La agresiva instrucción del caso, que llevó incluso al encarcelamiento del exbanquero, acabó por dinamitar el procedimiento. El juez fue condenado por su actuación excesiva y el caso quedó archivado. Pero la semilla ya se había plantado.
Durante los cuatro últimos años, la vida de Blesa ha sido un calvario judicial. Aunque eludió el caso City, la Audiencia Nacional juzgó y condenó a seis años de cárcel al banquero por el uso abusivo de las tarjetas opacas en Caja Madrid. Blesa había recurrido la sentencia ante el Supremo, pero la sombra del regreso a la cárcel pendía sobre su cabeza.
Además, tenían pendientes otras dos investigaciones judiciales. Una por los sobresueldos abonados a la cúpula de Caja Madrid en los últimos años de su mandato. Otra, por la colocación de 3.000 millones de euros de participaciones preferentes entre clientes minoristas: un producto de riesgo, que se vendió como si se tratara de un simple depósito bancario.
Al margen de la condena por las tarjetas black y el temor a un nuevo ingreso en prisión, la reputación de Blesa se había visto dañada por la publicación de los correos electrónicos que mandaba a los directivos y consejeros de Caja Madrid. Esta correspondencia, puso de relieve una gestión personalista, con constantes injerencias por parte de altos cargos del Partido Popular, y con gastos suntuosos a cargo de la entidad financiera.
La foto del fin de una época
El último acto público de Miguel Blesa como presidente de Caja Madrid fue la inauguración del monumento diseñado y construido por Santiago Calatrava: un ostentoso obelisco dorado de 93 metros de altura. Las fotos representan el fin de una época. Al acto, que tuvo lugar el 23 de diciembre de 2009, acudió el Rey Juan Carlos (que abdicó en 2014), Alberto Ruiz Gallardón (que dejó la política también en 2014), Beatriz Corredor (la ministra de Vivienda, que salió del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010). El monumento, que costó 15 millones de euros, se revestía de 493 láminas de bronce bañadas en pan de oro. Fue "regalado" por Caja Madrid al municipio de Madrid. El obelisco tenía un mecanismo que hacía oscilar las láminas de bronce, pero su alto coste de mantenimiento (150.000 euros al año) hizo que el Ayuntamiento lo desconectara en 2012.
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