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Tribuna
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¿Generan valor las empresas sostenibles?

Los estudios confirman que la inversión en estas compañías obtiene de media mayor rentabilidad

Geralt (Pixabay)

Parece incluido en el propio concepto que una empresa no sostenible no tendrá futuro: lo insostenible no puede perdurar. Esto es bastante obvio en el campo financiero, y lo hemos visto recientemente con Banco Popular: una sangría de salidas de fondos acabó con él. El desenlace ha sido rápido, si bien arrastraba desde hace tiempo importantes problemas que ponían en duda su viabilidad financiera. Pero nos ha costado más comprender que tiene un futuro incierto una empresa que carece de una adecuada política en lo social y en lo medioambiental.

La larga y dura crisis que comenzó en 2007 y cuyas secuelas seguimos padeciendo nos ha enseñado la importancia de una buena regulación. Lo que sucede es que el Estado actual no puede regularlo todo, el mundo es demasiado complejo y las actuaciones de los agentes se mueven, a menudo, en la globalización.

Aumenta así la importancia de la autorregulación y aparece un concepto fundamental: la transparencia, que es la que permite el control moral por parte de los mercados. Si las actividades económicas son transparentes, los clientes pueden dar la espalda a aquellas empresas que no se comporten según los valores dominantes en una sociedad, y los trabajadores más valiosos abandonarlas.

Algo parecido sucede con los accionistas. Van proliferando productos de inversión socialmente responsable (ISR) donde los inversores están más tranquilos respecto a dónde se invierte su dinero. En ellos se cuidan, además de los aspectos financieros, las políticas sociales, ambientales y de buen gobierno de las empresas en las que se invierte.

Junto a todo esto se proclama que la competitividad de empresas y países está cada vez más ligada al conocimiento, lo que nos debe llevar a potenciarlo en personas y organizaciones. La satisfacción de los trabajadores es cada vez más importante para la competitividad. Por eso me pregunto: ¿cómo mantenemos tan alta inestabilidad laboral?; en algunas actividades puede justificarse la temporalidad, pero no es bueno que esté tan generalizada, ¿qué motivación van a tener esos trabajadores para desarrollar los conocimientos que necesita la organización?; y lo mismo me sucede con algunas prejubilaciones que prescinden de talento muy valioso o con el retraso generalizado de la edad de jubilación. No parece sensato prolongar la vida laboral de personas con poca formación y mantener en el paro o forzar a la emigración a jóvenes bien formados; debería estudiarse una jubilación más selectiva. Los economistas debemos preocuparnos por la correcta asignación de los recursos, y algunas de las cosas que estamos viendo no van en esa línea. Por lo anterior, y por otras razones, las empresas responsables pueden crear más valor a largo plazo, lo que une el tradicional objetivo financiero de creación de valor con la sostenibilidad.

Mencionaré a continuación tres estudios que hemos realizado sobre este tema. En el primero seleccionamos 65 compañías del FTSE 350 en base a sus equilibradas políticas financieras, sociales y medioambientales, viendo que, como media, estas empresas tenían mayor performance, más rentabilidad y menos riesgo; su cotización crecía más que el resto en las fases alcistas y resistía mejor en las fases bajistas. Este estudio confirma la intuición de que la inversión sostenible es interesante a largo plazo. En el segundo analizamos las características financieras de las empresas sostenibles y vimos que, en general, estaban más apalancadas (lo que indica que el mercado tenía más confianza en ellas), crecían menos, creaban menos valor contable (posiblemente por los gastos ocasionados para conseguir la sostenibilidad), pero creaban más valor en el mercado, que reconocía su proyección en el largo plazo.

El tercero fue una encuesta a gestores de fondos de diferentes países. Encontramos que la propensión a utilizar criterios ambientales, sociales y de buen gobierno crecía cuanto más corto era el horizonte de previsión y mayor la aversión al riesgo. Tiene su lógica, pues un grave problema en estos aspectos puede derrumbar la cotización, lo que es catastrófico para un inversor a corto plazo y muy enemigo del riesgo.

Alineado con el pensamiento de la filósofa Adela Cortina, creo que la RSC es una buena herramienta de gestión y una medida de prudencia, pero también es una exigencia de justicia. Es probable que las empresas sostenibles sean más valiosas a largo plazo, pero es que, además, la ética debe llevarnos por ese camino.

Fernando Gómez-Bezares es Catedrático de Finanzas de Deusto Business School

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