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La población con VIH vive ahora más, pero envejece antes y peor

La enfermedad pasa de ser mortal a crónica, pero agrava o precipita otras dolencias El fenómeno obliga a un cambio de estrategia en la atención sanitaria

Algunas dolencias suelen aparecer antes en las personas con VIH que en las sanas
A. Meraviglia y C. Cortinas

Debido a la eficacia de los tratamientos antirretrovirales, el VIH ha dejado de ser mortal y ha perdido peso en la agenda pública en favor del cáncer. Ahora que la ciencia ha conseguido cronificar la enfermedad, los médicos se enfrentan a otro desafío: los pacientes viven más, pero no necesariamente mejor o igual que una persona sana. ¿Cómo ayudarlos?

Según un estudio realizado en EE UU, entre 2002 y 2007, la expectativa de vida de una persona de 20 años de edad a la que se había diagnosticado VIH pasó de los 56 a los 71. Aunque aún son 7 años menos que los de una persona sana, son 15 años de vida ganados a la enfermedad.

Al mismo tiempo, varias investigaciones han concluido que la infección acelera el envejecimiento y la aparición de otras dolencias relacionadas con la edad, como hipertensión arterial, infarto y angina de pecho.

También se observa que enfermedades no infecciosas, como diabetes, osteoporosis o fallos renales, suelen presentarse antes en este colectivo que en la población general. En otras palabras, los portadores del virus viven más, pero envejecen antes y peor.

“El uso de los antirretrovirales ha alargado significativamente la esperanza de vida de los pacientes, en un alto porcentaje de ellos se ha conseguido la supresión viral [cuando la cantidad de VIH en la sangre es muy baja] y los enfermos ya no mueren de sida”, confirma Roberto Nuño-Solinís, director de Deusto Business School Health. “Esto ha permitido que el 50% de las personas que viven con el VIH en España tengan más de 50 años, sin embargo, la esperanza de vida no ha igualado a la de las personas sanas –la brecha se estima en 10 años– ni tampoco la calidad de la misma”, sostiene.

Parte del problema es una herencia de la elevada toxicidad de los primeros tratamientos. A la mayoría de seropositivos que hoy tienen más de 50 años se les diagnosticó la enfermedad a mediados de los ochenta o noventa, cuando los medicamentos no estaban tan desarrollados y producían mayores efectos secundarios.

Las consecuencias afloran ahora: en 2014, por ejemplo, más del 40% de los pacientes tenían alguna función renal alterada, según dieron a conocer expertos reunidos hace una semana por la Fundación Gaspar Casal y Gilead. Aún hoy, 30 años después de su introducción, la terapia con antirretrovirales no es completamente inofensiva.

“La toxicidad de los medicamentos ha bajado muchísimo respecto a la de los iniciales, pero todavía arrastran ciertos problemas”, señala Jesús Troya, especialista del servicio de medicina interna del Hospital Infanta Leonor de Madrid. Precisa que los efectos secundarios más frecuentes son el deterioro de los riñones, la pérdida de densidad mineral ósea (osteoporosis) y el aumento del riesgo de infarto.

También hay problemas derivados de la interacción entre los antirretrovirales y otros medicamentos. A partir de los 40 o 50 años, las personas empezamos a tomar pastillas para controlar la tensión o el colesterol. En el caso de los pacientes de VIH, estos fármacos compiten con los antirretrovirales, lo que puede aumentar o disminuir la eficacia y los efectos tóxicos de unos u otros.

“La industria farmacéutica es consciente de la problemática y está intentando desarrollar moléculas más seguras y que produzcan menos interacciones”, afirma Troya. Los laboratorios trabajan incluso en el desarrollo de una pastilla que evite el contagio en personas sanas. “En centros de Madrid y Barcelona se están realizando ensayos clínicos para comprobar la eficacia de este tratamiento”, informa.

La epidemia tampoco está del todo controlada. “Se puede tener la sensación de que es una patología resuelta”, decía Antonio Antela, coordinador de la unidad de enfermedades infecciosas del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela, durante el seminario organizado por Gilead. “Pero al año se diagnostican 4.500 nuevos casos en España”, advertía.

El aumento de la población con VIH y su envejecimiento, porque fallecen menos y se siguen detectando, obliga a cambios en el sistema sanitario. “El manejo de estas personas en los hospitales públicos es excelente”, asegura Nuño-Solinís. “Pero hace falta una mayor coordinación entre los especialistas en el virus y los clínicos de perfil más generalista, los servicios sociales y las ONG”.

Prueba exprés contra el diagnóstico tardío

Población afectada. En España viven entre 130.000 y 160.000 personas con VIH, pero más del 20% no lo sabe. Según cifras oficiales, solo en 2015 se notificaron 3.428 nuevos casos, lo que supone una tasa de 9 por cada 100.000 habitantes, superior a la media europea (6 por cada 100.000 en 2014).

Diagnóstico tardío. Uno de los grandes problemas es que el diagnóstico tardío en España es alto (46,5% en 2015), lo que dificulta el control de la enfermedad y su propagación. Para revertir esto, en Barcelona, el Hospital Universitario Vall d’Hebron ha creado Drassanes Exprés.

Así funciona. En lugar de esperar a que el hospital le dé una cita para hacerse la prueba Elisa, cualquier persona puede hacérsela de manera anónima en una unidad de atención ubicada en El Raval. Si el resultado es positivo, se le contactará por email o SMS en las siguientes tres horas y dará una cita para que vaya a consulta. Si es negativo no hace falta que vuelva, aunque si mantiene prácticas sexuales riesgosas, se le recomienda que venga cada tres meses. Desde su creación en noviembre de 2016 el programa ha atendido a unas 2.000 personas, al 1% de las cuales se le ha diagnosticado VIH.

El objetivo. "Hay una proporción muy elevada de sujetos que se infectan por clámide o gonococo, por ejemplo, y no experimenta ningún tipo de síntoma, pero transmiten la enfermedad. La idea del programa es traerlos al sistema público para detectarlos y tratarlos de una forma rápida. Así rompemos la cadena de transmisión", explica Tomás Pumarola, jefe del servicio de microbiología del Vall d’Hebron.

En busca de dinero. "De momento no lo estamos difundiendo mucho porque estamos buscando financiación de la Generalitat. Una vez que la tengamos haremos publicidad", indica Pumarola. En el Soho de Londres funciona un programa similar, Dean Street, que lleva varios años y atiende a unas 500 personas al día.

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