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Tribuna
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Ignorancia financiera: dentro y fuera del aula

El ciudadano ha acabado despistado y receloso ante cualquier tema que suene a finanzas

Leo las conclusiones del último informe PISA sobre los conocimientos financieros de nuestros estudiantes y más que la pobreza de los resultados, me asusta la inocuidad de las preguntas. Inquieto, me voy a buscar los libros escolares que encuentro por mi casa y compruebo asombrado que en pleno siglo XXI, la educación financiera se reduce a poco más que a las fórmulas de interés simple y compuesto en matemáticas. Y observando el debate público en los medios, me doy cuenta de que el informe PISA y otros se utilizan como medio de confrontación política o de debate ideológico sobre modelos de educación, pero no se hace casi nada para remediar este mal.

Esta ignorancia sobre los asuntos financieros más sencillos no es solo problema de nuestros estudiantes. Todos los adultos e incluso los profesores que debieran enseñar a esos estudiantes desconocen lo más fundamental. No es solo que no sepan leer una factura, es que no saben hacer la declaración de la renta, ni diferenciar entre los productos financieros de ahorro y de crédito más sencillos.

Confundimos invertir con especular, confundimos dar con prestar, no entendemos el papel de la inflación, votamos propuestas políticas que no explican con qué van a ser financiadas, nos vemos a merced de lo que las compañías de servicios, los bancos y el Estado decidan sobre nuestro dinero, confiamos ciegamente en las ayudas que alguien nos dará si caemos en desgracia. Vivimos la vida con dificultades para llegar a fin de mes y sin embargo, no tenemos un plan de lo que haremos si nuestros ingresos repentinamente desaparecieran. Y además, nos endeudamos. Nos endeudamos mucho, nos endeudamos pronto y con ello nos convertimos en una especie de siervos de la gleba anclados al territorio mediante una hipoteca que nos impedirá aprovechar cualquier oportunidad laboral o profesional que pueda surgirnos más allá de 20 kilómetros a la redonda de nuestra casa... Vamos a ciegas por la vida.

El informe PISA nos da algunas pistas parciales para compararnos con otros países, aunque estos tampoco están libres de problemas. Pero no debemos dejarnos despistar y achacar solamente al sistema educativo los fallos de comprensión en cuestión de finanzas.

El fallo está en la sociedad, y en el caso de España, hay que hablar del sistema financiero y el papel que junto a la política ha desempeñado en la conformación de los hábitos financieros de los ciudadanos. En primer lugar, hay que culpar a quien decidió crear un sistema de pensiones no acumulativo. Esto abonó la creencia de que son las generaciones venideras las responsables de nuestro futuro y por tanto, no tenemos de qué preocuparnos.

Aún así, antes de 1980 casi nadie tenía en España una cuenta bancaria. Las nóminas se cobraban en efectivo en un sobre y los recibos por los servicios se pagaban a las compañías en ventanilla o mediante cobradores puerta a puerta. Y es en los ochenta cuando se produce una amalgama de intereses entre la banca y el Estado, principales accionistas de las compañías de servicios, para bancarizar urgentemente el país creando un superflexible sistema de abonos y domiciliaciones a medida de la conveniencia de las compañías de servicios y de sus accionistas. El Estado aceptó también que los bancos fueran los intermediarios entre el Estado y cada ciudadano.

Este sistema, a diferencia de la mayoría de países desarrollados, generó una práctica bancaria en la que el ciudadano nunca sabía exactamente cuánto dinero tenía en la cuenta, porque desconocía la fecha del abono de su nómina y del cargo de los servicios. El director de banco era el que decidía cada mañana si dejar en descubierto la cuenta del cliente en función de la prioridad comercial del propio banco. Y el cliente bancario de clase media y baja se convirtió para los bancos y cajas en una fuente de pasivo barato.

La competencia de la banca extranjera trajo a finales de los ochenta y principios de los noventa procesos de aprobación de créditos muchísimo más agiles y canales de distribución más agresivos, a los que pronto se sumaron la banca y las cajas españolas, dejando fuera de juego a las compañías de seguros que solo pudieron aspirar a vender sus productos a través de lo que se dio en llamar bancaseguros.

Esa estrategia se aceleró a lomos de la burbuja inmobiliaria en la que todas las partes implicadas contribuyeron. Los bancos, al vender forzadamente planes de pensiones, seguros de vida y hogar, tarjetas de crédito en una especie de chantaje a cambio de la concesión de la hipoteca. Los poderes públicos, encantados de ver cómo se generaba una fácil economía que alimentaba las arcas del Estado y, como ahora descubrimos, algunas otras arcas también desgraciadamente. Las tasadoras, las promotoras, las inmobiliarias... Todos encantados de mantener la ficción de que las inversiones inmobiliarias eran las mejores y más seguras...

Y es en este entorno en el que el ciudadano ha acabado completamente despistado sobre lo que le conviene y receloso ante cualquier tema que suene a finanzas. Felizmente ya hemos empezado a hacernos más conscientes de las ofertas de la competencia en telefonía, seguros, electricidad... Pero nos falta aprender lo más básico: cómo funciona el dinero, qué tenemos que hacer para planificar correctamente nuestro presente y nuestro futuro.

En ese camino estamos.

Javier García Monedero es coautor del libro Tu dinero hoy y mañana.

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