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Una batalla que debe liderar la industria alimentaria

Hay comunidades que han comenzado a limitar o gravar los alimentos poco saludables

La batalla por el cuidado de la salud hace ya tiempo que cruzó las puertas de lo estrictamente sanitario y abrió de par en par las de la industria y el mercado. El sector alimentario es uno de los más claros ejemplos de este fenómeno, cuyo origen está en la presión de una opinión pública cada vez más informada (y preocupada) por los hábitos de vida saludables. Si hace unos años la batalla se centraba en el control del colesterol o la calidad de los conservantes, ahora el foco de atención son fenómenos como el de la promoción de los superalimentos –desde la soja a la quinoa– o las alertas sanitarias en torno a productos poco saludables como la panga, las bebidas azucaradas o el aceite de palma. La exigencia de calidad y control ha dado un paso más y ha pasado del bolsillo del ciudadano (con sus elecciones de compra) a la batuta de la Administración, hasta el punto de que ya hay comunidades autónomas que han comenzado a tramitar leyes para limitar o gravar la ventas de los productos no saludables.

Un vistazo a esas regulaciones muestra un escenario heterogéneo, que incluye desde legislaciones coercitivas, como la catalana, que ha impuesto un tributo especial a las bebidas azucaradas, hasta restrictivas, como la andaluza, asturiana, valenciana, murciana o navarra, que han restringido el vending (venta en maquinas expendedoras), y también meramente preventivas, que se centran en campañas de prevención y concienciación.

Los poderes públicos ejercen sus competencias, y las ejercen correctamente, al controlar la calidad y seguridad de la industria alimentaria. Una cuestión diferente, y obviamente discutible, es cuál es el método que puede resultar más efectivo y menos invasivo para cumplir con ese objetivo. Desde la industria existe un convencimiento creciente de la necesidad ya no de sumarse, sino de adelantarse a esta apuesta por mejorar la calidad saludable de los alimentos, y de hacerlo desde la autorregulación. Sin duda, esta es la mejor forma de abordar el problema para el sector, especialmente cuando la alternativa es el endurecimiento de la fiscalidad o la prohibición de los productos. En este, como en muchos otros campos, esperar es equivalente a perder

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