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El Foco
Tribuna
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Volver a la fábrica ya no es posible

Las fases del proceso manufacturero que más valor añaden son las ligadas a la I+D y al diseño, de producto y de servicio

Thinkstock

Antes de tomar posesión del cargo, Donald Trump ya dejó claro que la apuesta por las manufacturas era un objetivo prioritario. Theresa May, en Reino Unido; Marine Le Pen, del Frente Nacional francés, y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, han manifestado también su decidido apoyo a la reindustrialización. Por ejemplo, la Comisión Europea publicó en 2014 un documento con título elocuente: A favor del renacimiento industrial de Europa. Sin embargo, esta es una estrategia no exenta de riesgos, cuando no, una visión nostálgica de un pasado que ya no tiene que volver.

Los responsables políticos están tan interesados en promocionar la industria porque tradicionalmente ofrecía puestos de trabajo de por vida con salarios decentes para trabajadores –mayoritariamente hombres– con niveles bajos o medio/bajos de cualificación. La explicación se encuentra en que las manufacturas tradicionalmente son más intensivas en I+D, más exportadoras, y para competir en los mercados globales deben ser también más productivas. Además, suelen utilizar más capital que los servicios. La combinación de más productividad y uso más intensivo del capital permitía pagar salarios más elevados. Y así fue hasta finales del siglo XX. Pero todo esto ha cambiado y la prueba es que el empleo industrial se ha reducido enormemente.

Las nuevas tecnologías (TIC) tienen mucho que ver con lo que ha pasado. Su explosión está detrás de cuatro fenómenos relacionados: la robotización, la globalización, la desintegración vertical de los procesos de producción y los cambios en la organización de las empresas. Las TIC permiten a las empresas fragmentar las tareas de una forma no conocida hasta mediados de la década de los noventa del siglo pasado. Por ejemplo, permiten separar el proceso de diseño –incluido el diseño del proceso de producción– del ensamblaje de piezas, y también de la comercialización o venta del producto. La sofisticación actual permite coordinar las distintas fases del proceso productivo, diversificando la actividad en otros países, otras empresas o ambos. Como resultado, muchos empleos han desaparecido del mundo desarrollado.

"Las comarcas o distritos industriales deberían ser conscientes de que la vuelta atrás ya no es posible"

El caso de Reino Unido es paradigmático. Habiendo sido el país en el que nació, la industria terminó por convertirse en una economía de servicios (banca, seguros, finanzas, etc.) y la maquinaria terminó siendo importada de Alemania, Japón o Corea (del Sur claro). Los astilleros también se trasladaron de los países nórdicos hacia los meridionales y las fábricas de motores de barco también, para terminar en los países emergentes del extremo oriente. Eso sí, el diseño, la patente y su licencia suelen ser de un país desarrollado que cobra por su utilización.

Sin embargo, ello no impide que las comarcas o distritos industriales, acostumbrados a vivir de las manufacturas, se pregunten qué va a ser de ellos. Deberían ser conscientes de que la vuelta atrás ya no es posible. También la pérdida de peso de la agricultura tuvo consecuencias traumáticas todavía observables en el abandono de los territorios, especialmente del centro peninsular, pero de este proceso surgió una industria agroalimentaria pujante. Las empresas deben mirar no solo a mañana, sino a pasado mañana, para no perder su capacidad de organizar actividades sostenibles que generen empleo y prosperidad.

La propuesta (o mejor dicho, la amenaza) de Trump de que las empresas multinacionales vuelvan a producir en su suelo como receta para aumentar el empleo industrial es falsa. El trabajo con niveles medio/bajos de cualificación no va a regresar a los países de origen porque ha sido destruido por la necesidad de ganar en productividad y reducir los costes, por la robotización y la automatización. Se tiene la visión –seguramente porque la parte final del proceso, el ensamblaje, se suele realizar en los países más pobres– de que la fase final es la quintaesencia del proceso manufacturero. Sin embargo, es la que menos valor añade. De acuerdo con algunas estimaciones, el ensamblaje del Airbus en Toulouse representa solo en torno al 5%. Y el del iPad en China, el 1,6% de su precio de venta. Las fases del proceso de producción que más valor añaden son las ligadas a todo lo que tiene que ver con la I+D y el diseño, tanto de producto como de proceso. Le sigue la gestión de las complejas cadenas de producción, la comercialización y los servicios posventa.

Al mismo tiempo, algunas empresas reconocen que la deslocalización de la producción hacia lugares más baratos ha perjudicado la innovación. El problema es que esto ocurre en las manufacturas más avanzadas, que proporcionan trabajos con elevados salarios. Sin embargo, se trata de trabajos del futuro, no del pasado. Son trabajos que necesitan cualificación y adaptabilidad, generados por el progreso técnico y que, por lo tanto, experimentarán cambios continuos a lo largo de la vida de los trabajadores. Por lo tanto, nunca proporcionarán nada que se pueda comparar con el empleo estable en proporciones masivas del pasado.

"La política más adecuada es mejorar la educación, formación y aprendizaje a lo largo de la vida"

En estas condiciones, las políticas más apropiadas son mejorar la educación para asegurarse que hay una buena oferta de ingenieros y técnicos. Proporcionar más formación en el puesto de trabajo. Y, por supuesto, favorecer el aprendizaje a lo largo de la vida. Simplemente con amenazar a las empresas que desean deslocalizar la producción –y a los países que están deseando recibirles– no se va a solucionar nada. Las cadenas de producción que afectan a varios países son muy sofisticadas. Intentar romperlas con aranceles lo único que va a conseguir es perjudicar al sector que se quiere proteger.

Tampoco parece muy inteligente frenar la inmigración muy cualificada con el argumento de que son terroristas potenciales. Las empresas de Silicon Valley lo han dejado muy claro. Tampoco lo son las políticas que persiguen favorecer la producción en línea en lugar de la inversión en robotización. Todo lo que conseguirán es hacer al país menos competitivo. Las amenazas no van a hacer que el pasado vuelva. Trump ha ganado un montón de votos prometiendo lo imposible. Veremos a ver qué pasa cuando sus votantes comprendan que les han contado una milonga. Prometer el cielo, sabiendo que es un camelo, es de un cinismo extraordinario. Los demás imitadores en Europa pueden ir tomando nota.

Matilde Mas es catedrática de Análisis Económico de la Universidad de Valencia y directora de proyectos internacionales del Ivie.

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