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Tribuna
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Es hora de que ajustemos las velas

El 2017 se presenta como el año en el que la manida agenda de reformas tendrá que dejar de ser una coletilla y plasmarse en acuerdos y decisiones

La economía mundial está creciendo. En el 2016, atendiendo a los cálculos y previsiones del Fondo Monetario Internacional, la tasa de crecimiento estaría en el 3%, y para 2017 las últimas estimaciones apuntan a una ligera aceleración de la actividad hasta cotas del 3,4%.

Una lectura optimista de las previsiones, y la trayectoria de los últimos años pasa por los siguientes puntos: siete años consecutivos de crecimiento por encima del 3%, descongelación de los canales de crédito y caída del estrés en mercados financieros, y tasa de paro en mínimos en algunos bloques económicos. En el lado opuesto, los pesimistas observan que la tendencia del crecimiento está cayendo, pasando del 5,4% en 2010 al apenas 3% en el año 2016, se están formando burbujas en determinadas áreas de los mercados financieros y se está elevando de la tasa de paro estructural en algunos bloques económicos.

A las puertas de un nuevo ejercicio, ¿qué esperar del 2017? ¿Nos decantamos por la lectura optimista o pesimista del cuadro macro global? En este punto queremos recordar al lector nuestra premisa como asesores y analistas: el futuro es impredecible. Somos muy escépticos con las proyecciones de variables económicas y, sobre todo, con las de variables financieras como pueden ser tipos de interés, tipos de cambio o cotizaciones bursátiles. Nuestro esfuerzo, más que intentar adivinar el futuro, pasa por estudiar el pasado y comprender el presente. Porque, como apunta Howard Marks, puede que nunca sepamos hacia dónde vamos, pero más nos vale saber dónde estamos.

Y, en nuestra opinión, estamos en la típica fase de recuperación que sigue a una recesión sincronizada y asociada a una crisis financiera como la que sufrió la economía global en 2008. El perfil de este tipo de salidas de recesión está caracterizado por su lentitud, del mismo modo que la recesión previa se caracteriza por su severidad al venir de la mano de una crisis financiera. La respuesta de la política monetaria, reduciendo tipos de interés y con los programas de compras de activos, ha facilitado suelo a la crisis y ha ayudado en la recuperación inicial, destacando su papel en la estabilización de los mercados financieros. Pero ya ha alcanzado sus límites, más no se le puede pedir y urge un relevo de los otros dos vértices que conforman la política económica: las reformas estructurales y la política fiscal. Dos frentes sobre los que apenas se ha avanzado en los últimos años, descargando toda la responsabilidad de estímulo del crecimiento sobre la política monetaria.

"La respuesta de la política monetaria ha alcanzado sus límites y urge un relevo de las reformas estructurales y la política fiscal"

Respecto a la política fiscal, recordar que tiene una mayor tracción que la política monetaria en salidas de recesión provocadas por crisis financieras. Pero su efectividad va disminuyendo a medida que aumentan los niveles de deuda pública y los desequilibrios presupuestarios.

Nos quedaría la agenda de reformas estructurales, aquellas que se deben desarrollar mientras las políticas monetaria y fiscal estabilizan el corto plazo y medio plazo. Unas reformas estructurales que situamos en dos niveles diferentes. En el plano del proyecto europeo, con su particular pecado original –nacer con una política monetaria centralizada y decisiones fiscales descentralizadas– que dificulta la gestión de crisis y donde apenas se ha avanzado más allá de presentar diferentes propuestas. Y las reformas estructurales en el plano nacional, con apenas impacto en el corto plazo, pero fundamentales en el largo plazo para alinear la estructura productiva de un país con los retos y oportunidades de una nueva revolución industrial, caracterizada por la digitalización, la tecnología, la robotización, el big data o la economía colaborativa.

Así, el 2017 se presenta como el año en el cual la economía mundial deberá crecer más de un 3% con la política monetaria agotada. El año en el que la política fiscal deberá tomar el relevo como punto de apoyo a la actividad económica. El año en el que el riesgo político, confirmado el brexit y la presidencia de Donald Trump, dejará de ser riesgo potencial para convertirse en una realidad a gestionar. Y el año en el cual la manida agenda de reformas tendrá que dejar de ser una coletilla y plasmarse en acuerdos y decisiones.

Dicen que el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas. Los retos para este año son de la magnitud suficiente como para encontrar indicios de formación de galerna, ese temporal borrascoso que agita peligrosamente a veces las aguas de la costa cantábrica. Seamos optimistas, pero ajustando las velas como inversores.

Antonio Renom es CEO de Levante Capital Partners. Daniel Suárez es socio director de Le Bris Eafi.

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