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La UE, del revés

Otro curso plagado de obstáculos

La canciller alemana Angela Merkel y el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker.
La canciller alemana Angela Merkel y el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker. Reuters

Bruselas entra en el curso 2016/2017 con un fardo de trabajo acumulado y con la amenaza de nuevas sacudidas financieras (con Italia en el punto de mira), políticas (elecciones en Holanda y Francia) o internacionales (posible triunfo de Donald Trump en EE UU). La UE acumula ya tanta fatiga que nadie se atreve a plantear alternativas y Bruselas se conforma con llegar a junio lo antes posible, a sabiendas de que para entonces seguirán sobre la mesa los mismos problemas, agravados, más alguna desagradable sorpresa.

La primera cita importante del nuevo curso será el 16 de septiembre en Bratislava. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ha convocado en la capital de Eslovaquia a todos los líderes de la UE salvo a la primera ministra del Reino Unido, Theresa May. El objetivo es intentar consensuar una posición común ante el brexit para evitar que cada socio negocie su propio acuerdo con Londres. Los contactos bilaterales ya han comenzado y los intereses divergen. Alemania o España no quieren poner en peligro su jugoso superávit comercial con Reino Unido, mientras que París teme el contagio político del brexit en un país donde la euroescéptica Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, aspira a la presidencia de la República en las elecciones del próximo mes de mayo. Reino Unido desea, y tiene posibilidades de conseguir, un traje a la medida que le permita combinar el acceso al mercado único europeo con una independencia casi absoluta.

El referéndum del brexit el 23 de junio marcó el final del curso pasado y otras dos consultas, en Italia y Hungría, tiñen de incertidumbre el otoño. Matteo Renzi llegó a la presidencia del Gobierno italiano sin pasar por las urnas y gracias a intrigas palaciegas. Pero en octubre o noviembre tiene previsto convocar un referéndum sobre una reforma constitucional (para suprimir el Senado) que ha adquirido carácter de plebiscito personal. Las urnas medirán las fuerzas del socialista Renzi frente a la alternativa de Cinco Estrellas, que antes del verano se hizo con los ayuntamientos de ciudades tan importantes como Roma o Turín. Si Renzi pierde, dejará el cargo y podrían convocarse elecciones. Más fácil lo tiene el primer ministro húngaro. El conservador Viktor Orban ha convocado un referéndum sobre las cuotas de refugiados que pretenden imponer Bruselas y Berlín. El Gobierno defiende su rechazo, opción que presumiblemente ganará y revalidará la popularidad del líder húngaro.

La canciller alemana llega al último curso de su actual mandato atrapada entre la Hungría de Viktor Orban y la Turquía de Recep Tayyip Erdogan. El primer ministro húngaro, compañero de Angela Merkel en el Partido Popular Europeo, ha saboteado el plan alemán para repartir a los refugiados sirios por toda la UE y evitar que terminen todos en Alemania. Berlín urdió entonces el plan alternativo, consistente en un acuerdo con Erdogan para que Ankara se comprometa a frenar la salida de los sirios a cambio, entre otras cosas, de suprimir a partir de octubre los visados para los turistas turcos que visiten Europa. El fallido golpe de Estado contra Erdogan y la posterior purga hace muy difícil que se cumpla ese plazo, por lo que Bruselas teme que el acuerdo con Turquía colapse y se reabra la crisis de los refugiados. Para Merkel sería un peligroso zarpazo a solo un año de las elecciones (septiembre de 2017) y con su popularidad en horas bajas.

La silla del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se tambalea en vísperas de que cumpla dos años en el cargo (el 1 de noviembre). “No pienso dimitir”, descartó el luxemburgués en una entrevista el 30 de julio ante los vientos que intentan tumbarle desde Alemania y los países del este. Las críticas arreciaron tras el fiasco del tercer rescate de Grecia (2015) y el triunfo del brexit (2016), y el acoso ha adquirido carácter casi personal, con continuos rumores sobre los presuntos problemas de salud del presidente o, incluso, su supuesta dependencia del alcohol. Bruselas hierve de rumores y es probable que vayan a más hasta diciembre, cuando la legislatura europea (2014-2019) llega a su meridiano y deben renovarse los mandatos (o buscar sustitutos) del presidente del Consejo, Donald Tusk, y del presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Berlín quiere que ambos sigan en el cargo, lo cual puede jugar a favor de Juncker y calmar la campaña para derribarle.

La semana que viene, los ministros de Economía y Finanzas celebran en Bratislava su primera reunión tras el parón estival. Sobre la mesa, de nuevo, la interminable crisis de Grecia, cuando se cumple el primer aniversario del tercer rescate y continúa la negativa del FMI a sumarse a la operación. Los ministros también abordarán la reforma del Pacto de Estabilidad, nuevamente cuestionado tras la condonación de las multas a España y Portugal. La enésima renovación aspira a un pacto más sencillo, que se limite a una regla de gasto inteligible y fácilmente verificable. A largo plazo, Berlín aboga por un sistema automático de reestructuración de la deuda pública en caso de insolvencia de un Estado para que sea el propio mercado el que imponga la disciplina fiscal.

Este mes de septiembre los responsables de Comercio de la UE se reúnen en Bratislava para el último y desesperado impulso al llamado TTIP o acuerdo transatlántico de comercio e inversión. Bruselas sabe que el tiempo se agota porque las elecciones de noviembre en EE UU darán paso a una presidencia de la demócrata Hillary Clinton, reacia al TTIP, o del republicano Donald Trump, firme partidario de romper las negociaciones con la UE. A ello se añade la desconfianza de la opinión pública hacia la liberalización comercial. Y aunque la CE insiste en la importancia del TTIP para los 31 millones de europeos cuyo empleo depende en gran parte de las exportaciones, el acuerdo, si llegara a cerrarse, corre peligro de no entrar nunca en vigor, sobre todo, si debe ser ratificado por todos los Parlamentos nacionales como reclama Berlín.

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