_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La euforia financiera

Muchos inversores creyeron que el ‘sensato’ pueblo inglés no votaría a favor de un ‘brexit’

En el teatro se dice que si una persona del público aplaude, al instante todos aplauden, y si alguien bosteza, no tardan en bostezar los demás. La historia nos demuestra, como en una función teatral, que el comportamiento humano es clave para entender el origen de los cataclismos económicos.

Al rico tulipán: en el siglo XVII, los holandeses empezaron a comprar tulipanes como locos. Los bulbos de tulipán subieron tanto que la gente vendía sus bueyes, sus tierras e incluso sus casas para adquirirlos. Un buen día, un marinero confundió el bulbo de un tulipán con una cebolla y se lo comió. A todos les entró un pánico tremendo y se preguntaron: ¿por qué estamos pagando tanto por una cebolla? A las pocas semanas comprar un tulipán ya no costaba prácticamente nada.

Newton y su manzana podrida: durante el siglo XVIII, el científico Isaac Newton, como gran parte del pueblo inglés, se arruinó comprando acciones de la Compañía de los Mares del Sur. Tras su ruina, Newton dijo que si bien era capaz de calcular la trayectoria de los cuerpos celestes al milímetro, le era imposible saber hasta dónde podía subir la cotización de una acción impulsada por una masa de inversores enloquecida.

El fin del charlestón: durante la segunda década del siglo XX, un agricultor de Florida, que cultiva maíz, vende sus terrenos a un constructor de Minnesota, que le paga generosamente por los mismos. En los maizales, el constructor edifica casas que las vende como si fuesen palacios. Algunos de los vecinos de la nueva urbanización venden sus viviendas para comprar oro porque han oído en la radio que su precio no hace más que incrementarse. Transcurre un año y, con las ganancias acumuladas, deciden que ha llegado el momento de invertir todos sus ahorros en acciones de la Bolsa de Nueva York porque, en la cafetería donde desayunan, les han dicho que hasta los camareros han conseguido hacerse millonarios invirtiendo en Bolsa. Las acciones que adquieren suben mucho en pocos meses y por ello deciden ir al banco a pedir un préstamo para comprar más accioneS. Este delirio colectivo tuvo su fin en el año 1929 con el comienzo de la Gran Depresión y la ruina de millones de personas. Después de aquello, a nadie de la ciudad de Nueva York le quedaron ganas de seguir bailando el popular baile del Charleston en los locales de moda de los felices años veinte.

El chicle y el ordenador: a finales del siglo pasado, muchas personas compraron acciones de empresas tecnológicas. El inversor estadounidense Warren Buffett alertó de que muchas de estas empresas vendían humo y que se estaban pagando precios desorbitados por las mismas. Él aconsejó que era preferible invertir en compañías tradicionales y puso como ejemplo una que fabricaba chicles. El crac bursátil de las puntocom de principios de este siglo demostró que tenía razón. A los pocos años de aquello, le preguntaron al genial inversor qué opinaba sobre todos aquellos que se habían reído de él y simplemente respondió: “Yo nunca compro acciones que no entiendo y dudo mucho de que internet cambie la forma que tienen las personas de mascar chicle”.

"Warren Buffet alertó de que las puntocom vendían humo y se estaban pagando precios desorbitados"

El ocaso de los Dioses: algunos se dan cuenta que creando complejos productos financieros y apalancándose más de lo debido sobre sus recursos propios, se puede ganar mucho dinero. Así que iluminados por su gran idea deciden vender todos esos productos financieros por todos los rincones del mundo. Atraídos por los cantos financieros de las sirenas, multitud de instituciones, fondos de inversión, planes de pensiones e inversores particulares los compran sin preguntarse qué están adquiriendo ni valorar el riesgo que asumen. En septiembre de 2008, se produjo la caída de uno de estos dioses, Lehman Brothers, y se dio el pistoletazo de salida para la profunda crisis económica a la que se la conoce ya como la Gran Recesión.

Ponga un brexit en su vida: este año también está siendo prolífico en este tema porque muchos inversores se posicionaron fuertemente alcistas, hace unos meses, creyendo que el sensato pueblo inglés nunca votaría a favor de su salida de la Unión Europea y provocar así una crisis política, económica e institucional sin precedentes que hiciese tambalearse el proyecto de la UE y tiñese de rojo todas las Bolsas mundiales. Y lo impensable, como suele suceder, ocurrió, y algunos perdieron hasta la camisa tras el brexit, cuando el Ibex sufrió la mayor caída diaria de su historia en términos porcentuales.

¿Cómo hemos llegado a estas crisis financieras tan devastadoras? El estudio de las crisis económicas pasadas nos pueden dar alguna respuesta a esta pregunta. Ahora bien, parece evidente que todavía no nos ha explicado si es posible detener la euforia financiera.

Ángel Martín Unzué Indave es profesor de Bolsa y mercados financieros.

Archivado En

_
_