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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El coste y el beneficio de los tipos en el cero

Getty Images

El bono español a diez años ofrece ya en el mercado secundario de deuda una rentabilidad inferior al 1%, algo que no había ocurrido nunca antes, pero España tiene una prima de riesgo respecto a las emisiones alemanas de algo más de cien puntos básicos. Eso quiere decir que el mercado financiero otorga a las emisiones germanas a diez años una rentabilidad negativa, una circunstancia que se extiende a todos los plazos de la deuda emitida por Alemania inferiores a los diez años, y que se replica en las emisiones de otros países de la zona euro en los plazos más cortos. Es el caso de España, que ya ha colocado emisiones en el mercado primero con tipos negativos por periodos de amortización inferiores a los tres años, y de otros países europeos fuera de la zona euro, como es el caso de Suiza, y por supuesto de Japón, pionero en la generalización de los tipos de interés planos.

No es ni más ni menos que la consecuencia directa de la laxitud de la política monetaria del Banco Central Europeo (y de otros bancos centrales) que ha inundado el mercado de dinero hasta llevar su precio a cero para combatir los temores de deflación que acompañan a una parálisis de la actividad económica como la que irrumpió en Europa (y en otras zonas del mundo) con la crisis financiera. El primer ganador de esta política anestesiadora es el emisor público de deuda, que puede financiar déficits fiscales y deudas crecientes que en condiciones normales tenían muy complicado hacer. Alemania, por ejemplo, como país más solvente de la zona euro, emite hoy prácticamente toda su deuda en negativo, y si los tipos se mantuviesen en los parámetros actuales media docena de años, que no es en absoluto descartable, todo el endeudamiento vivo le saldría gratis, incluso cobraría por él. España, por poner otro ejemplo, reduce cada año la factura de su pasivo con los tipos de mercado decrecientes, pese a mantener un déficit aún elevado (del 5%) y una deuda que ronda el 100% del PIB.

Son también ganadores todos los agentes económicos que tienen deuda y que tienen por delante proyectos de inversión para los que precisen de recursos ajenos. Tanto particulares como empresas disponen de financiación muy barata para ejecutar sus proyectos, aunque los niveles de endeudamiento agregados en el mundo empiezan a ser ciertamente peligrosos si las políticas monetarias diesen un vuelco repentino.

En el lado de las víctimas está el sistema financiero. Un escenario por tiempo indefinido de tipos al 0% condena a la banca a buscar vías alternativas de cebar sus ingresos más allá de los márgenes de intermediación, al menos en Europa. Una circunstancia que no ha llegado sola al mercado, sino que viene acompañada de unas exigencias de capital muy elevadas para garantizar unos niveles de solvencia de los que la banca carecía cuando llegó la crisis y que llevó a la quiebra a multitud de entidades. Las crecientes exigencias de capital bancario, con el endurecimiento de los estándares de supervisión, convierten a la actividad bancaria en un complicado negocio en el que solo el manejo de gigantescas magnitudes de crédito, que solo pueden proporcionar entidades de tamaño muy superior al de las actuales, y crecientes comisiones por los servicios, garantizan la supervivencia.

Todas las grandes entidades europeas cotizan hoy en los mercados bursátiles con descuentos desconocidos sobre su valor real, su valor en libros, y no es otra cosa que la consecuencia de la dificultad de obtener ganancias y de los escasísimos márgenes de rentabilidad en los que se mueve la banca. De tener un problema de solvencia se ha pasado a tener un problemón de rentabilidad, y quizás el segundo ha sido en parte inducido por la solución del primero. La salida no es fácil, porque además de hacer un ejercicio de adelgazamiento de la estructura industrial, los bancos deben combatir fórmulas alternativas a la suyas para la financiación, y el superávit de recursos disponibles para una relación entidad-cliente que se moverá telemáticamente, y donde las decisiones las tomará la clientela. Como en todas las revoluciones silenciosas, los agentes económicos o se aclimatan o se aclimueren, y la banca ha de optar por aclimatarse a las nuevas maneras de hacer negocio, a disponer de márgenes y beneficios menores, y quizás a concentrarse para lograrlo.

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