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Tribuna
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Mitos y realidades sobre el TTIP

Se reanima la polémica sobre la naturaleza y los beneficios de un acuerdo entre la Unión Europea y Estados Unidos para crear un gran mercado único transatlántico, la llamada Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, en sus siglas inglesas).

Comparándola con la evolución de la CEE, desde una sencilla unión aduanera en 1968 hasta alcanzar un verdadero mercado único en 1992, aclaremos conceptos y enterremos mitos. La actual Unión Europea necesitó casi 40 años para convertirse en un verdadero mercado único con plena libertad de movimiento de los factores productivos, es decir bienes, trabajadores, capital y servicios, objetivo que se fijó originalmente en el Tratado de Roma de 1957. Los más optimistas prevén que el TTIP quizás se pueda finalizar en 2020.

Hillary Clinton, favorita para suceder a Obama, se opone al acuerdo de libre comercio firmado entre la Administración Obama y 11 países de la cuenca del Pacífico. Una presidente Clinton quizás adoptaría una postura más flexible, ya que el extremismo de Bernie Sanders la obliga a escorarse a la izquierda.

La negociación en curso –más impulsada por Washington que por Bruselas– no contempla en absoluto la libertad de movimiento de trabajadores entre Estados Unidos y la Unión Europa. Únicamente se facilitaría que los empleados de un grupo empresarial con actividad en ambas orillas del Atlántico pudieran, de forma temporal, ejercer su trabajo en el lado del charco que más interese a la compañía. Por consiguiente, no existe riesgo de deslocalización de empleos.

Las mercancías que circulan entre ambas regiones constituyen el 33% del comercio mundial de mercancías, y los aranceles para la gran mayoría ya son muy reducidos fruto de la liberalización acometida durante las sucesivas rondas del GATT y la OMC. Estados Unidos aprieta fuerte para que la UE recorte su arancel a la importación de vehículos.

Existe asimismo libertad de movimiento de capitales entre las dos mayores economías del mundo, que conjuntamente generan el 60% del PIB mundial. Pero dicho capital está excluido de muchos sectores. La UE quiere que sus empresas puedan concurrir en igualdad de condiciones a las licitaciones para la construcción, gestión y suministro de bienes y servicios por parte del sector público. En sectores como el postal se produciría una liberalización, aunque siempre asegurando la obligatoriedad de suministro universal. En cuanto al comercio electrónico o las redes de telecomunicaciones, el acuerdo simplemente regula unos sectores punta sin suficiente normativa conjunta.

Los detractores del acuerdo temen que Estados Unidos vaya a imponer alimentos genéticamente modificados y el fracking para la extracción de gas de esquisto. Igual que Reino Unido y Dinamarca negociaron su exclusión del euro, la UE no cederá en temas a los que se opone la población europea.

El gran objetivo del TTIP es armonizar y simplificar la tupida red de regulaciones y estándares que afecta a la producción de bienes y a la provisión de servicios. Sectores como el farmacéutico o el automovilístico se ahorrarían miles de millones al poder producir y vender sus bienes para una única normativa. No tendrían que superar pruebas redundantes de certificación de calidad, protección del consumidor, medioambientales y etiquetaje a ambos lados del Atlántico, y el consiguiente ahorro se trasladaría al consumidor en forma de mayor competencia (al eliminarse barreras de entrada y situaciones de virtual oligopolio) y precios más reducidos. En muchos casos la UE y Estados Unidos ya reconocen sus respectivos estándares, como sucede con los aviones de las líneas aéreas autorizadas en ambas jurisdicciones.

Los críticos pueden pronosticar que dicha armonización de regulaciones se produzca a la baja. Pero la UE y Estados Unidos son dos bloques de economías altamente desarrolladas, y las ONG, la sociedad civil y las asociaciones de toda índole ya se encargan de supervisar las negociaciones para evitar una disminución excesiva de las regulaciones. Nuestro mercado único de 500 millones de personas demuestra que Estados con niveles de desarrollo económico parecido pueden desarrollar un conjunto de estándares que no sea ni demasiado laxo ni asfixiante para las empresas.

La UE y Estados Unidos tienen un stock acumulado de inversión mutua de cuatro billones de dólares que dan empleo a 14 millones de personas. La inversión estadounidense en la UE es tres veces superior a la que tiene en Asia, y la de la UE al otro lado del Atlántico, ocho veces mayor a la que ha realizado en China e India.

Un acuerdo entre ambas regiones requeriría la aprobación del Parlamento Europeo y de los Estados a través del Consejo. La Comisión Europea publica información muy detallada sobre cada ronda de negociación y calcula que un acuerdo resultaría en unas ganancias de 120.000 millones de euros para la UE y de 90.000 millones para Estados Unidos.

El TTIP es un objetivo que reportaría grandes beneficios para empresas y consumidores a ambos lados del Atlántico y sería un modelo para los países que no respetan normativa alguna.

Alexandre Muns es profesor de EAE Business School.

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