De la pelota de tenis al balón de fútbol
Si ha comenzado a leer esta tribuna debe saber que, aunque el título sea sugerente por aquello de lo deportivo, en especial en relación al tema del fútbol, no hablaremos de tal cuestión por cuanto que este medio no lo permitiría. Aun así, percátese de que solo bastan unas pocas palabras para atraer su atención, en este caso, hacia la lectura.
Imagine que tiene un recipiente de cristal tan grande como para que, al menos, quepa un balón de fútbol. Se encuentra lleno de agua y ponemos en él una pelota de tenis. Suponga por un momento que usted es un ser diminuto que se encuentra en su interior. Ahora valore la libertad que tiene para moverse a lo largo y a lo ancho, hacia arriba y hacia abajo, hacia un lado y hacia el otro. Efectivamente, sin ser un pez, pensará que se mueve como pez en el agua.
A continuación sacamos la pelota de tenis e introducimos un balón de fútbol. Como bien imaginará, al ser el volumen de este muy superior al de la pelota, gran cantidad de agua que antes se encontraba dentro saldrá al exterior; esto es, será expulsada (término que podrá utilizar de forma adecuada con posterioridad). En buena lógica, ya no podrá moverse como quisiera. Dispondrá de muchísimo menos espacio y oxígeno para tener la libertad con la que contaba en el caso anterior. Si consideramos que ambos elementos (pelota y balón) representan al conjunto de recursos utilizados en el ámbito del sector público, el ciudadano español prefiere tener un conglomerado estatal amplio a uno reducido. Visto así, el individuo, sea cual sea su razón, desea ampararse mayoritariamente en el atractivo de la prestación de servicios públicos (sin tener en cuenta su altísimo coste), aceptando la política económica de gasto elevado y deuda pública inasumible que nos ha traído hasta el presente más actual. Permítame decirle, no obstante, que la receta que no ha funcionado para sacarnos de la crisis tampoco funcionará en un futuro.
Ante tal situación, cabe preguntarse, ¿cuál es la razón que hace que se desee más Estado, más gasto público? Con el elevado grado de corrupción existente, ¿se encuentran satisfechos con el importe destinado a servicios sociales, educación o investigación y desarrollo? ¿Saben que la corrupción, además de desprestigiar a nuestro propio país, consume recursos que podrían ser destinados a fines como los citados en beneficio de toda la sociedad? Fue Albert Einstein quien, en el terreno de la física, dejó escrito un par de frases que bien pudieran extenderse más allá de su campo de actuación. Primera: hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy muy seguro. Segunda: locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes.
Por eso mismo, cuando nos situamos a 19 de diciembre del pasado año, con motivo del proceso electoral del día siguiente, entonces reflexionamos y a día de hoy seguimos reflexionando intensamente sobre lo sucedido aquel día 20. Al observar la absoluta grandeza de la escultura El pensador, no negamos en absoluto sentir una gran admiración hacia ella; en consecuencia, pensamos y volvemos a pensar, a la vez que nos cuestionamos sobre el tiempo utilizado por el elector para expresar el deseo manifestado en las urnas.
Dado que somos economistas y podemos guiarnos exclusivamente desde este punto de vista, suponemos que el votante podría haber basado su decisión en otros muchos hechos que nosotros no consideramos u otorgamos un valor muy pequeño. O puestos a convivir con la corrupción, tal y como señalan numerosos estudios, esta es tolerada mucho mejor por aquellos por los que tenemos cierta simpatía que por los contrarios. O puestos a intuir, ¿nos decantamos por esta tercera opción?, cabría aludir a condicionantes emocionales, a fin de perseguir al votante con este aspecto más que con el racional.
Al igual que al inicio del texto hacíamos hincapié en lo sugestivo del título, los políticos tienen perfectamente identificado el sentimiento de las masas (hoy día, muy descontentas), actuando de determinada forma para conseguir el voto. Nosotros, fieles a la escultura de Auguste Rodin, optamos por todo lo contrario de lo que muchos desean: lograr un sector estatal lo más reducido posible, pues es la austeridad en este ámbito la que conduce al desarrollo económico. Dos ejemplos: Irlanda, con un fortísimo crecimiento en 2015 tras un descenso importante del gasto público (en especial, el llevado a cabo durante 2011), y Chipre, consiguiendo, en este caso, una disminución acusada de la tasa de paro en el último año. Podemos estar equivocados, pero, pese a ello, insistimos: dar el visto bueno a más corrupción, más gasto público y más deuda es el camino elegido para ahondar en nuestra particular asfixia.
Fernando Ayuso Rodríguez es Economista