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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mario Draghi necesita que alguien le ayude

El Banco Central Europeo (BCE) adoptó ayer por amplia mayoría (no por unanimidad) poner en marcha un nuevo paquete de estímulo a la economía en la zona euro ante la pasividad de la actividad y las expectativas de nuevas ofensivas deflacionistas. Cumplió sobradamente sus promesas de enero y puso toda la artillería sobre la mesa, con más munición incluso que la que nunca ha utilizado la propia Reserva Federal norteamericana, que mostró desde el principio de la crisis un comportamiento mucho más activo.

Mario Draghi bajó los tipos directores hasta el 0% (estaban en el 0,05%, que viene a ser lo mismo para la toma de crédito, pero no para cuantificar los márgenes de los bancos), redujo hasta el 0,4% negativo los tipos de interés marginales de depósito (lo que le cobra a la banca por dejar sus dineros en la caja fuerte de Francfort), amplió su paquete de compras de deuda hasta los 80.000 millones de euros mensuales (antes 60.000) y pone en la diana de las compras los bonos de empresas con grado de inversión. Pero en un ejercicio de heterodoxia adicional, hará inyecciones de liquidez a la banca a cuatro años a tipos negativos (pagará a los bancos por el dinero tomado) si lo destinan a crédito cierto a empresas y familias.

Siempre que el expansionismo monetario es tan generoso tienden los analistas y operadores de mercados financieros a pensar que solo puede responder a una situación mucho más pesimista de lo normal. Y en este caso seguramente está justificada esta sospecha, tal como reaccionaron los mercados bursátiles, la deuda y las divisas: el crecimiento sigue prendido por alfileres en Europa, el crédito avanza muy perezosamente y los acontecimientos del exterior apuntan a una falla en el crecimiento muy seria en los países emergentes y a una caída adicional en los precios de las materias primas y del petróleo.

No es casualidad que las nuevas previsiones de inflación para este año del BCE sean de solo el 0,1%, frente a un 1% sostenido hace solo tres meses, lo que devuelve a la economía al escenario que se creía superado del fantasma de la deflación. Recorta también la estimación del crecimiento de la economía al 1,4%.

El efecto de las decisiones monetarias en los mercados financieros siempre ha estado en la mente de los gestores del BCE; pero seguramente ha llegado la hora de dejar de hacer lo que ellos quieren que se haga, de dejar de suministrarle opiáceos de potencia creciente pero de efectos decrecientes, y forzar decisiones que estimulen el crecimiento, y que no necesariamente están en manos del BCE. Si EE UU tuvo éxito con su programa de compras de deuda, aunque aún no haya podido restablecer la normalidad monetaria, fue por las circunstancias externas que ahora no concurren.

China crecía con una firmeza de la que ahora carece, y el BCE asume que habrá una segunda andanada de precios bajistas, de exportación china de deflación, para recomponer el crecimiento asiático, que tiene que ser encajado por una Europa de crecimiento débil y sostenido sobre todo con una demanda externa poco vigorosa. Esta nueva presión del BCE absorberá el golpe deflacionista, porque si lo puesto sobre la mesa es insuficiente habrá medidas adicionales, ya que inagotable es la capacidad de tiro del banco central. Pero seguramente presionará más a la banca en sus márgenes, lo que obligará a esa nunca afrontada ronda de concentraciones y recapitalizaciones de las entidades.

Pero mientras eso ocurre, el Banco Central necesita el concurso de los Gobiernos europeos para no convertir en vanos los efectos de la inyección monetaria. Necesita, y Draghi hizo ayer alguna referencia a ello, que la palanca fiscal se ponga de nuevo en marcha. El riesgo de financiación existente en el pasado con la deuda parece haber desaparecido, aunque siga siendo un problema durmiente para determinadas economías muy apalancadas.

Ahora la necesidad imperiosa es estimular el crecimiento con los presupuestos públicos, sea con programas de infraestructuras (el Plan Juncker está también en el sueño de los justos) ya con recortes de impuestos en los países con mayores márgenes fiscales, como es el caso de Alemania. El proyecto europeo no puede descansar únicamente en el empeño de un hombre que afirmó que “haré lo necesario para salvar al euro, y créanme que será suficiente”. Necesita que alguien le ayude, que los Gobiernos le ayuden.

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