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Los auditores le amargan la vida a la Comisión Europea

¿Quién lo iba a decir? El desconocido y remoto Tribunal de Cuentas europeo se está convirtiendo en el azote del resto de las instituciones de la UE gracias a las llamadas "auditorias de rendimiento". Los guardianes de las finanzas europeas, como se define a sí mismo el Tribunal, ya no se conforman con comprobar si cuadran las cuentas. Ahora también se atreven a cuestionar el valor añadido de las medidas que adopta la Comisión Europea.

Las auditorías de rendimiento intentan verificar la eficiencia, eficacia y racionalidad económica de la actividad de los organismos comunitarios, una prueba que para algunos eurócratas resulta mucho más complicada que la mera presentación de facturas.

Se trata de un examen con una carga política muchísimo mayor, que le está amargando la vida a Bruselas aunque no falte ni un sólo euro. "Basta con que anunciemos la intención de hacer un informe sobre un tema para que en la Comisión se pongan a revisar procedimientos y a buscar papeles", señalan con evidente satisfacción fuentes del Tribunal de Cuentas.

Ayer mismo, el Tribunal de Cuentas zarandeaba al organismo europeo encargado de vigilar a las agencias de calificación, un instrumento creado hace cinco años para desterrar los conflictos de interés de esas empresas pero que sólo cuenta con 15 funcionarios para escrutar a gigantes como Standard & Poor's o Moody's.

La semana pasada, el varapalo se lo llevó directamente la Comisión por la gestión de los rescates de países en dificultades, calificada como errática y arbitraria por los auditores.

Y es previsible que el castigo continúe porque este mismo mes se publicará una primera auditoría de la intervención en Grecia y a lo largo del año se esperan informes sobre la aplicación de los procedimientos de déficit excesivos (sobre los que también pesa la sospecha de arbitrariedad), sobre la gestión de la crisis de refugiados o sobre los organismos creados para responder a la crisis financiera.

En el Tribunal insisten en que sus rapapolvos sólo pretenden mejorar la actuación de Bruselas. Pero la Comisión no está acostumbrada a un escrutinio político tan directo. Bruselas disfrutaba hasta ahora de la autoevaluación que a menudo se traduce en un ejercicio de autocomplacencia. Los estudios de impacto previos a las propuestas legislativas casi siempre acaban avalando las tesis iniciales de la Comisión. Sus sondeos de opinión (llamados Eurobarómetros) suelen reflejar un extraño entusiasmo popular con unas desconocidas instituciones y si las respuestas no arrojan lo esperado, se suprimen las preguntas. Las críticas del Parlamento tampoco son peligrosas porque la CE se apoya desde su nacimiento en una gran coalición de la democracia cristiana y los socialdemócratas que blindan su supervivencia pase lo que pase.

En medio de esa calma chicha han aparecido unos auditores que parecen dispuestos a pinchar a la Comisión donde más le duele: la eficacia de sus políticas.

Fuentes del Tribunal aseguran que no han encontrado reticencias en las instituciones europeas sobre su nuevo planteamiento y que los funcionarios facilitan la información que se les pide. Pero el tono acerado de los auditores empieza a molestar. Y la CE ha reaccionado con extrema virulencia y al máximo nivel ante la auditoría de algunos de sus programas de migración, según reveló ayer la edición francesa de Euractiv.

La Comisión Europea capeaba hasta ahora con relativa facilidad los informes de los auditores, a pesar de que año tras año, desde 1994, el Tribunal se ha negado a refrendar con una "declaración de fiabilidad" las cuentas de la UE por haber detectado errores que afectaban a más del 2% del presupuesto. En 2006, los errores llegaron a afectar al 7% del presupuesto, es decir, más de 7.000 millones de euros.

Año tras año también, la Comisión minusvalora la escasa fiabilidad de las cuentas europeas y la atribuye a errores provocados por los Estados miembros en la gestión de los fondos regionales, aunque los fallos aparecen en todas las partidas, incluidos los 10.600 millones de euros de gasto anual de los eurócratas.

Pero la táctica de la CE funcionaba y las críticas de los guardianes de las finanzas europeas pasaban desapercibidas y el procedimiento presupuestario concluía sin mayores contratiempos (salvo en 1998).

Esa tranquilidad parece que se ha terminado con las auditorías de rendimiento. La tendencia se inició hace casi una década, por inspiración de los miembros suecos del Tribunal, acostumbrados a ese tipo de verificación en su país de origen. Pero bajo la presidencia del portugués Victor Manuel de Silva Caldeira (que ocupa el cargo desde 2008) ese tipo de exámenes ha seguido ganando fuerza y parece llamado a convertirse en la crítica más incómoda para la CE.

Foto: pintada en Lisboa (B. dM, 19/8/2012).

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