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El Foco
Tribuna
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El rompecabezas chino

El acuerdo es generalizado respecto al freno de la economía china y, de hecho, el FMI sitúa su avance en 6,3% este año y 6% en 2017. La fortaleza del crecimiento de China está en duda y se aleja del avance del 10,6% en 2010 o de su promedio del 9,6% desde el año 2000, si bien debemos tener en cuenta que estamos ante un país en plena transformación de su modelo económico.

En el año 2000, el sector terciario representaba el 39% de la economía y en 2010, su peso había avanzado solo hasta el 43,2%. Sin embargo, las cifras actuales muestran un salto destacado de la importancia de los servicios, pues representan el primer sector económico con un peso superior al 50% del PIB frente a cerca del 40% del secundario. La estrategia articulada por las autoridades para lograr una economía más centrada en el consumo y los servicios está dando sus frutos y esto es vital, dadas las dificultades para reducir la pobreza y mantener la estabilidad social mediante el sistema aplicado en el pasado.

Los bajos costes de la mano de obra habían permitido a China convertirse en la fábrica global y sacar de la pobreza de las áreas rurales a una parte importante de la población, multiplicando la renta per cápita por 7,5 veces desde 1980. El sistema se sustentaba en un modelo intensivo en mano de obra y basado en la división del trabajo en labores simples para poder ocupar a una gran cantidad de trabajadores poco cualificados. Sin embargo, este modelo no es eterno y tiene fecha de caducidad desde el punto de vista social y técnico-económico.

Desde la perspectiva social, las aspiraciones de mejores condiciones de vida impactan directamente en el ámbito laboral, pues la tendencia es a la reducción de las horas trabajadas y al aumento de los salarios. Esto implica mayores costes laborales, un lujo que no se pueden permitir muchas empresas chinas ante los bajos niveles de productividad. De hecho, la productividad de un trabajador chino representa solo el 20% de la atesorada por un estadounidense. Ante esta situación, las subidas destacadas de salarios para lograr mejorar las condiciones de vida y potenciar el consumo no son una opción al ir en contra de la competitividad de los productores chinos, siendo la única solución combinar el proceso de alzas salariales con incrementos de la productividad.

En este punto, entra en escena el desafío técnico-económico del modelo chino. Desde el punto de vista empresarial, la necesidad de salvaguardar márgenes implica que el proceso de mayores salarios y más productividad se traduzca en reducción de plantillas, viéndose el proceso acelerado por las innovaciones tecnológicas que reducen costes. Una cuestión clave cuando avanzamos hacia un crecimiento mundial moderado que impondrá, en muchas empresas, estructuras ajustadas de gastos para salvaguardar sus beneficios.

La industria china no puede permitirse plantillas sobredimensionadas y no será el gran empleador del pasado. Buena parte de la producción va destinada al exterior y las nuevas tecnologías permiten a los competidores hacer más con menos y luchar en calidad y precios. La repuesta de Pekín a esta situación ha sido la estrategia Made in China 2025, cuyo principal pilar es la apuesta por la robotización para aumentar la calidad y la productividad con el fin de mantener la cuota mundial de los productos chinos. A cambio, la transformación del modelo económico se hace obligada si se desea dar trabajo a la gran masa laboral china, sustentar los avances de las condiciones de vida y garantizar la estabilidad social.

Bajo este escenario, la gran opción para recolocar los excedentes de mano de obra era y es promover un modelo más centrado en el consumo y los servicios. Así, la clave radicaba en dinamizar la demanda de los hogares y las actuaciones vía subidas de salarios se veían limitadas por el impacto en el sector exportador, haciendo muy tentadora la idea de explotar el efecto riqueza mediante la promoción de una subida irracional de los precios de muchos activos. Las autoridades chinas tenían prisa para transformar la estructura económica, sabedoras de la rapidez de los cambios globales, y cometieron el error de dar su beneplácito a una fortísima subida bursátil y no ajustar el yuan; en contra del escenario de desaceleración y de las salidas de capitales (rondaron el 3% del PIB durante la primera mitad de 2015).

La estrategia era incorrecta y ha sido preferible que esta situación explotase el pasado verano y no dentro de años, pues los desequilibrios acumulados serían mucho mayores y peligrosos. La experiencia nos dice que los procesos ordenados de corrección de desequilibrios en economía y los mercados son una rara avis y, por tanto, se mantendrá la presión sobre los sobrevalorados activos chinos.

A cambio, las autoridades seguirán implementando importantes y necesarias reformas, cuyo resultado será un sistema y estructuras más fuertes que en el pasado y menores rigideces desestabilizadoras, como ocurre con el yuan. El error es pensar que cuando las autoridades chinas dejan depreciarse su divisa están reconociendo un deterioro mayor de la economía. En realidad, solo incorporan con retraso y de forma limitada lo que hubiera ocurrido en un escenario de moderación económica y de salidas de capitales si flotase libremente. Lo peligroso sería mantener el tipo de cambio anclado y privar a la economía de este mecanismo de ajuste.

En definitiva, el proceso emprendido por China tiene costes al ser imposible realizarlo sin sacrificar crecimiento o sufrir tensiones a corto plazo, aunque hubiera sido mucho peor posponerlo.

Francisco Vidal es Jefe de Análisis de Intermoney

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