Los grandes retos de los educadores del siglo XXI
La neuropedagogía desafía con datos científicos algunas de las creencias más extendidas sobre cómo deben funcionar las escuelas
Si nuestros abuelos volvieran hoy a la escuela se sorprenderían con los ordenadores, tabletas y pizarras electrónicas que decoran muchos centros. Los libros de texto les parecerían mucho más atractivos que los que ellos manejaron y la rigurosa disciplina de antaño se ha relajado. Pero en lo sustancial, verían que todo sigue igual: el conocimiento se compartimenta en asignaturas, que se evalúan a partir de trabajos y exámenes calificados con nota. El maestro enseña y el alumno escucha. Y al llegar a casa, a hacer los deberes.
El conocido pedagogo británico Christopher Coluder ha asegurado en las páginas de CincoDías que “la enseñanza convencional ya ha cumplido su ciclo. Procede del siglo XIX y estamos en el XXI. Nuestros hijos esperan algo distinto de la educación”. No es el único: los partidarios de renovar el sistema son tantos que se multiplican las escuelas que apuestan por pedagogías alternativas.
Los motivos que han llevado a muchos a desconfiar del método predominante de enseñanza, basado en las clases magistrales y los exámenes, eran hasta ahora opinables. La aplicación de los avances en neurociencia a este campo (neuropedagogía) “aporta razones científicas a muchas cosas que ya se sospechaban”, explica Roberto Sanz, doctor en Pedagogía y vicedecano de la Facultad de Educación de la Universidad Católica de Valencia. “Los problemas que tienen hoy las escuelas son los mismos que hace 100 años. Pero ahora tenemos nuevas herramientas para entender la situación”. Este educador resumió el viernes, en una conferencia en ESIC, la luz que el estudio del funcionamiento del cerebro está arrojando sobre las prácticas pedagógicas.
Enseñanza infantil
Primera barrera que habría que derribar: cuándo toca y no toca aprender. El cerebro humano ha evolucionado durante decenas de miles de años para poder aprender. “Se adquieren conocimientos durante toda la vida, aunque la plasticidad del cerebro es mayor cuando somos pequeños”, subrayó el doctor Sanz. Está demostrado, pues, que es mejor aprender idiomas entre los tres y los seis años que a partir de los 30.
¿Entonces por qué la educación infantil no es obligatoria? “Habría que aprovechar el número de conexiones neuronales que tienen los niños de pequeños”, sentenció Sanz. Dejar pasar esos momentos críticos en los que la mente está especialmente dispuesta al aprendizaje conllevará dedicar más tiempo en el futuro para llegar al mismo punto.
Entorno enriquecido
El lugar en el que se produce (o al menos se provoca) la situación de aprendizaje debe ser estimulante. Hace falta alentar la motivación de los alumnos, y de acuerdo con la neuropedagogía eso solo se consigue cuando hay sentimientos emotivos. “Habría que plantearse por qué un niño de hasta cinco años puede circular libremente por la clase y después del verano debe ya sentarse en su pupitre”, reflexiona Sanz. Lo lógico a esas edades, en las que la mente está en pleno desarrollo, sería dejarles más libertad.
También hay que evitar que se produzca el apagón emocional, es decir, la desconexión del niño con lo que está sucediendo en clase. Ahí entra una vez más el entorno en el que se esté desarrollando el aprendizaje: deben abundar elementos que estimulen al alumno. Y eso no siempre sucede dentro de un aula.
Dinámicas de aprendizaje
Se ha demostrado también de manera científica lo que hasta hace poco era una percepción de los maestros: no todos los alumnos aprenden de la misma manera. Los hay que lo hacen de forma visual, otros priman el factor auditivo, unos terceros precisan la lectura o la escritura, y un cuarto grupo son kinestésicos, esto es, tienen que estar haciendo cosas para aprender.
Las dinámicas de clase deberían estar adaptadas a todas estas formas de absorber conocimiento. “La heterogeneidad de las clases obliga a cambiar estas estructuras”, opina el doctor Sanz. Sin embargo, en las aulas a menudo solo practican una o como mucho dos de estas modalidades.
¿Asignaturas o proyectos?
Todo lo anterior afecta también en el contenido de los temarios que deben interiorizar los alumnos. Algunos pedagogos defienden la utilidad de comunicar a través de proyectos (por ejemplo, la organización de una excursión) que requieran del uso de herramientas de distintas asignaturas. En el caso de la excursión, se usarían las matemáticas para elaborar el presupuesto, la geografía para determinar el sitio al que ir, etcétera.
El propio contenido de las asignaturas, cuya utilidad está cuestionada por varios pedagogos, se repite durante los cursos que componen la enseñanza reglada. Desde el punto de vista de la mente, sería más eficiente abordar las temáticas una sola vez pero de forma más profunda. “Cualquier alumno que salte a la universidad ha estudiado el Imperio Romano muchas veces a lo largo de su vida”, asegura Sanz. “Pero quizá le ponemos en un aprieto si le preguntamos qué nos puede contar de esa época. Eso quiere decir que algo no funciona”.