¿Quién está de Mas en Cataluña?
Pues empezó ya la cuenta atrás de la carrera hacía una habitación oscura donde unos pocos arrastran a desorientados y otro grupo les persigue a toda velocidad para impedirlo. No pocos observan este pilla-pilla con cansancio, desinterés, confianza en que todo se arreglará al final por arte de magia e incluso algunos están decidiendo en qué parte del pilla-pilla se ponen. Y la carrera va cogiendo aceleración hacia la habitación oscura... ¿Podrán frenar a tiempo? ¿Podrán frenar a tiempo los últimos y no entrar todos a trompicones en esa habitación oscura?
Mientras tanto, Mas is missing. No está claro quién está haciendo el papel de Mas, como presidente de la Generalitat y representante del Estado español en Cataluña, ni como candidato a la presidencia tras las elecciones. Porque, señores, lo que viene son unas elecciones autonómicas. Si el debate se centrara en lo que de verdad se decide el próximo 27, enseguida se vería el fracaso de la gestión de la Generalitat durante los 20 últimos años, y asumirían el poder partidos y personas que todavía no han tocado pelo, pero que vienen con la lección aprendida. Qué no saldría entonces a la luz, saliendo lo que sale ahora sobre Pujol, Teyco, 3% plus (y lo que queda por salir). Ello con los convergentes y separatistas (qué contradicción) actuando conjuntamente silenciando voces autorizadas y solventes que desmontan los argumentos de los convergeratistas. Josep Borrell –no se puede ser más catalán, digo yo– es la última víctima de la limpieza ideológica.
Estamos de elecciones pero no se habla de lo importante. Se habla de lo artificialmente urgente. Todos los partidos han caído en la trampa del método Ollendorf (pregunta lo que quieras que yo responderé sobre lo que sea; o en simple: hablemos de todo lo que sea menos de lo que hay que hablar). O sea, se han convocado elecciones al Parlamento y aquí no hablamos de los resultados de la gestión del Gobierno que en cinco años ha convocado tres veces elecciones. Hablamos de independencia. Mal va.
Pero bueno, ya que la actualidad manda, los argumentos en torno a la viabilidad de la independencia basados en el ordenamiento jurídico se obvian por inconvenientes. Se construyen y modulan otros, a veces hasta infantiles, a medida de por dónde se vayan desarrollando los acontecimientos y cuánto se van apartando estos del objetivo final. Por ignorancia o por malicia, o por ambas, se está mintiendo a la población en torno a las posibilidades reales, las de verdad, de una Cataluña independiente y/o viable en los términos propuestos. Además de lo previsto en la Constitución española, votada por todos los Españoles –incluidos los catalanes–, la Unión Europea ya se preparó en su día, antes incluso que cuando Escocia escocía: ¿se acuerdan ustedes del señor Ibarretxe y su plan…?, pues eso. Ahí se blindó Europa.
A todo esto, conviene recordar que existe un ordenamiento jurídico administrativo y penal en vigor que es de aplicación. Luego no valen sorpresas ni victimismos. Porque si sí valen y no se aplica la ley, ya sé qué opción tengo en la próxima declaración de la renta… Cataluña, volviendo a lo urgente, tiene una vía a la independencia que está prevista en la Constitución. No es un mecanismo fácil, obviamente, igual que no es fácil que hagan a uno un trasplante de corazón. Tiene muchos riesgos, pero pueden llegar a darse las circunstancias que lo aconsejen. No conozco muchos trasplantes por una serie de arritmias (vaya, no conozco ninguno) o porque una pequeña parte del tejido del corazón o del resto del cuerpo esté corrompido.
Señores del independentismo: la legislación es la que es. A algunos a lo mejor no les gusta el Estado autonómico –bastante semejante a un Estado federal, por cierto– y prefieren un Estado regional, o una confederación, o un Estado central. Pero de todas las opciones disponibles, entre todos, todos elegimos un modelo con unas reglas concretas y posibles de aplicar. Pues con esas reglas –y no otras– todos –y no unos pocos– decidamos qué modelo queremos y si cambiamos de reglas. Por cierto, que ya tendría gracia que decidiéramos que no queremos las autonomías y que descendiera el nivel de autonomía al ámbito local, que es el que de verdad está pegado al ciudadano y donde el ciudadano tiene muy fácil ir a pedir cuentas.
A fecha de hoy, Cataluña es parte de España, y por tanto es de todos los Españoles. Esto es el punto de partida (y hasta los catalanes separatistas estarán de acuerdo). Ahora hay que decidir sobre Cataluña. Pues bien, la norma esencial de Cataluña y de España, o viceversa, la Constitución española de 1978, dice (artículo 1 de la Constitución, que no hay que rebuscar, vaya) que la capacidad de decidir libremente sobre España reside en todo el pueblo español. En todo el pueblo quiere decir que todos decidimos y no que unos pocos deciden por todos. Porque unos pocos decidiendo por todos no parece muy democrático, ¿no?
Luego la Constitución habla de la unidad, garantías a las nacionalidades, solidaridad, lenguas y banderas. Todo esto sin tener que leer más allá de los primeros cuatro breves artículos. Y de verdad que está escrito muy claro y poco interpretable. De verdad que sí.
En fin, que el 27 hay elecciones al Parlamento de Cataluña y todavía no he oído hablar de programas. Solo oigo el ruido propio de un corre que te pillo.
Yo me siento tan catalán como madrileño o andaluz o balear, por pasar temporadas del año en los cuatro sitios. Pero me siento sobre todo español y también europeo. Creo que es todo compatible y además para mí prefiero, en todo en mi vida, sumar. Ser más y no permitir sentirme de más, ni en Cataluña. Sí que estoy un poco de Mas (y amiguetes) hasta la barretina… ¡Ojalá algún periódico publique solamente esos cuatro primeros artículos de la Constitución algún día! Sin Mas.
Sergio Redondo Serrano es abogado.