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Columna
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Historia de dos crisis europeas

La Unión Europea a veces avanza en respuesta a las crisis. Cuando se expone una insuficiencia en el modus operandi de la UE –normalmente un fracaso de los estados que pertenecen a la misma para actuar en el interés común– la solución tiende a involucrar a la puesta en común parcial de soberanía.

¿Seguirán las dos últimas crisis de la UE –la afluencia de inmigrantes y refugiados y los miedos de la moneda única– el mismo patrón? Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, defiende una mayor integración como respuesta. Pero también hay mucha resistencia, porque la población de Europa sufre por la enfermedad de la integración y no está dispuesta a mostrar su solidaridad ilimitada hacia sus vecinos.

En el frente de la migración, Juncker se ha unido al de la Alemania de Angela Merkel. El retroceso viene principalmente de los países de Europa del Este como Hungría. Por el contrario, con el euro, Alemania es a menudo la fuente de retroceso.

Los flujos de personas y dinero son diferentes –en el primer caso, Europa responde a guerras, crisis que son principalmente exógenas–. Pero hay similitudes entre ambas. Una es que Europa se embarcara en proyectos altamente simbólicos antes de tener las herramientas para gestionarlos correctamente.

La UE se embarcó en proyectos altamente simbólicos antes de tener las herramientas para gestionarlos

La creación del euro fue tanto una iniciativa política como económica. Poco se pensó al principio en cómo hacer a las economías nacionales de la zona euro lo suficientemente flexibles como para prosperar dentro de la camisa de fuerza de una moneda única o cómo manejar las crisis bancarias.

Eliminar las fronteras interiores en el espacio Schengen, que abarca 22 países de la UE y cuatro de fuera, también tuvo un fuerte simbolismo. No se corresponde con fortalecer las fronteras exteriores, detener inmigrantes ilegales o una política común sobre cómo compartir los refugiados.

En ambos casos, había reglas –pero estas no han funcionado correctamente–. En el caso del euro, se suponía que los gobiernos limitarían su deuda al 60% del PIB. El año pasado, la deuda de la zona era de media del 92% del PIB.

En inmigración, las normas también se han roto. Se supone que los solicitantes de asilo deberían ser procesados en el primer país de la UE al que llegan. Si sus peticiones tienen éxito, ese país es responsable de darles refugio. Si no, se supone que los migrantes deben ser enviados de vuelta a donde vinieron. De hecho, muchos de los países que son el primer punto de entrada han fracasado en procesar a los solicitantes de asilo. Es especialmente cierto en Grecia, que se ha convertido en un punto débil tanto en el euro como en la crisis de refugiados.

Además, los países de la UE tienen un pobre historial de devolver a los migrantes que no logran conseguir asilo. En 2014, se suponía que 470.000 personas serían enviadas de vuelta a donde vinieron, pero solo 190.000 fueron efectivamente devueltos. Esto se debe en parte a que es difícil localizar a las personas a las que se les ha negado el asilo y en parte porque los países de donde vinieron a menudo no quieren que vuelvan.

Ambas crisis, por su parte, han estado plagadas de acusaciones. Los griegos, por ejemplo, han sido criticados por sus bajas tasas de recaudación de impuestos. Atenas ha respondido atacando a Berlín por detener su el impago de su deuda a principios de la crisis –un movimiento que habría cortado la necesidad de posterior austeridad pero infligido grandes pérdidas a los bancos alemanes y franceses–.

Hungría también ha sido criticada por construir una cerca de alambre de espino en su frontera con Serbia, país que no forma parte de la UE. El país ha respondido a las acusaciones diciendo que es Alemania, no en Europa, quien se enfrenta al problema de los refugiados porque la mayor parte de los que demandan asilo quieren llegar hasta allí.

La causa raíz de la crisis de los refugiados es la guerra en Siria, Irak y Libia, para las que no existe el equivalente en la crisis del euro. Pero en ambos casos, hay dos formas de manejar la dimensión europea del problema. Una de ellas es por mutualización: compartiendo refugiados y deuda. La otra es fortaleciendo la responsabilidad nacional.

En la práctica, es probable que prevalezca un enfoque mixto en ambas crisis –con una solidaridad que llegue tan lejos como la política nacional permita–. Esto puede parecer desordenado, pero Europa no está preparada para soluciones más ordenadas.

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