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Infidelidades, morosos y bajas fingidas, los casos más frecuentes

Àngela Martí, la decana de las detectives privadas

La catalana abrió camino a las mujeres en un oficio entonces masculino Acaba de recibir la placa al mérito por su trayectoria

Pablo Monge
Manuel G. Pascual

La profesión a la que ha dedicado su vida se cruzó en la trayectoria de Àngela Martí (Touluse, 1951) por casualidad. De hecho estudió medicina y ejerció durante años de anestesista. “Eran los años ochenta, una época en la que había mucha drogadicción y los padres querían saber qué hacían sus hijos. Por mi profesión sabía bastante de barbitúricos, así que me puse a asesorar a detectives, hasta que cuando me di cuenta me estaba sacando la licencia de investigadora privada”, cuenta por teléfono desde su agencia, Global Risk Detectives, ubicada en Barcelona, la ciudad en la que se ha criado.

Más de treinta años después, Martí sigue hablando con pasión de su trabajo, en el que cuando ella empezó no abundaba el elemento femenino. Fue, de hecho, la segunda mujer en España en sacarse una licencia de detective privado. La primera, Mercedes Romera, no perseveró: abandonó la profesión de forma prematura. Lo que convierte a Martí en la decana de las detectives privadas.

Sus primeros trabajos tuvieron mucho que ver con su formación médica: desde comprobación de bajas laborales fingidas a seguimiento de lesiones falsas, simuladas solo ante el forense.

Aunque la mayoría de casos versaban sobre otro asunto. “Cuando el divorcio solo se podía pedir por causas objetivas se seguían mucho las infidelidades. Ahora eso ya solo se investiga por puro interés. Hay veces que para saber qué pasa con tu matrimonio necesitas un investigador privado”, destaca Martí.

Un solo caso abierto

Martí ha cerrado todos los casos que le han puesto por delante. Todos menos uno. “Una señora se enteró cuando era mayor de que su padre era un notario de Málaga que dejó embarazada a su madre, la sirvienta. He removido cielo y tierra pero no logro dar con una fotografía del padre. Es el único caso que lleva años en mi mesa. Pero confío en que tarde o temprano lograré cerrarlo”.

El cine nos ha dado una idea muy equivocada del mundo en el que se mueven los detectives. Al menos eso es lo que asegura Martí. Por ejemplo, nunca le hicieron sentirse incómoda por ser mujer en una profesión tradicionalmente relacionada con el hombre. “Viví experiencias más violentas como médico. Se dirigían a mí como enfermera pese a ser residente”, explica. Considera que es absurdo pensar que haya profesiones solo para hombres. “El único oficio que solo pueden hacer ellos es el de animar con poca ropa una despedida de soltera”, cuenta entre risas.

Más de treinta años de profesión dan para vivir en primera persona los cambios que ha vivido la sociedad. “Internet nos ayuda a identificar a una persona de forma muy rápida. Antes nos tenían que dar un sobre con su foto, como en las películas. Ahora solo hay que entrar en las redes sociales. Ya no hay que ir al registro mercantil, a Tráfico ni a ninguna otra ventanilla: lo puedes hacer todo sin moverte de la silla”, explica. Aunque no todo es positivo: “Internet es peligrosísimo, es un libro abierto. La gente debería ser más consciente de toda la información que vierte ahí”.

La tipología de casos también ha variado. “Investigamos a parejas e hijos de los que se quiere más información; a clientes morosos para ver si tienen bienes que embargar, para así evitarse poner una demanda; pero sobre todo bajas laborales fingidas. Ahora parece que vuelven a aumentar”. También gana peso otra tipología de clientes: los que tienen trastornos mentales. “Acuden a nosotros porque creen que los psiquiatras les engañan. Por ejemplo, un vecino que cree que le ponen gases por debajo de la puerta, otros que dicen que les persiguen y, recientemente, hasta una chica que está convencida de que la han clonado”, ilustra Martí.

Rebusca en su fotográfica memoria para destacar algún caso llamativo (que se pueda contar) y encuentra el siguiente: “Contactó conmigo una señora cuyo padre, antes de morir, le confesó que ella en realidad era hija de otro señor que por lo visto era francés. Me puse a trabajar y descubrí que su verdadero padre había muerto durante la Segunda Guerra Mundial y estaba enterrado en una fosa común en Marsella. Descubrí que tenía dos hermanas: una desapareció del mapa sin dejar rastro y la segunda acababa de morir justo hacía diez días. Así que a la pobre señora solo le quedó el consuelo de poder ir a Marsella”.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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