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Christopher Clouder, pedagogo y escritor

“Es ridículo atosigar a los niños con exámenes y notas”

"La educación convencional ya ha agotado su ciclo" "Los deberes deben potenciar las aptitudes, no esclavizar"

Manuel G. Pascual

En las escuelas Waldorf los alumnos son quienes marcan los ritmos. Aprenden a leer pasados los seis años, no tienen exámenes y reciben una sólida formación musical y artística. Su rendimiento académico cuando se incorporan a la universidad está, dicen, por encima de la media. Especialmente popular en su Alemania natal y en los países escandinavos, también es conocido por convencer a muchas estrellas de Hollywood. Christopher Clouder (York, 1946) es uno de los máximos expertos en este método. Dirigió durante 12 años el Comité Europeo Educativo Steiner Waldorf. Desde 2009 encabeza la Plataforma para la Innovación en Educación de la Fundación Botín.

“Tecnología sí, pero en un entorno controlado”

¿Qué le parece el sistema educativo español?

Todos o casi todos los padres se preocupan de la enseñanza de sus hijos, independientemente del lugar en el que nos fijemos. Sé que en España las artes no han jugado nunca un papel demasiado importante en la educación. Ahora eso está cambiando y creo que es positivo. España es un país que se está abriendo, cuando muchos otros se están cerrando en sí mismos. Eso tiene mérito.

¿Es partidario de la introducción de las nuevas tecnologías en las aulas?

Toda tecnología aporta ventajas e inconvenientes. Debemos pensar bien cómo encaja cada una en la vida del niño. ¿Está bien que un crío de cuatro años pase horas ante una pantalla? No es sano, puede ser manipulado, se puede aislar de los demás… Ese es el lado negativo: el positivo es que nos acerca a los demás y tenemos muchos contenidos disponibles allí donde estemos. La cuestión es cómo usar la tecnología en el beneficio de los pequeños. El entorno debe ser controlado.

¿Qué papel deben jugar los deberes en la enseñanza?

Este es un tema muy controvertido [risas]. Creo que llevarse a casa algo de deberes está bien, siempre y cuando no sean excesivos. Su función debe ser potenciar, no esclavizar: los niños ya pasan suficientes horas sentados en los pupitres. Lo ideal sería que los deberes enseñasen al niño a aprender. También necesitan hacer otras cosas: tocar instrumentos, hacer ejercicio, jugar, aburrirse…

¿Qué hay de los padres? ¿Se implican todo lo que deberían?

Las escuelas son comunidades, y los padres, quieran o no, forman parte de ellas. Quien tiene hijos está en constante aprendizaje, eso es seguro. Y eso no siempre es fácil. Deberían perder el miedo a consultar cosas con los maestros.

 ¿El hecho de que existan pedagogías alternativas significa que la educación tradicional falla?

Creo que el sistema convencional ya ha cumplido su ciclo. Procede del siglo XIX y estamos en el XXI. Nuestros hijos esperan algo distinto de la educación. No critico el sistema actual, no digo que esté todo mal, pero sí creo que hay que evolucionar.

¿De qué modo?

Para empezar, hay que incidir más en la autoexploración. En vez de seguir programas rígidos, los maestros deberían tratar de ser más auténticos. También hay que redefinir la relación que mantenemos en clase con los alumnos. Lo resumiría diciendo que la educación debe quedar al servicio de los niños, y no al revés. Necesitan que se les estimule la creatividad, el coraje y el trabajo en equipo tanto o más que asimilar determinados conocimientos. ¡Piense que casi todo lo que uno puede preguntarse está ya disponible en internet!

Hay quien asegura que dejar demasiada libertad al niño puede ser contraproducente para su educación.

Más que darles libertad, lo que hacemos es respetarlos. Los niños son sensatos. Saben lo que es bueno para ellos, lo que es sano. Eso no se debe confundir con hacer que asuman responsabilidades desde muy temprano. Nosotros somos los adultos: les escuchamos, pero somos quienes decidimos. Lo ideal es que los pequeños sean cocreadores de su entorno. Es muy importante que disfruten su niñez, un periodo que cada vez acortamos más: la pubertad se ha avanzado dos años y medio en el último siglo.

Algunos expertos consideran ridículo compartimentar el conocimiento en asignaturas. ¿Qué opina usted?

Creo que lo que hacemos es triste. Estamos creando un entorno competitivo para los niños desde bien pequeños, cuando para ellos lo natural es cooperar en vez de competir. Es una lástima que la obsesión del sistema sea convertir a los niños en unidades económicamente operativas en el menor tiempo posible. Eso va contra su derecho a desarrollarse como persona. Le puedo asegurar que, aunque no se le presione con plazos, un niño aprende, y lo hace rápido. Atosigarles con exámenes y notas desde pequeñitos es ridículo.

Mucha gente no concibe una escuela sin exámenes.

En los centros Waldorf los niños pasan pruebas: se les ponen retos y deben hacerlo cada vez mejor. No se trata de competir con los demás, sino con uno mismo. Ese espíritu de autosuperación dura para toda la vida. Los exámenes propiamente dichos tienen sentido cuando son más mayores.

El arte y la música tienen mucha importancia en la pedagogía Waldorf. ¿Por qué?

Porque es una parte importantísima del desarrollo personal. Aportan armonía. Cuando se les deja solos, los niños dibujan, cantan, saltan, se mueven. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué? El movimiento genera sinapsis en el cerebro, estimula las conexiones neuronales. Todas las artes implican movimiento. En los últimos años se ha demostrado, además, que los niños con una educación artística rica tienen mejor salud mental, menos abandono escolar, menos propensión al consumo de drogas y mejores resultados académicos.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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