Bruselas revoluciona a Syriza (y viceversa no tanto)
The Clash como banda sonora de un primer ministro; pantalones vaqueros para su portavoz; y un ministro de Finanzas que tuitea, bloguea y llega en moto a las citas oficiales. La revolución estética de Syriza lleva vientos de renovación a un foro tan acartonado y viejuno como el Consejo Europeo, donde este jueves se sentará por primera vez Alexis Tsipras, en nombre de Grecia, si mañana supera el voto de confianza en el parlamento de su país.
Pero imagen aparte, es probable que el líder de Syriza y su partido salgan mucho más cambiados de su convivencia con Merkel, Hollande, Rajoy y compañía que viceversa. Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, ya comprobaron la semana pasada, durante su primera ronda de contactos por las capitales europeas, que su promesa electoral de “cambiar Europa” tendrá que adaptarse a la realidad de un club con normas tan maleables como resistentes.
“En Bruselas las cosas se mueven despacio y no va a haber un giro brusco en la política económica porque haya habido un cambio de gobierno en un país de los 28”, señalan fuentes europeas. Y la capital europea guarda una memoria muy reciente de la llegada al poder de François Hollande (2012) y Matteo Renzi (2014), dos dirigentes socialistas aparentemente llamados a “revolucionar” el Consejo Europeo desde Francia e Italia pero que han debido conformarse con mover ligeramente el timón desde la austeridad a rajatabla hacia el crecimiento y la inversión.
“Si Tsipras quiere conseguir cambios en la política económica de la zona euro, tendrá que aliarse con quienes ya están impulsando el cambio”, recomienda fuentes socialistas en el Parlamento Europeo. Esas mismas fuentes subrayan, no sin cierta ironía, el hecho de que Tsipras y Varoufakis “sólo se hayan reunido durante su gira con representantes de la casta [Juncker, Draghi, Hollande, Renzi, Schäuble, Osborne]”, lo cual muestra, a su juicio, que Syriza deberá adaptarse al ecosistema político europeo si quiere que Grecia influya en la UE.
Tsipras ya ha dado señales de pragmatismo. Se ha olvidado de su propuesta para una conferencia internacional que resuelva el problema de sobreendeudamiento del sur de la zona euro (incluida España) y ha renunciado a la quita de la deuda griega.
Pero ese realismo no equivale a una asimilación total, a juzgar por las primeras intervenciones de un gobierno que ha roto ya varios tabúes.
Tsipras pidió en París al presidente francés que asuma “un papel preponderante y protagonista” en la zona euro, lo que en términos diplomáticos equivale a reprocharle en público su pasividad y resignación ante las directrices de Berlín.
Varoufakis ha sido aún más iconoclasta. Ha evocado largamente el nazismo y el desastre de la república de Weimar a su paso por Berlín; ha descrito a sus colegas, los ministros de Economía de la zona euro, como camellos empeñados en mantener “la adicción de Grecia al crédito”; y ha desautorizado en público al presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem.
Tanto Tsipras (40 años) como Varoufakis (53 años) se han revelado contra la superioridad moral que algunos dirigentes de la zona euro, sobre todo en Alemania y Holanda, se habían arrogado frente a los países endeudados del sur y, en particular, frente a Grecia. A partir de ahora, los eurócratas anónimos de la troika (CE, BCE y FMI) se lo pensarán dos veces antes de seguir dando órdenes “por email” a Atenas.
“Tendremos que evolucionar en nuestra posición”, reconocen fuentes del Eurogrupo, en vísperas de que este miércoles se siente por primera vez Varoufakis en esa reunión de ministros de Economía de la zona euro.
El Eurogrupo sabe que no tiene argumentos técnicos para defender el desastroso y carísimo rescate de Grecia ante un profesor de Economía como Varoufakis. Así que los ministros se conformarán con que el griego acepte la legalidad y la continuidad del Memorándum... como condición para renegociarlo y enmendar los errores.
Juncker cumple 100 días huyendo de Luxleaks y de Barroso
Jean-Claude Juncker cumplió ayer los primeros 100 días de su mandato al frente de la Comisión Europea (2014-2019). El luxemburgués ha disfrutado poco de ese periodo de gracia que se suele conceder a los nuevos gobernantes, porque nada más tomar posesión (el pasado 1 de noviembre) estalló el escándalo LuxLeaks, una filtración sobre las ventajas fiscales que Luxemburgo concedió a centenares de empresas cuando Juncker era el primer ministro de ese país.
La publicación de esos documentos ha obligado a Juncker a replegarse y mantenerse a la defensiva, acechado por un Parlamento Europeo en el que varios grupos, encabezados por los Verdes, pretendían lanzar una comisión de investigación sobre Luxemburgo. Populares y socialistas maniobraron para evitar la iniciativa contra Juncker, que al final se ha abortado por una cuestión de forma. El Parlamento se limitará a crear una comisión “especial” sobre fiscalidad en la UE, lo que en principio no amenaza a Juncker.
El luxemburgués podrá así continuar con su operación política, destinada en gran parte a desmontar la labor de su predecesor, José Manuel Barroso. Bruselas tiene intención de dar marcha atrás en las dos áreas en que Barroso fue más activo durante su segundo mandato (2009-2014): la supervisión macroeconómica y fiscal de la zona euro, que ha acabado convertida en un galimatías de normas redundantes; y la regulación del sector financiero, que el lobby del sector pretende relajar.
Además de ese desmantelamiento, Juncker ha impulsado un plan de inversión que a partir de finales de este año pretende movilizar 300.000 millones de euros; ultima el proyecto de unión energética, para integra los mercados energéticos europeos; y antes del verano presentará un esbozo de unión fiscal, que podría sentar las bases para un Tesoro europeo y/o la emisión de eurobonos.