"Zum Raum wird hier die Zeit" (Aquí el tiempo se convierte en espacio)
Cuando un discípulo le preguntó a Siddhartha (más conocido como Buda Gautama, Sakiamuni, o simplemente el Buda) qué era el tiempo, él le contestó: “No tengo ningún tiempo. No existe el tiempo. El tiempo es sólo la conciencia individual de cada persona de lo largo y de lo corto, eso es todo.” El tiempo depende de las cosas; sin ellas, no existiría.
Las enseñanzas del Budismo sobre el tiempo están basadas en la doctrina de la impermanencia[1]. Nada permanece igual en dos momentos consecutivos. Para el budismo, la impermanencia es un instrumento muy útil para ayudarnos a penetrar en la realidad.
“Todos los seres nacen, envejecen, se enferman y mueren”. De la misma manera, “El sistema del mundo llega a Ser, alcanza estabilidad, decae y deja de Ser”, a través de ciclos, que son el resultado de una “compleja red de causas kármicas” producidas por los distintos seres vivos que componen este sistema.
Nuestro sufrimiento es producto de nuestra creencia de que las cosas son permanentes, no de la impermanencia. Si fuéramos conscientes de ésta, nos volveríamos positivos y, en última instancia, sabios (conocedores de la verdadera realidad).
Cada fenómeno es dependiente en tres maneras diferentes:
-De las causas y condiciones que lo hacen posible.
-De las relaciones entre el todo y sus partes.
-De la clasificación mental del sujeto.
Esto último es clave ya que el observador recibe constantemente gran cantidad de información que analiza, clasifica, nombra, etc., extrayendo de los datos empíricos aquellos que le ayudan a comprender formalmente lo recibido. Esta creencia la proyectamos sobre el mundo que estamos construyendo y como, todo, es igualmente impermanente.
La vacuidad (falta de existencia independiente de los fenómenos) es lo que les permite funcionar a través de sus relaciones. Si los fenómenos existieran independientemente, por necesidad, el mundo sería inmutable e impotente, incapaz de actuar sobre nosotros, y nosotros sobre él.
La doctrina de la vacuidad o falta de existencia independiente es la que garantiza que todos los fenómenos sean impermanentes, evolucionando sin cesar, madurando, decayendo, transformándose, es decir deviniendo[2].
La vacuidad y la impermanencia son dos caras de la misma moneda de la existencia.
El breve diálogo entre Gurnemanz y Parsifal que aparece en el ejemplo musical que he puesto al inicio de esta entrada acaba con una frase enigmática: “Aquí el tiempo se convierte en espacio”. Frase que ha sido objeto de debate intenso entre los wagnerianos desde que Richard Wagner la incluyó en la obra. Es difícil que sepamos completamente a que se refiere Gurnemanz cuando le habla así a Parsifal. La breve introducción de estos dos conceptos budistas (impermanencia y vacuidad) nos podría servir de ayuda.
A pesar de que la obra “Parsifal” de Wagner parece hablar constantemente de cristianismo, la ópera tiene claras reminiscencias budistas. Ello no es de extrañar ya que Schopenhauer, el inspirador de los conceptos que en la obra se desarrollan, es el introductor de la filosofía oriental, en especial el budismo, el taoísmo y el vedanta, en occidente a mediados del siglo XIX.
Lo que existe lo hace como relación a un todo, nada es completamente divisible[3]. La visión que tenemos de la realidad es parcial y basada en conceptos que creamos artificialmente pero que, en el mejor de los casos, pueden darnos una leve idea de la misma y que podemos confundirla fácilmente con la ilusión.
Una de las condiciones que tiene que albergar el “elegido” para salvar a la comunidad de caballeros del Grial es la de la inocencia, podría bien significar que la mirada sobre la realidad debe hacerse con otros parámetros distintos a los de la ortodoxia[4].
Ahora que tenemos dificultades claras para conocer que pasa en la realidad económica, resulta interesante ver conceptos como PIB, IPC, etc., a la luz de estas breves pinceladas budistas y wagnerianas.
Las relaciones de fuerza están cambiando, la forma en la que resolvimos problemas similares hace unos años, no necesariamente puede servirnos ahora. Los actores claves en el drama anterior pueden haber perdido su posición de fortaleza y han entrado otros más potentes. Al futura hay que mirarlo con ojos nuevos, no vale mirarlos a través del retrovisor.
NOTAS:
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Nuestro mundo es cambiante, como nuestros pensamientos y nuestros cuerpos. La impermanencia es, así, una gran cuestión en el budismo y su comprensión es de una importancia capital para la vida cotidiana de todas las personas. ¿A qué podemos llamar permanente en nuestras vidas, si desde que nacimos nuestro propio cuerpo no ha cesado de cambiar y está destinado a morir? Las sensaciones traen apegos y la pérdida de lo que amamos nos trae sufrimiento. Como enseñó Buda, miremos donde miremos encontraremos impermanencia. Pese a ello, nos aferramos a nuestras pasiones y a nuestras posesiones, al punto de que somos capaces de sacrificar por ellas nuestra salud, nuestra paz y hasta nuestras vidas. Cuando nos aferramos a las sensaciones y a las posesiones, queremos que esos estados de felicidad, gozo o dominio sean permanentes. Pero la realidad no es así, y al no ser del modo que queremos, en medio del hermoso juego encontramos el sufrimiento. Y aunque temporalmente pudiera parecer así, la eventualidad de las pérdidas es capaz de robarnos el sueño.
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El budismo incluso, en esta visión de los fenómenos del mundo, se plantea la vacuidad de la existencia independiente de mi propio yo. El yo no existe independientemente del mundo. Todo nivel identificable de subjetividad carece de existencia independiente. Por el contrario, la creencia en esta manera de existir, nos encadena al sufrimiento de la rueda de samsara; es la fuente de nuestros deseos y aversiones, nos lleva al egoísmo, a poner nuestros asuntos y deseos por encima de todo.
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El término alemán Gesamtkunstwerk (traducible como obra de arte total) se atribuye a Wagner, quien lo acuñó para referirse a un tipo de obra de arte que integraba la música, el teatro y las artes visuales. Wagner creía que la tragedia griega fusionaba todos estos elementos, que luego se separaron en distintas artes. Wagner era muy crítico con el tipo de ópera imperante en su época, a la que acusaba de centrarse demasiado en argumentos fatuos con música subordinada para lucimiento de los solistas y dejando casi ignorados a los demás elementos. Wagner concedía gran importancia a los elementos ambientales, tales como la iluminación, los efectos de sonido o la disposición de los asientos, para centrar toda la atención del espectador en el escenario, logrando así su completa inmersión en el drama.
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Las otras cualidades son la castidad (control del impulso o visión a medio/largo plazo) y la última pero la más importante: “iluminado por la compasión” (tenga en cuenta al otro/otros en la construcción de una nueva sociedad).