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Tribuna
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Mejorar el éxito exportador

Como antídoto a la caída de la demanda interna registrada en los últimos años, muchas empresas han buscado garantizar su supervivencia explorando nuevos mercados, hasta el punto de que el Icex cifra en más de 360.000 el número de empresas que desde 2008 hasta hoy iniciaron o reiniciaron la actividad exportadora, lo que arroja una media de 60.000 organizaciones que anualmente se sumaron al reto exterior. Se trata de un dato alentador, sin duda, pero que queda en parte empañado por el considerable número de empresas que fracasó en el intento.

En efecto, durante idéntico periodo, alrededor de 307.500 empresas renunciaron a la carrera exportadora, lo que se traduce en una media de unas 50.000 deserciones al año. Por tanto, el índice de siniestralidad exportadora, si se nos permite el término, se elevó al 85% de todas las empresas que lo intentaron.

La situación se agrava incluso más si centramos la mirada en aquellas que exportan de forma regular; es decir, durante al menos cuatro ejercicios consecutivos. Pues bien, de las casi 50.000 que iniciaron o reiniciaron su actividad durante el periodo 2008-2013, casi el 94% del total acabó cesando en su intento, lo que en términos netos supone que solo 3.000 empresas más que al inicio de la crisis, están exportando sus productos de forma regular.

A la luz de estos datos, cabría preguntarse por las razones que explican tan elevado número de bajas empresariales en el sector exterior. Y en esta nómina, en primer lugar, habría que citar la inexperiencia a la hora de enfrentarse al reto de comerciar fuera de nuestras fronteras, unida también, en muchos casos, a la falta de recursos de todo tipo para gestionar este reto, lo que es especialmente significativo en el segmento de las pymes.

Otros riesgos que pesan sobre las empresas que optan por los mercados exteriores son los de índole política, derivados de la inestabilidad gubernamental de los países de destino o el riesgo legal, fruto de posibles legislaciones específicas restrictivas al comercio o al movimiento de capitales, e incluso el desconocimiento de los canales de distribución más seguros, que puede suponer la pérdida o deterioro del producto en su tránsito hacia nuevos mercados.

Existe además otro desafío, quizás no debidamente tasado por las empresas, que es el riesgo de tipo de cambio, un factor que cobra la máxima importancia cuando el objetivo es vender productos fuera de la eurozona. Este es un riesgo financiero asociado a la fluctuación de los tipos de cambio de una divisa respecto a otra y puede ocasionar grandes pérdidas en operaciones de exportación que impliquen la utilización de más de una divisa, si la empresa no está provista de algún tipo de cobertura que la proteja ante esta situación.

Como suele ocurrir siempre, la principal medicina contra este alto índice de fracaso exportador consistiría en apelar a la formación. En este caso, una formación y un asesoramiento especializados, incluso al inicio de la propia actividad exterior, que dé respuestas a los retos de índole financiera, fiscal, legal, comercial, promocional y logística a los que inevitablemente se deberá enfrentar la empresa exportadora. Y luego está la propia iniciativa y el apoyo que pueden brindar las administraciones públicas a las empresas exportadoras. Un soporte basado en dos líneas principales: por un lado, la puesta a disposición de las empresas de recursos relacionados con el conocimiento y la experiencia, imprescindibles para realizar las primeras incursiones en el comercio exterior y, por otro, una mejora de las estructuras normativas que pesan sobre este campo de actividad, con el fin de avanzar hacia su deseable simplificación.

El recurso a la exportación debe suponer para las empresas la posibilidad de vender más, diversificar sus riesgos y contribuir a un rápido y sostenible crecimiento. Los datos nos indican que esta es la lectura que han empezado a hacer muchas empresas españolas para tratar de esquivar la crisis. Sin embargo, la elevada siniestralidad de iniciativas en el sector exterior constituye una llamada de atención a las empresas. Precisamente, su éxito en este campo y en definitiva, la buena marcha del sector exterior, constituyen hoy las claves del nuevo ciclo económico al que ya estamos subidos.

Jacobo Sanmartín Mazoy es director General de Ebury.

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