El momento de la educación
Las sociedades en momentos de crisis buscan en la educación las respuestas que los líderes y expertos son incapaces de proporcionar. De esta manera, la educación se convierte en el último reducto sobre el que construir un proyecto de convivencia sostenible. Mirar a la educación es confiar en las personas y hacerles dueños de su futuro. Frente a la incertidumbre, el éxito de las administraciones depende de su capacidad de favorecer e integrar talento, o lo que es lo mismo, depende de la calidad y cohesión de los sistemas educativos. Excluir, además de estéril, nos conduce a la mediocridad y al fracaso. El mundo se ha vuelto demasiado complejo y frágil para que sólo unos pocos decidan. Ahora más que nunca el bienestar y la competitividad de las naciones están unidos a su educación.
En los últimos años hemos vivido cómo el comercio, la participación política o los medios de comunicación sufrían cambios radicales, impulsándonos hacia una realidad cada vez más interconectada, global e incierta. La educación está siendo el último gran sector en verse afectado. Pese a ello, los efectos de su transformación serán para la sociedad aún más radicales que los experimentados por cualquier otro.
En la mayoría de los países desarrollados hay debates públicos profundos sobre sus modelos educativos
Así la práctica totalidad de los países desarrollados están inmersos en profundos debates públicos sobre su modelo educativo, y, como consecuencia, planteando profundas reformas. No se puede transformar la educación sin el liderazgo de los maestros, la implicación de las familias y la escucha activa a los alumnos. Ignorar a la comunidad educativa conduce al fracaso y al enfrentamiento, además de ser una enorme injusticia. Son un sinfín los centros de enseñanza que realizan prácticas docentes disruptivas, buscando la personalización del aprendizaje, el desarrollo de las competencias, enraizar en sus alumnos la noción del aprendizaje a lo largo de la vida e integrar la escuela en una visión expandida de la educación. Por otra parte, las empresas tecnológicas buscan cada vez más en el ámbito de la educación nuevos modelos de negocio que impulsen su transformación. En los últimos años el sector de la educación ha sido el que más inversión ha conseguido en Silicon Valley para constituir spin-off. Todas las grandes corporaciones tecnológicas, desde IBM a Google, pasando por Intel o Microsoft han reforzado sus áreas de educación. La Feria BETT de Londres cada año multiplica su tamaño para dar cabida a cientos de empresas de tecnología de la educación. En pocos sectores como en la educación se puede afirmar, como diría William Gibson, “que el futuro ya está aquí, pero desigualmente repartido”.
Ahora bien, no hay más tiempo para proyectos pilotos. Si el cambio no afecta al conjunto del sistema educativo estaremos frente a la amenaza de una fractura social de efectos imprevisibles. El riesgo de una brecha entre aquellos simplemente escolarizados, y aquellos a los que su formación realmente ha capacitado para participar en un mundo global y cambiante, no es asumible. No hay mayor ineficiencia económica, ni injusticia social, que la desigualdad extrema.
Según la Comisión Europea en los próximos seis años el empleo en la zona de la UE para las cualificaciones bajas disminuirá un 20,1% y en España un 32,2%. Un 31% de la población española, según el estudio PIIAC de la OCDE, se encuentra dentro de este grupo. Así, la bolsa de personas con dificultades estructurales para encontrar un empleo crecerá de manera imposible. Según un artículo de Stuart W. Elliott, publicado recientemente en Issues in Science and Technology, hasta el 80% de los puestos de trabajo actuales podrían ser desarrollados por máquinas en los próximos 20 años. Una revolución sólo comparable a la sucedida en la transición de la economía agrícola a la industrial, pero en un período de tiempo cinco veces inferior. No sólo el empleo está afectado directamente por el grado de formación, la esperanza de vida es ocho años superior en los ciudadanos con mayor cualificación en relación con los de menor, de acuerdo con Education at a Glance de la OCDE. Actuar en educación, no es una opción, es una obligación. La educación es antes que nada dialogo, y actuar en educación supone, por encima de otras consideraciones, dialogar.
El sistema educativo español tiene ante sí los mismos retos que tienen los demás países. En primer lugar, formar ciudadanos capaces de desarrollarse personal y profesionalmente en un entorno cada vez más globalizado, dotándolos de una enseñanza competitiva y cosmopolita. En segundo lugar, vincular el aprendizaje al ámbito de lo local, favoreciendo la cooperación y el conocimiento de lo que nos une y diferencia. Pero a la vez nuestra educación presenta carencias endémicas; abandono, repetición o falta de cohesión. El cambio es la gran oportunidad de superar viejas e inútiles disputas.
La escuela ha de desarrollar el gusto por aprender y las habilidades para hacerlo a lo largo de toda la vida
El cambio es necesario y sentido como tal por la mayor parte de la comunidad educativa. Construir el derecho a aprender, esto es, generar las condiciones para que cada persona pueda desarrollar al máximo sus capacidades, colocar al alumno en el centro del sistema, es un reto compartido. Todas las personas somos distintas, aprendemos de manera distinta y tenemos capacidades e intereses diferentes, pero todas somos igualmente valiosas. Nadie es prescindible. El uso de las tecnologías y la incorporación en el aula de prácticas basadas en la evidencia científica hacen que la personalización del aprendizaje sea hoy un objetivo posible.
Por otra parte, el aprendizaje por competencias pretende acercar la educación a las actuales exigencias de la convivencia y del mercado laboral. Desde los años setenta la UNESCO, y en la actualidad de manera reiterada la Unión Europea, han venido señalando el distanciamiento entre las capacidades formativas que proporciona la educación formal y las demandas reales. No podemos esperar más tiempo para la plena integración en nuestro sistema del aprendizaje competencial.
El tercer gran reto de esta transformación es romper la exclusiva vinculación entre el hecho de aprender y una etapa de la vida y un lugar determinado. La función básica de la escuela es desarrollar el gusto por aprender y las habilidades para seguir haciéndolo a lo largo de toda la vida. Para ello la experiencia del alumno en la educación formal debe resultarle relevante, adecuada a sus expectativas. Porque, si es verdad que sin esfuerzo no hay aprendizaje, también lo es que, sin motivación el esfuerzo es un castigo. Lo que espera la sociedad de la educación ha cambiado, pero todavía han cambiado más los alumnos.
Para que este cambio sea posible es esencial el empoderamiento del profesorado. La complejidad de los procesos antes descritos, lejos de conducir a una automatización, demandan de manera creciente la presencia de un profesional altamente cualificado, de un gestor del aprendizaje integral. La figura del maestro emerge como clave del cambio educativo.
Por otro lado, si de algo podemos estar seguros es de que la transformación pasa por comprometer a toda la sociedad. Sólo implicando a la sociedad civil, y de manera muy especial a las familias, cambiaremos la educación. Y hoy es posible hacerlo. La educación es una tarea colectiva y colaborativa.
Por último una referencia a la tecnología. De lo que estamos hablando es de un cambio cultural y metodológico. No se trata tecnificar el aula, sino de escolarizar la tecnología. El próximo dispositivo a conectar a la Red son los centros educativos. La transformación de la educación, imposible de pensarse sin las nuevas tecnologías, también transformará Internet, civilizándolo, humanizándolo, haciendo posible el “Internet de las personas”.
Ahora es el momento de actuar en la educación, es el momento de dialogar y creer en la educación.
Alfonso González Hermoso de Mendoza es miembro del FEI.