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El continente se rebela contra Merkel

Tarde o temprano tenía que estallar electoralmente la nefasta gestión de la crisis europea, dirigida desde Berlín a partir de 2010. Y de manera simbólica han sido unos comicios como los europeos los que han traducido la tensión, la desconfianza mutua y el recelo acumulados en el continente a lo largo de los últimos cinco años en los que, según Pisani-Ferry, se ha cometido "uno de los mayores errores jamás vistos en política económica".

El seísmo político del #25M ha sacudido a casi todos los países de la UE. En cada uno ha dejado un paisaje diferente, en función de la tipología de su electorado. En los más tocados, como Francia o Grecia, quizá se lleve incluso a los respectivos gobiernos por delante.

Pero nadie sale indemne, ni siquiera los países menos afectados por la crisis, como Alemania, donde un partido euroescéptico obtiene por primera vez el 8% de los votos, o Dinamarca, con una cuarta parte de los votos en manos de la extrema derecha. Por eso el conjunto de los resultados se presta a una lectura común que parece indicar el hartazgo de los votantes con un modelo de gestión basado en un diktat sin alternativa.

El castigo electoral sufrido por los principales partidos se debe en parte, sin duda, a sus propios errores en cada país y al propio agotamiento de un sistema bipartidista que ya no parece responder a la complejidad social del siglo XXI. Pero también parece claro que una parte de la rebelión electoral ha sido provocada por "Bruselas". Un término geográfico, ese de "Bruselas", que hasta la crisis identificaba a las instituciones europeas pero que en los últimos cinco años se refiere más bien al gobierno de Angela Merkel.

La canciller alemana ha impuesto un modelo de gestión de la crisis basado en el escarmiento en lugar de la solidaridad; en la división del continente entre acreedores con derecho a gobiernos democráticos y tribunales constitucionales y deudores condenados a ejecutivos tecnocráticos y al estado de excepción jurisdiccional.

Los resultados están a la vista. Un continente diezmado económicamente y estragado políticamente; una factura de medio billón de euros para rescatar sin éxito a un país de solo 10 millones de habitantes, lo que convierte la fallida intervención de Grecia en la operación de este tipo más cara de la historia del planeta; y unas tasas de paro que dejan a varios millones de personas indefinidamente en la estacada.

Los votantes han dicho basta a la política del si no quieres caldo, dos tazas. Y aparte de las consecuencias a nivel nacional, parece inevitable que el #25M provoque una tremenda sacudida a escala supranacional.

La primera gran bronca se espera en la cumbre europea que se celebrará mañana martes en Bruselas. Esa cita del #27M se había planteado, como tantas otras, para debatir sobre la forma y no sobre el fondo; para mercadear con el reparto de cargos con vistas a una nueva legislatura en la que todo seguiría igual, como si el continente no atravesara una gravísima crisis de identidad. Todavía anoche, tras conocerse los primeros resultados, los líderes de los principales partidos europeos seguían más preocupados por esa pedrea de cargos que por la hecatombe electoral ocurrida.

Pero las urnas se han encargado de reventar el consenso entre esas familias políticas. Y varios gobiernos tambaleantes (¿París, Atenas, Lisboa?) tienen motivos para plantarse ante Merkel y exigir una salida europea de la crisis. Hasta ahora, esa salida no ha sido posible porque la canciller era incapaz de convencer a su electorado de que Europa no tiene vuelta atrás. A partir del #25M, parece que el resto de Gobiernos tampoco podrá convencer a sus electorados de que siempre deben rendirse ante Berlín.

Foto: pintada en Bruselas (B. dM., 29-3-2014)

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