Europa, solo Europa
Faltan apenas cuatro meses para las elecciones al Parlamento Europeo. El Parlamento democrático más plural y más grande. Dejamos al margen las experiencias rusas y chinas. Nos referimos a un Parlamento verdaderamente democrático. No a epígonos que aparentan serlo. Cuatro meses donde se hablará poco de Europa y mucho de los Gobiernos de cada país. Y donde los ciudadanos, una inmensa mayoría, votarán en clave nacional, pero no con mentalidad, con visión, con practicidad europea. Y es que Europa, lo mejor que nos ha pasado a los españoles en estos últimos casi 30 años, sigue apareciendo demasiado distante y demasiado fría para muchos españoles. La llave de nuestra modernidad y despegue. Pero muchos la culpan también de nuestros males, nuestros excesos. La Europa que nos hizo avanzar por el crecimiento y la confianza, también por romper tabúes y clichés, prejuicios y aislamientos más propios que ajenos.
Los partidos y los políticos, los programas y los discursos blasonarán una y otra vez el nombre de Europa. Incluso recordarán la Europa de hace un siglo. La que se debatió entre barro y sangre, trincheras y odio y hoy sin embargo es espejo de lo que la solidaridad, a pesar de la crisis, la generosidad de miras y la apuesta decidida por unos valores comunes es capaz de ofrecer, de dar y de hacer. Podremos discutir la falta de liderazgo, la miopía de algunos, la cerrazón, pero rigor al fin de cuentas, de la canciller alemana y otras muchas cosas, pero Europa es lo mejor que hemos tenido en el último siglo los españoles. La Europa de la Unión y la democracia, los valores y la cohesión, aunque hayan sido muchas y distintas las velocidades y las imposiciones.
La Europa de las élites se halla distante de la Europa real, atrapada en inextricables problemas
¿Qué Europa queremos y hacia dónde y con quién queremos ir?, ¿qué Europa soñamos si es que alguna vez hemos sido capaces de soñar con esa Europa? Tal vez se ha ido demasiado deprisa, distante de una ciudadanía que siente lejano el horizonte de un sueño, la Europa unida. Distintas velocidades, distintos intereses, distintos liderazgos no siempre en clave holística, sino soberana, particular. Las crisis no son malas per se; al contrario, ayudan a avanzar desde la reflexión, el sosiego y el sentido común, mas, eso sí, siempre que se tenga claro hacia dónde se quiere ir.
La construcción europea ha avanzado a impulsos, unos impulsos jalonados de desencuentros, de tiempos de crisis, si bien no tan lacerante ni persistente como la actual. La Europa de las élites se halla distante en este momento de la Europa real, atrapada en inextricables problemas de decisión, valentía, liderazgo y una visión clara de cómo salir de esta crisis económica, social, política y de valores. Aunque estos son, como en todo, los paganos que importan más bien poco. Incapaz de cerrar la brecha abierta entre Norte y Sur y la respuesta a la crisis económica y financiera sobre todo de los países periféricos del Sur. Desilusión y desafección. Desencanto y distanciamiento. Los vehementes entusiasmos hacia la Unión hace tiempo que no se prodigan, tampoco los liderazgos.
Pero no nos equivoquemos. No votemos contra Europa, no votemos contra un Gobierno u otro, unas políticas nacionales o no, votemos pensando en Europa. En la gran familia europea, la ciudadanía europea. El pasaporte más serio y eficaz que existe. Igual ocurre en el resto de países, máxime allí donde la ultraderecha xenófoba agita discursos, conciencias y banderas.
Sigue Europa adoleciendo de falta de líderes, que no de políticos. Lo último no presupone lo primero. La tenacidad, el esfuerzo y la creencia en esa Europa posible han retrocedido paulatinamente ante los imperativos de recuperar parcelas de soberanía.
Ha llegado el momento de fijar las fronteras de soberanía y la estructura política y de acción
Nunca en más de dos décadas se ha votado en clave europeísta y donde los desapegos a Gobiernos y políticas nacionales lo acaba pagando la apuesta hoy descreída de una Europa que no derrocha la pasión de otrora. Las carencias y deficiencias en la construcción europea a espaldas de la ciudadanía y al albur y capricho en demasiadas ocasiones de primeros ministros que al poco abandonan la arena política acaban fagocitando una imagen indirecta y anquilosada de lo que significa la Unión. Algo más que mercantilismo puro, esclerosis funcionarial y administrativa y centro neurálgico de lobbies de toda clase e índole, Europa es y debe ser algo más, como quizás ha llegado el momento de reinventar esa Europa hoy timorata y recelosa de sí misma y de los avances y conquistas que durante más de medio siglo han asombrado al mundo y a los propios europeos.
Ha llegado el momento de preguntar a los europeos qué Europa quieren y hasta dónde quieren llegar y con quién. Ha llegado el momento de fijar las fronteras, las parcelas y ámbitos de soberanía, de definir la estructura política y de acción de gobierno. De dinamizar aún más de lo que se ha hecho el Parlamento y de despolitizar otras instituciones que son componendas de cuotas y cuitas nacionales. Si no es capaz de dar una imagen única hacia el exterior, pero sobre todo ad intra, el gigante enmudecerá de inanición política. La voluntad política hay que forjarla y mantenerla a diario. Han de concluir de una vez por todas las letanías de lo artificioso y los panegíricos de una Europa desabrida y mal cohesionada. Muchos países, entre ellos el nuestro, deben sin duda su prosperidad y bienestar de las dos últimas décadas a Bruselas, y sobre todo al motor y empuje de los principales países de la Unión que durante mucho tiempo han mantenido quizás una velocidad a día de hoy excesiva.
Las propias sociedades de estos países, financiadores natos, han quebrado en buena parte en su sueño de más Europa. Pero el descreimiento también llegó a los países receptores y unas sociedades que pronto se han acomodado y olvidado de lo que es y ha de significar construir Europa, máxime cuando a puerto arribaron países con rentas y niveles de vida exhaustos y lánguidos y que no han hecho más que desilusionarse. Ha llegado el momento de reflexionar en serio sobre el futuro y el entramado político institucional de una Unión Europea que empieza a ser víctima de su propio éxito, así como de una extraordinaria ceguera política. Una Europa donde la ultraderecha, los antisistema y los partidos anti-Europa cobran fuerza, empuje y adeptos ante el desencanto general. ¿Qué Europa es posible y cuál queremos, no ya soñamos? Es la pregunta. La única. Europa vale la pena.
Abel Veiga Copo es profesor de Derecho mercantil de Icade.