De la temporalidad a la parcialidad
Los datos del empleo, dado su comportamiento retrasado con el ciclo, puesto que son una consecuencia directa del crecimiento económico, generan menos dudas. Pero en esta salida de la crisis que la variable PIB ya ha certificado, su reflejo en el empleo no es tan cartesiano como antes por varias circunstancias, y ofrece vaivenes más pronunciados de lo habitual que dificultan una interpretación certera. La recesión ha sido muy prolongada, los determinantes de la renta y la demanda están más dañados que en la crisis tradicional por los abusos del crédito, y se ha producido un cambio en la legislación que afecta al trabajo y a sus costes. Todo ello modifica el desempeño ortodoxo del empleo en los últimos meses, con una elasticidad más dinámica, y es cada vez más evidente que la tendencia ha girado, y que la creación de empleo, sin duda, será explícita en próximos meses si no media catástrofe.
El comportamiento desestacionalizado tanto del paro registrado como de la afiliación a la Seguridad Social mantiene su tendencia positiva por quinto mes consecutivo, y puede considerarse el mejor indicador adelantado de la ocupación. Por más que las variables nominales de registro y cotización sean abultadamente dolorosas, aunque las menos dolorosas desde 2007, hoy hay menos parados que hace un año (bien es verdad que con la salida de residentes por la falta de las oportunidades que en la década anterior sedujeron a los inmigrantes), y los mismos ocupados que hace un año. En paralelo, cosas del giro cíclico, la EPA y la Contabilidad afean un poco tales datos, y recuerdan que estamos en los niveles más bajos de ocupación desde que comenzó la recesión, y con 200.000 empleos menos que en 2012.
La pega fundamental que tiene el empleo que desde finales de la primavera pasada crea la economía en unas cuantas actividades, mientras persiste en otras la destrucción, es su nivel de calidad. Aunque la legislación lo favorece con creciente flexibilidad, la contratación a tiempo parcial, es ahora la vía de salida de la crisis laboral, como en los ochenta fue la espita de la contratación temporal, aprobada por el Gobierno de González y santificada en un pacto por la UGT y la patronal.
Ahora una parte de la temporalidad (3,28 millones de los 13,7 millones de asalariados, un 23,9%) se está trasvasando a la parcialidad, al contrato a tiempo parcial, que acoge también a nuevos contratados de carácter fijo o no, y que alcanza ya a 2,74 millones de asalariados en esa situación: un 19,9%. Este tipo de empleo debe servir para culminar en un contrato a tiempo completo cuando la economía consolide el crecimiento. Si no lo hace será insostenible la demanda, la recaudación fiscal y las pensiones públicas.