El consumo, en manos de las expectativas
El consumo privado es el motor de las economías europeas, y en el caso de España acapara algo más del 60% del producto interior bruto. Si avanza, lo hace la actividad y lo hace el empleo, y si cede, descienden la producción y la ocupación. Pero la secuencia también vale al contrario, tal como han demostrado los hechos en esta crisis: el fuerte ajuste del empleo durante seis años ha reducido la demanda interna hasta niveles desconocidamente bajos, a juzgar por la evolución de las ventas del comercio minorista. Tomando los valores medios de 2007 y los de 2013, el consumo privado ha descendido nada menos que un 26,47%, lo que gráficamente supone que los españoles de forma agregada consumen ahora solo tres euros por cada cuatro que consumían cuando llegó la crisis. En alimentación se ha producido un ajuste menor, pero en el resto de bienes y servicios la demanda de los hogares españoles se ha desplomado, y parece que ha tocado fondo.
En diciembre, tras haber titubeado en los meses pasados condicionado por los virajes producidos por las fuertes subidas del IVA, se acerca a la estabilización, lo que supone que habría tocado fondo o estaría cerca de hacerlo. Eso sí, un fondo que ha ido cavando durante seis años seguidos como consecuencia de la pérdida de empleo y de renta disponible, erosionada también por las bajadas salariales y por las subidas de impuestos.
Aunque la recuperación de los gastos de los hogares tiene que producirse cuando lo haga la renta disponible, cuando lo haga el empleo y cuando lo haga la masa salarial de los trabajadores por cuenta ajena, el punto de giro cíclico parece haberlo proporcionado el cambio en las expectativas de los consumidores. La lenta recomposición del crecimiento y del empleo, que ya en el último trimestre del año pasado han estado en positivo según las mediciones oficiales, ha recompuesto también una buena parte del estado de ánimo de la ciudadanía, aunque en el bolsillo no tengan más euros que un par de trimestres antes. La mejora de los indicadores financieros, tanto los de los mercados de deuda como los bursátiles, ha tornado también el efecto pobreza financiera por el efecto riqueza, y parece haber contribuido a recomponer la demanda. Aunque la estadística del INE solo hable en el mejor de los casos de una estabilización en diciembre, las grandes superficies no ocultan que la campaña de Navidad ha sido notablemente mejor que en años anteriores, y coherentes con ello han sido los datos de empleo en el sector.
El cambio en expectativas y la mejora de las variables financieras solo son luces que anuncian el final del túnel. Es tarea del Gobierno y del resto de los agentes –empresarios, sindicatos y también banca– consolidar la recuperación con solidez, y a ser posible más fructífera en creación de empleo que de salarios. Si no, podría abortarse.