Las lecciones del pasado
El jueves 24 de octubre del año 1929 comenzó en Estados Unidos lo que se conoce como “La Gran Depresión”. Una devastadora crisis económica que se extendió como la pólvora por todo el mundo, con efectos dramáticos en la mayor parte de la población y dejando en la más absoluta de las miserias a millones de personas.
Mucho se ha hablado y escrito desde entonces sobre aquella crisis y de sus similitudes con la que estamos atravesando ahora en nuestros días. Pero ¿cuáles fueron sus causas? Siempre he creído que la única forma de obtener las respuestas correctas es haciéndonos las preguntas adecuadas.
¿Qué lleva a un agricultor de Minnesota, durante “los felices años veinte”, a invertir todos susahorros en una acción de la bolsa de Nueva York de la que antes no había oído ni siquiera hablar? ¿Qué impulsó al pueblo holandés, en el siglo XVII, a vender sus casas y sus tierras para comprar tulipanes formándose una de las burbujas más conocidas de toda la historia? ¿Qué indujo a un genio de la física como Newton a comprar acciones de una ruinosa compañía naviera que le hicieron perder a él, y a gran parte del pueblo inglés, todo su dinero? ¿Cómo es posible que gran parte de la población española creyese que el precio de la vivienda nunca se desplomaría?
Tal vez parte de las respuestas a estas preguntas las encontremos en la forma que tiene de invertir un amigo mío.
Mi amigo compra los diarios económicos todos los sábados y cuando lee que un analista considera que una acción va a subir mucho en bolsa acude el lunes a su entidad financiera y compra la acción. Suele aguantar la posición unos meses y si cuando la vende ha ganado lo “pregona a los cuatro vientos”: se lo dice a toda su familia; ninguno de sus amigos se queda sin saberlo; si se encuentra con un vecino en el ascensor, en vez de hablar del tiempo, le dice lo mucho que ha ganado en bolsa y hasta la cajera de su supermercado se entera que compra una botella de champagne para celebrar sus éxitos como inversor. Interioriza el éxito como suyo y cree que el acierto de su decisión se debe a lo inteligente que es y ni recuerda que si compro la acción fue porque leyó, en algún sitio, la opinión de alguien que la recomendaba.
En cambio, si pierde, “Dios coja confesado” al analista que escribió su opinión. Pregona a los cuatro vientos que le han engañado, que se siente estafado. Se acuerda de toda la familia del analista y me llama jurándome que ya nunca más vuelve a comprar el diario económico donde publica ese analista “de pacotilla”…
La verdad es que me da la sensación de que mi amigo sufre el síndrome de: “la culpa nunca es mía y el responsable siempre es otro”.
¿Aprenderemos a ser responsables de nuestros propios actos en materia financiera?
Estoy convencido de que los que mueven los hilos de los mercados financieros saben que si encienden la chispa de la avaricia extienden el fuego de la euforia desmedida a gran parte de la gente. Cuando ya han instalado la euforia colectiva y han conseguido su objetivo de enriquecerse sin medida, siendo cada vez más poderosos, hacen que el miedo se instale otra vez en la población para que, llevada por el pánico, acate sus deseos económicos.
Llegados a este punto todo vuelve a comenzar desde el principio. La rueda vuelve a girar una y otra vez, crisis tras crisis, siendo los más perjudicados siempre los mismos.
Quien sabe… Igual esta crisis que estamos atravesando es distinta a todas las demás y de una vez por todas nos abra los ojos y aprendamos que ninguna burbuja especulativa ha traído nunca nada bueno.
Como dijo Jesse Lauriston Livermore (considerado uno de los mejores operadores de bolsa que han existido) hay tres tipos de personas: “las que aprenden por conocimiento, las que aprenden por experiencia y las que nunca aprenden”. Entonces, mi pregunta es: ¿Cuál de ellas quiere ser usted?
Ángel Martín Unzué Indave. Profesor de Mercados financieros y autor del libro el ‘A,B,C de los mercados. Aprende a gestionar bien tu dinero'.