El peligroso alpiste de Merkel
Angela Merkel reparte desde hace meses un peligroso alpiste con el que intenta demostrar la difícil sostenibilidad del sistema de protección social europeo. Y a pesar de la evidente inconsistencia de su argumento, la canciller ha logrado atraer a una gran bandada de analistas y políticos con sus tres cifras mágicas (5-25-50).
Hasta una persona de inteligencia tan renombrada como el conservador británico, Chris Patten, repite la fórmula en una reciente entrevista con El País Semanal. Y la califica como "verdad implacable".
"Europa", cita Patten a Merkel, "tiene el 7% de la población mundial. Representa el 25% de la economía global, pero el 50% del gasto en el mantenimiento del Estado de bienestar. ¿Cómo sigues manteniendo eso?".
La pregunta es tan legítima en estos momentos de globalización como tramposo el razonamiento que la precede. Da la impresión de que el 93% de la población que vive fuera de Europa cubre el 50% del gasto social restante.
Pero no es así en absoluto porque más allá de Europa, las lagunas de "bienestar" apenas existen en lugares como Japón, Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Ni siquiera China, con un régimen supuestamente comunista, ofrece una protección sustancial. Y EE UU, el país más rico del mundo, tampoco apuesta por cubrir con dinero público ciertas necesidades de su población como sanidad, educación o pensiones.
El cálculo de Merkel, por tanto, es falaz. Y recuerda a la famosa broma de los estadísticos: si una persona se zampa dos huevos y otra ni los cata, la media sugiere que cada uno se ha comido un huevo frito.
Del mismo modo, pero al revés, resulta fraudulento establecer una media mundial para un gasto que no existe en la mayor parte del planeta. Y repetir el truco merkeliano solo tergiversa un debate necesario, pero que debe hacerse a partir de premisas honestas: ¿se quiere o no mantener el Estado del bienestar? ¿Se puede mantener en un continente que cubre sus necesidades de mano de obra con inmigración? ¿Interesa mantenerlo con una economía tan abierta como la del siglo XXI? ¿Deben traspasarse ciertos servicios al gasto privado para no seguir aumentando los impuestos?
La respuesta corresponde a los votantes. Pero a sabiendas de que lo que único insostenible es que la mayor parte de la población del planeta no disfrute ni por asomo de unas condiciones como las europeas Y de que el Estado del bienestar, como señala Tony Judt en ¿Una gran ilusión? no solo redistribuye riqueza sino que actúa también como "una válvula de seguridad política" sin la cual "la reciente depresión económica podría haber tenido unas consecuencias desastrosas, comparables a las de las décadas de 1840 a 1930".
Judt recordaba que "no es casual que aquellas naciones que peor lo pasaron en la década de 1930 fueran las que más tarde se situaran al frente de la reforma social". El paro en Dinamarca y Noruega alcanzó el 42% de la población activa; en Suecia, el 31,5%.
El mundo ha cambiado mucho desde entonces. Y quizá el sistema que se ideó en los años 40 reviente como predice Merkel. Pero antes de desmantelarlo, la canciller debería añadir otras cifras a su incompleto alpiste.
Por ejemplo, que EE UU, con 316 millones de habitantes, mantiene en prisión a 2,3 millones de personas. En la UE, con 500 millones, "solo" hay 600.000 reclusos. O que en el ranking mundial de desigualdad en los ingresos familiares, encabezado por Lesotho, EE UU ocupa el puesto 41 mientras que la UE se sitúa en el 112 (España, en el 104). Unas cifras que quizá se deban a los tres porcentajes de Merkel.
Foto: Palomas sobre farola delante del Consejo Europeo en Bruselas (B. dM., 24-6-2013).
Tony Judt, ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa, Madrid, Taurus, 2012 (trad. por Victoria Gordo del Rey).