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Columna
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Las claves para el diálogo económico

Amedida que el gran estancamiento se prolonga en medio de un futuro incierto, todo el mundo tacha los niveles de PIB y las tasas de crecimiento de demasiado bajos. Los votantes están descontentos y el debate sobre la respuesta es intenso, pero no concluyente. ¿Cuál es la mezcla perfecta entre estímulo, austeridad, cambios estructurales y política monetaria? Una situación mejor es posible. He aquí hay cinco sencillas reglas para un diálogo más productivo.

Primera regla. Preocuparse menos. En casi todas las maltrechas economías desarrolladas, el PIB está aproximadamente a los mismos niveles que hace cinco años. El crecimiento se ha perdido, pero eso es un problema menor comparado con la pérdida de producción. Aunque el empleo es una cuestión todavía más seria, y hay algunos casos muy preocupantes, la falta de trabajo es desastrosa.

Segunda regla. Olvidar la Gran Depresión. Parece que muchos economistas piensan que el objetivo primordial de la política actual es no repetir los errores que se cometieron en los años 30.

Los cambios en los últimos años han sido tan grandes que la comparaciónhistórica es simple fantasía

Hay buenas noticias en este punto. La crisis financiera de 2008 no condujo a una catástrofe como aquella, en parte porque las autoridades evitaron repetir el gran error de la Gran Depresión –es decir, permitir a los bancos caer uno tras otro como fichas de dominó. Sin embargo, poco queda por aprender. Los cambios en los últimos 80 años han sido tan grandes –en el tamaño de la economía, el papel del gobierno, la situación del sector servicios, el nivel de los impuestos y los principios de organización de los sistemas financieros y monetarios– que las lejanas comparaciones históricas son simples fantasías. Se dedica mucha energía intelectual a discutir lo que causó, prolongó y curó el profundo declive económico que tuvo lugar en la década anterior a la Segunda Guerra Mundial.

Tercera regla. Recordar que los países tienen problemas distintos. Los seguidores tanto de los estímulos como de la austeridad parecen a menudo pensar que el remedio que han escogido es una panacea para todos los estados con problemas económicos. No es así. Los mejores remedios para los problemas de Grecia y España, que vinieron después de que se retirara el masivo crédito externo, son muy diferentes de los que se necesitan en Estados Unidos y en el Reino Unido, donde la caída financiera fue principalmente nacional. La debilidad económica en cualquier lugar refleja un conjunto de problemas específicos.

Cuarta regla. No hacer suposiciones acerca de la brecha productiva. Volviendo al caso de la Gran Depresión, los agricultores estadounidenses dejaron de labrar los campos, mientras que las familias pasaban hambre. Existía una clara diferencia –el consumo real era menor que el consumo agregado y la posible producción. La acción del gobierno probablemente contribuyó a cerrar esa brecha. La situación actual resulta mucho más difícil de comprender. La producción puede ser innecesariamente baja en estos momentos, pero antes del comienzo de la crisis podría haber sido, de hecho, insosteniblemente elevada.

Pensemos en las ventas de automóviles en Estados Unidos. En los años de mayor nivel de ventas coincidiendo con el periodo anterior a la crisis de 2008, el 5,9% de su población había adquirido un nuevo vehículo en los 12 meses anteriores. En el pico de la recesión, este dato cayó hasta el 3,4% y la lectura más reciente fue del 4,7%. Tal vez el gobierno debería poner en marcha un programa de incentivos para aumentar la producción en un 30%, lo suficiente para restaurar el nivel previo a la crisis. Aunque puede que no haya brecha en este sector. Después de todo, los coches duran más, mientras el número de conductores disminuye a medida que la población envejece.

Quinta regla. Conocer las limitaciones. Pocos –si hubo alguno– políticos, banqueros centrales, reguladores o comentaristas de renombre predijeron la crisis financiera. Tampoco muchos admitirán que nadie sabe cómo poner fin al estancamiento actual.

Sin arrogancia, el debate político podría ser más productivo. La humildad intelectual podría abrir la mente a los experimentos que hasta ahora muchas personas rechazan. ¿Por qué no hablar de la creación directa de empleo del gobierno, de la financiación monetaria explícita a los déficit fiscales o de metas de inflación significativamente más altas? Hay mucho más que aprender al intentar algo nuevo que al discutir sobre el pasado

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