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...Y luego nos extraña que no se fíen de nuestros bancos

Cuando el año pasado el Gobierno accedió a que dos consultoras externas analizasen la situación de la banca española, no resultaba raro escuchar que para qué hacían falta dos consultoras cuando había un supervisor llamado Banco de España.

Ahora, dos días después de que El País publicase las quejas de los inspectores del Banco de España sobre los supuestos errores de supervisión del sistema financiero, el banco de España ha hecho públicas una serie de reformas del modelo supervisor. Propuestas que están sacadas, como explica la nota del banco, en su mayor parte de recomendaciones del FMI, de Oliver Wyman, de la EBA, el Consejo de Estabilidad Financiera y el BIS, además del departamento de auditoría interna del banco.

Podríamos atribuir esta publicación a la casualidad, si no fuera porque el informe del Banco de España está fechado el 16 de octubre. Mientras, el ex gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha escrito, si hay constancia de alguna irregularidad, debería ser denunciada (como si las instrucciones para tapar trapos sucios se diesen por escrito y con registro de entrada). Y el Banco de España, al tiempo que saca un informe de hace cuatro meses, lamenta la declaración de los inspectores.

Quizá todo empezó a cambiar cuando el entonces gobernador declaró, hace año y pico, que la CAM era “lo peor de lo peor”. Quizá aquel día la gente empezó a preguntarse cómo es que el policía denunciaba los actos de alguien a quien, presuntamente, vigilaba. Hoy hemos entrado, al parecer, en el tan español pimpampum, en la búsqueda de culpables que permitan no indagar más en lo sucedido con la banca española. Es decir, justo lo contrario de lo que se debería hacer.

La banca española está ahogada bajo el peso de más 300.000 millones de euros, el 30% del PIB nada más y nada menos. ¿Miró para otro lado el Banco de España? ¿Dio instrucciones la cúpula del banco en este sentido? No sé hasta qué punto. La carta enviada a Solbes en 2006 por los mismos inspectores del Banco de España, en la que alertaban de la complacencia del supervisor (bajo el mandato de Caruana) ante el desaforado crecimiento del crédito da más autoridad a los inversores que a cualquier otra parte en este enredo. Pero asegurar haber visto indicios de delito y decirlo en enero de 2012 se parece un poco al famoso “lo peor de lo peor” expresado, a toro pasado, por Fernández Ordóñez.

No está de más recordar, por otra parte, que de poco sirve que el Banco de España detecte riesgos en la actividad de un banco si luego no tiene la capacidad para forzar a los gestores a modificar su política. Especialmente cuando estos gestores dependen de otros gestores, éstos políticos, más pendientes de la fidelidad al jefe y de que fluya el dinero en su pequeño reino que de minucias como la solvencia o el perfil crediticio de las entidades.

Ni tampoco sobra acordarnos de la gestión realizada por los distintos ministerios Economía. De cómo primero las fusiones frías iban a salvar el sistema, después iban a ser las salidas a Bolsa o las conversiones en banco, luego los test de estrés y, al final, tras una desastrosa y lamentable gestión del caso Bankia, terminamos pidiendo 100.000 millones a cuenta del contribuyente. Un caso, éste de Bankia, en el que también hemos asistido a un muy español pimpampum en el que, ay, nadie tiene la culpa de nada.

Evidentemente, el Banco de España podría, y debería, haber hecho más. Muchísimo más. Con Caruana, evitando que se desbocase el crédito, y con Ordóñez, intentando sanear el sistema antes de que lo saneasen desde dentro. Pero, lamentablemente, no solo el supervisor pecó de complacencia ante una burbuja inmobiliaria que el establishment nunca quiso ver. Los propios bancos intentaron siempre (y casi siempre con éxito) torpedear cualquier medida prudencial que les preparase mejor para el inevitable pinchazo. Los políticos disfrutaron del dinero fácil, y la elite empresarial nunca pareció preocupada por un crecimiento desbocado. Los servicios de estudios estaban más que preocupados por las rigideces del mercado laboral, y de los medios de comunicación, mejor no hablar.

Esta complacencia duró, recordemos, hasta bien entrada la crisis. Y luego nos extrañamos de que necesitemos consultores anglosajones para que alguien se crea las cuentas de nuestra banca.

Música contra la crisis. No es que me apasione pero, en fin, habrá que poner la nueva canción de Bowie

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