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El Foco

Política exterior en la Casa Blanca

En la carrera hacia la presidencia de EE UU la política internacional se ha convertido en la tercera preocupación del electorado. El autor analiza las posturas de demócratas y republicanos al respecto.

En su obra sobre política exterior norteamericana (Departamento de Estado versus Defensa, 2011, Crown), el historiador Stephne Glain sostiene que, en los últimos 60 años, la guerra por controlar la política exterior estadounidense la han ganado los militares y no los diplomáticos. Los números son elocuentes: en pleno mandato Obama (2010), el Pentágono tenía 190.000 soldados y 115.000 empleados civiles, viviendo en 909 instalaciones de 46 países. El coste económico de este despliegue excedió el trillón de dólares americanos: 8% del PIB y 20% del presupuesto federal.

Por contraste, China, Rusia, Irán y Corea del Norte gastaron en defensa, el mismo año y conjuntamente, 200 billones de dólares. En seis décadas, Defensa ha tomado el control sobre las relaciones internacionales estadounidenses, al servicio del comandante en jefe, el presidente. Con razón, el investigador británico Nigel Hamilton tituló su obra sobre las vidas de los presidentes norteamericanos como Los césares americanos (2011, Yale).

Estos césares son, igualmente, demócratas y republicanos. Ambos partidos han cedido el control al Pentágono de la política exterior, reduciendo el radio de acción de la diplomacia. El tono, la intensidad y la retórica con que lo hacen marca la diferencia entre un presidente-césar demócrata y otro republicano. Con Obama, tras la retirada de las tropas de Irak, quedan en el país 1.000 diplomáticos, que han contratado servicios privados de seguridad a cargo del departamento de Hillary Clinton. La secretaria de Estado, recientemente, ha asumido la responsabilidad por no haber protegido bien la Embajada norteamericana en Bengasi (Libia), donde cuatro estadounidenses, embajador incluido, fueron asesinados. La seguridad de las embajadas americanas corresponde al Cuerpo de Marines, que, como el resto de las Fuerzas Armadas, están a las órdenes del presidente, que es su máxima jerarquía en la cadena de mando.

Fue Obama quien dio la orden de matar a Osama bin Laden: en las fotos se ve a Hillary Clinton tapándose la boca con las manos cuando los Navy Seals ametrallan a Bin Laden. Nadie piensa que Clinton sea culpable de lo sucedido en Bengasi. La seguridad es cosa de los militares; estos habían pedido más efectivos para defender la embajada, pero el Pentágono se los denegó. Ante las diferentes versiones de la Casa Blanca sobre lo sucedido en Libia, Clinton ha protegido la reputación del presidente.

Lo mismo sucedió, muchas veces, en la Administración de Bush hijo. Al frente de la diplomacia estaban Condolezza Rice, presidenta del Consejo de Seguridad Nacional, y Colin Powell, secretario de Estado. Ambos defendían -como los demócratas- el mantenimiento del liderazgo de Estados Unidos en el mundo pero, cuando fuera posible, pacíficamente. Powell, decepcionado por la desinformación que recibió de la Administración sobre los motivos para invadir Irak, no repitió como secretario de Estado en el segundo mandato Bush y apoyó a Obama en 2008. Le sucedió Rice. Ella tenía enfrente a dos halcones que han mandado mucho, en Washington, desde 1968 (Nixon): Richard Cheney, vicepresidente, y Donald Rumsfeld, Pentágono. En sus respectivas autobiografías (En mi tiempo, 2011, Threshold Editions, y Conocido y desconocido, 2011, Sentinel), defienden que el presidente debe ejercer un poder casi absoluto y que los enemigos de América (China, Rusia, Irán, Irak, palestinos, Hezbolá, Hamás, Al-Qaeda, los servicios secretos de Pakistán, Chávez y Correa, Corea del Norte, etc.) no entienden de diplomacia y estarán más dispuestos a negociar si se les amenaza con la fuerza de las armas. Su peso político en la era Bush fue tan grande que causaron muchos problemas al presidente y deterioraron la imagen de Estados Unidos en el mundo.

Condolezza Rice (No hay honor mayor, 2011, S&S) tuvo que emplearse a fondo para recomponer alianzas y evitar nuevas guerras, al tiempo que la mala imagen de Bush posibilitó la victoria de Obama. El presidente abraza el multilateralismo, porque el sentido común le impone reconocer la existencia poderosa de China -primer financiador de Estados Unidos, con un 26% de su deuda pública-, de India, Brasil y Rusia, y la incapacidad para que Estados Unidos se endeude más sin quebrantar irremediablemente sus finanzas.

Obama no es débil: con Bush, los drones que mataban terroristas de Al-Qaeda fueron utilizados en 150 ocasiones, exitosamente; Obama, 4.500 veces. Con Corea del Norte, con Irán y sus aliados, y con el resto de enemigos de Estados Unidos, Obama es partidario de imponer sanciones económicas duras y que la guerra sea el último recurso. Los republicanos prefieren una alternativa más fuerte. Romney, en sus memorias (Sin pedir perdón, 2010, St. Martins) recoge la herencia de Reagan y defiende la excepcionalidad de Estados Unidos como primera nación de la tierra. Si es elegido presidente, denominará China como "nación manipuladora del valor de la moneda". Cierto, China mantiene bajo el valor de su moneda para impulsar las exportaciones y ha acumulado mucha riqueza en 32 años de crecimiento; por contraste, Estados Unidos la ha dilapidado. En noviembre de 2012, China tendrá nuevos líderes: veremos su actitud, si Romney es vencedor.

En Oriente Medio, Obama quiere una solución para ambas partes: que Israel esté protegido y que los palestinos tengan su Estado. Obama pide a Israel que cumpla las resoluciones de Naciones Unidas. Romney es partidario de ponerse, incondicionalmente, del lado israelí.

Los casos son muchos y tienen matices. En esta campaña electoral, la política internacional es la tercera preocupación del electorado, tras la economía-desempleo y la sanidad. Ahora, Obama y Romney están empatados en un 47% en estimación de voto, aunque un 57% considera que Obama ha manejado bien la política internacional. En el tercer debate, del 22 de octubre, las encuestas dieron la victoria a Obama sobre Romney. El resultado de las elecciones es incierto.

Sobre las relaciones internacionales, varias cuestiones parecen claras: demócratas y republicanos creen firmemente que Estados Unidos debe liderar el mundo: para ello, nada mejor que imponer respeto por las armas. Las diferencias entre candidatos no son irreconciliables, puesto que la política internacional es cuestión de Estado y trasciende los partidos políticos. Por último, el Pentágono, y no el Departamento de Estado, siempre tiene la última palabra.

Jorge-Díaz Cardiel. Economista, socio director de Advice Strategic Consultants, autor de Obama y el liderazgo pragmático y La reincención de Obama.

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