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Los otros riesgos que asume el inversor

Me sorprende la cantidad de gente que cruza (cruzamos) los pasos de cebra con la vista puesta en su iPhone o que corre por el arcén con los cascos a todo volumen, ajena al ruido del vehículo que llega por detrás.

Estoy seguro de que mucha de esa gente dice tener un perfil de riesgo conservador, en cuanto a inversiones se refiere e incluso un asesor financiero, ante un test MiFID, podría concluir que sus respuestas son las propias de una actitud conservadora. ¡Así de difícil es evaluar el riesgo!

El problema de todo esto es que la definición de riesgo que llega al inversor, las eventuales pérdidas, que pueden no ser definitivas, asociadas a la fluctuación (volatilidad) de la cotización del activo financiero en el que invierte, no es la principal fuente de riesgo y, además, en ocasiones, puede ser engañosa ya que podemos estar comprando caro o adquiriendo un activo cuyo emisor es insolvente, aunque los indicadores de volatilidad estén en mínimos.

Las entidades financieras llevan años construyendo productos financieros que no fluctúan, al menos aparentemente: depósitos, garantizados, estructurados, preferentes, subordinadas… Pero el famoso “ojos que no ven, corazón que no siente” ha demostrado que el riesgo puede manifestarse de otras muchas formas:

1. La ausencia de planificación, de saber dónde estamos, qué queremos conseguir y cómo lo vamos a financiar, nos conduce a la búsqueda al azar de la inversión de moda, de la que ofrezca el banco o de la que tan bien le ha ido al inversor de éxito que abre la portada de Cinco Días. Nuestro plan financiero es personal e intransferible o no es, y tomar como referencia la rentabilidad de otro es asumir sus riesgos, sus plazos y sus circunstancias.

2. Riesgo de crédito. La manifestación temprana de la crisis financiera internacional fueron las pérdidas sufridas en inversiones cuyo activo subyacente no tenía la calificación crediticia que se la atribuía. Incluso hoy, las emisiones de deuda pública (deuda del estado, bonos patrióticos…) no gozan de la calidad crediticia que tradicionalmente han tenido. Es más, los depósitos, paradigma de la seguridad (fiduciaria), son hoy, en el caso de algunas entidades, un activo seguro gracias un rescate bancario.

3. Contraparte y valoración. Es curioso como asociamos seguridad a ausencia de mercado, de cotización diaria de un activo. La formación de precios, por amplia y libre concurrencia de oferta y demanda, garantiza las posibilidades de comprar o vender activos. El problema es que necesitemos el dinero de nuestra inversión y no podamos vender, o tengamos que hacerlo a un precio que calcula el propio emisor del título, que hace de contraparte. Este ha sido el “mercado” de preferentes.

4. Inflación e impuestos. En un entorno de mayor fiscalidad y mayor inflación, invertir al 3,5% o el 4%, sin posibilidad de optar a mayores rentabilidades, es pérdida segura. La rentabilidad real del inversor en estos activos es cercana a cero, cuando no negativa.

5. La falta de una visión global de las finanzas personales del inversor, de su patrimonio neto, activos y pasivos, de sus fuentes de renta, su estructura de gastos, etc… lleva al inversor a situaciones un tanto ridículas en las cuales no invierte, por ejemplo, en renta variable un 10% de su cartera porque es muy conservador y, acto seguido, le pide al banco una hipoteca a 40 años por el 100% del importe de la vivienda, asumiendo un riesgo financiero mucho mayor del que le corresponde.

Es esencial invertir de acuerdo con nuestro perfil de riesgo, pero también lo es que a la hora de evaluarlo, analizarlo y gestionarlos, consideremos otras fuentes de riesgo que pueden ser tan perjudiciales, o más, que la volatilidad.

Enrique Borrajeros

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